Cannes 2022: crítica de «Leila’s Brothers», de Saeed Roustaee (Competencia)

Cannes 2022: crítica de «Leila’s Brothers», de Saeed Roustaee (Competencia)

por - cine, Críticas, Festivales
26 May, 2022 09:42 | 1 comentario

Este drama familiar tiene como protagonistas a los cinco hijos de un patriarca que quiere usar sus ahorros para algo personal en lugar de ayudarlos a ellos, que están muy necesitados económicamente.

Es cierto que los festivales de cine no son el mejor lugar para analizar con frialdad películas de una extensión importante como es este drama iraní de 165 minutos. La cantidad de films por ver, el apuro por escribir y correr de un lado a otro, hacen muchas veces que los críticos seamos impacientes o intolerantes con algunas películas muy largas. Pero hagamos, de todos modos, una aclaración: la extensión se convierte en un problema cuando uno va «sufriendo» la película en lugar de disfrutarla. Dicho de otro modo: si la película es realmente buena que dure tres o cuatro horas no tiene que ser un problema. Quizás, al contrario.

La duración de LEILA’S BROTHERS sí es un problema porque por ahí pasan muchas de las debilidades de este film iraní. Al transformar la historia de una familia de cinco hermanos adultos (cuatro varones y una chica) y de sus padres que tratan de salir de su complicada situación económica en una serie de eventos desgraciados que se acumulan uno tras otro en plan culebrón, el director pierde la brújula de un relato que, de haber tenido un guión más acotado y escenas un tanto menos repetitivas, podría haber sido mucho más efectivo.

Lo he escrito en otras críticas y temo repetirme: hay una mucho mejor película de 100-110 minutos envuelta en esa telenovela de casi tres horas. A veces, es cierto, los tiempos de los festivales llevan a directores y productores a apurar la finalización de films a los que les falta todavía algo de trabajo. Y luego ya es muy raro cambiarlos (a veces pasa, pero tienen que ser pésimamente recibidos) y ofrecerle al mundo una versión 2.0.

Este drama iraní con momentos cómicos centrado en una familia de bajos recursos que vive, circunstancialmente, amontonada en la misma casa es una historia de lazos paterno-filiales y dificultades económicas en un país inestable y que no ofrece grandes perspectivas para el futuro. Una especie de película de Asghar Farhadi mezclada con ESPERANDO LA CARROZA, el tercer film de Roustaee enfrenta a un padre que quiere usar su dinero para conseguir un importante puesto en el clan familiar (de primos, tíos y parientes lejanos) mientras que sus hijos, que tienen limitadas posibilidades laborales y comerciales, preferirían usar ese dinero para comprar un local en un shopping y trabajar.

En una pintura que parece liviana pero en el fondo es bastante negra, la película pone al jefe de esta familia, Esmail (Saeed Poursamimi), ante la posibilidad de heredar el cargo de patriarca del clan Jourablou, lugar y posición de poder muy respetados en el lugar. El tipo vive pendiente de eso aunque sabe que, para acceder al cargo, tiene que hacer un importante regalo para la boda del nieto del anterior patriarca fallecido, algo que la tradición requiere. Y para eso Esmail ahorró o consiguió 40 monedas de oro, que es mucho dinero y con el que, se sabe, terminará pagando la boda del primo lejano en cuestión.

Pero sus hijos, que están con poco o sin trabajo, están shockeados con la decisión de su padre de gastar en ese «ego trip» personal un dinero que podría ayudarlos a mejorar su situación. No para gastarlo sino para invertir en un local comercial que, suponen, funcionará muy bien. Ese planteo –y varios agregados– serán el núcleo central de una trama cuya extensión está dada, más que por las vueltas de tuerca de la historia (que las tiene de sobra) por la propia forma en la que el realizador deja correr las discusiones familiares durante largos y verborrágicos minutos, algo que es toda una tradición en el cine iraní, es cierto, pero que en este caso bordea un formato casi teatral.

Algunas secuencias son muy buenas (una de las más largas, la del casamiento en sí, parece inspirada en EL PADRINO aunque de un modo más salvaje y colorido) y otras harán a los espectadores argentinos, sin ir más lejos, darse cuenta que la especulación con el dólar y la súbita híper-inflación no son solo asuntos nuestros. Cuando un dinero importante que la familia necesita usar empiece a desvalorizarse minuto a minuto a partir de alguna noticia económica (y un tweet de Donald Trump) a algunos les traerá malos recuerdos.

Con la excepción de la siempre muy ubicada e inteligente Leila (Taraneh Alidoosti), los varones del clan son bastante impresentables, empezando por el padre, un tipo miserable que la película mira con ambivalencia aunque sus hijos –salvo uno– tienen muy en claro que la forma en la que manejó su vida y su relación con ellos fue entre patética y deplorable. Alireza (Navid Mohammadzadeh) teme oponerse al padre y lo defiende pero está preocupado porque perdió su trabajo en una fábrica; el mayor Parviz (Farhad Aslani) trabaja limpiando baños y tiene que ocuparse de cinco hijos y los dos restantes, Farhad y Manouchehr, están más cerca de ser unos inútiles todo-terreno: uno pendiente de sus músculos y el otro metido en trampas piramidales y cosas así.

La película muestra con claridad la mezcla de presiones sociales y económicas en una sociedad que lidia entre la ortodoxia, la tradición y el caos del mundo moderno. Y presenta de modo inteligente a un personaje como Leila que, pese a ser la más centrada y capaz de todo el clan, pocas veces es escuchada por ser mujer. El peor error que cometen los hermanos en los líos con el dinero es por no prestarle atención a sus consejos. Y es también la que más claro tiene que al padre no lo dignifica demasiado la edad sino que es un viejo egoísta que fuma opio todo el día y le importa un bledo la vida de sus hijos.

Pero la película se extiende y extiende y aparecen otros nuevos problemas y complicaciones hasta que cuando todavía falta una hora para que termine da la impresión que nos quedaremos a vivir con esa familia discutidora por el resto de nuestras vidas. Y es, francamente, agotador. De hecho, es tal la verborragia de los personajes que durante largo rato uno solo se ocupa de leer subtítulos sin casi poder observar otra cosa. Es cierto que los problemas de los protagonistas son fuertes, pero hay un momento en el que uno ya se da cuenta que no tienen remedio y preferiría abandonarlos a su (probablemente mala) suerte que seguir escuchándolos discutir por toda la eternidad.