Estrenos online: crítica de «La cabeza de la araña», de Joseph Kosinski (Netflix)
En esta suerte de comedia dramática de ciencia ficción se narran los experimentos con drogas que se hacen en una misteriosa cárcel manejada por un científico un tanto excéntrico. Con Chris Hemsworth y Miles Teller. Estrena Netflix el 17 de junio.
La comedia negra y truculenta dentro de un género como la ciencia ficción no es algo sencillo de hacer. No se me ocurren muchos ejemplos del todo logrados, más allá de TOTAL RECALL, con Arnold Schwarzenegger, que tuvo como director a un maestro dentro de ese tono como Paul Verhoeven. Adaptar un cuento como «Spiderhead», de George Saunders, requiere alguien que sepa manejar esa fina línea que existe entre el humor macabro y la violencia extrema, generando risas y tensión a la vez. En LA CABEZA DE LA ARAÑA ese tono casi nunca se consigue. Y la película termina siendo un híbrido medianamente entretenido pero un tanto frustrante entre una módica película de acción y una comedia que apenas saca un par de risas.
Kosinski, celebrado (para mi gusto, excesivamente) por su reciente secuela de TOP GUN, tiene toda una carrera haciendo cine de ciencia ficción, como las nuevas TRON y OBLIVION, quizás la película más solemne de toda la carrera de Tom Cruise. Pero la comedia no parece estar entre sus fuertes. Sus películas son prolijas, clínicas, un poco áridas (si MAVERICK no es tan así es porque ahí el que manejó los controles fue el propio Cruise) y se caracterizan por cierta frialdad, propia de un cine diseñado hasta el último milímetro.
El mundo futurista gélido de SPIDERHEAD se presta bien a su estilo, pero es el tono de la película el que no termina de funcionar. Uno se da cuenta de entrada que la búsqueda pasa por el guiño cómico, ya que cada vez que la cámara se acerca a la prisión secreta que le da título al film y que está ubicada en medio de una isla, suenan clásicos del soft rock de los ’70 y ’80 (Supertramp, Hall & Oates, Doobie Brothers y la etapa «Avalon», de Roxy Music) que poco tienen que ver con lo que supuestamente sucede. Y la película está plagada de esas incongruencias, que quizás suenan bien en los papeles –el guión es de los mismos de ZOMBIELAND y DEADPOOL–, pero en la práctica se quedan a mitad de camino.
La cárcel en cuestión es casi un centro de rehabilitación de lujo, que controla un tal Steve Abnesti (Chris Hemsworth (mucho más gracioso como Thor que acá), un científico que experimenta con drogas con los presos del lugar. A los que están detenidos allí se les coloca en la parte baja de la espalda algo llamado «MobiPack» que es manejado por Steve y su asistente Verlaine (Mark Paguio) con una especie de control remoto. Y a través de ese aparato se les inserta distintas dosis de drogas en sus cuerpos. Siempre con el permiso y la aprobación de los presos, se les sube o baja los componentes para generar efectos específicos cuyo fin, según dice Abnesti, es bajar la criminalidad en el mundo real.
Jeff (Miles Teller, un actor tenso y nervioso que uno no llamaría para hacer algo medianamente cómico) está ahí tras haber causado la muerte de un amigo suyo manejando borracho. Y sobre él experimenta bastante Abnesti. Lo hace sentar con una chica con la que no se lleva bien, le sube la dosis de la droga específica, y termina teniendo sexo con ella salvajemente. Otra droga lo hace hablar con mucha mayor propiedad e inteligencia que lo normal. Otra le hace tener miedo a ciertas cosas. Otra hace que todo le cause gracia. Y la más difícil es una que saca a la luz su lado oscuro y cuyo uso es desgastante y potencialmente peligroso. Pero Jeff acepta todo lo que le piden y lo hace.
Hasta que ciertos experimentos en los que lo invitan a participar utilizando él mismo a otros presos le hacen sospechar de que Abnesti tiene ideas raras entre manos y decide investigar qué es lo que planea. O algo así. Con la ayuda de su novia en la prisión (Jurnee Smollett), Jeff trata de descubrir si no hay un plan un tanto más macabro escondido tras la fachada del amable, risueño y a veces excitable científico (Steve consume a veces su propia droga) con sus juegos psicológicos. Y claro que lo hay. Y allí la película intentará, brevemente, convertirse en un tardío relato de suspenso y acción.
Es una premisa típica de la ciencia ficción (el uso de drogas para la experimentación psicológica) que intenta ser narrada con ciertos guiños humorísticos, pero que raramente hace pie en el modo, dando la impresión que Kosinski podría haberlo hecho (un poco) mejor de una forma más tradicional y sin apostar por el humor. Típico rodaje pandémico con no más de una decena de actores y en un paraje aislado del mundo, SPIDERHEAD intenta acercarse a ciertos experimentos de Stanley Kubrick en la materia (LA NARANJA MECANICA o, en menor medida, DR. STRANGELOVE) pero raramente encuentra la manera de imitar al maestro.
El tema que trata la película puede ser relevante y hasta controvertido (si bien los intentos de gobiernos y laboratorios por controlar el comportamiento humano mediante drogas o medicamentos es un tema clásico, hoy se parece mucho a la paranoia de los anti-vacunas más extremos), pero LA CABEZA DE LA ARAÑA tampoco apuesta por la polémica. Su juego pasa más por el absurdo: escenas de sexo un tanto insólitas, personajes con hábitos peculiares y así. Y es por eso que, cuando se quiere tomar un poco más en serio a sí misma, ya la batalla está bastante perdida. La película, que en un principio prometía, de a poco parece desinteresarse de sí misma, como si en la sala de edición los propios cineastas se hubieran quedado sin más dosis de la droga que venían consumiendo.