Series: reseña de «The Boys – Temporada 3/Episodios 1-3», de Eric Kripke (Amazon Prime Video)

Series: reseña de «The Boys – Temporada 3/Episodios 1-3», de Eric Kripke (Amazon Prime Video)

En su tercera temporada, la serie basada en la novela gráfica de Garth Ennis y Darick Robertson se pone aún más violenta y más crítica que las anteriores.

Los que no vieron nunca THE BOYS y, por algún motivo, decidieran arrancar por la tercera temporada se darán cuenta a los pocos minutos de las enormes diferencias que hay entre esta saga de superhéroes y cualquier otra que se vea en cines, plataformas o televisión. La escena en cuestión está ligada a uno de esos superhéroes que tiene la capacidad de achicarse como «Ant-Man» y, bueno, allí nos cuentan y muestran muy gráficamente lo que una criatura explosiva puede hacer dentro de una parte específica de la anatomía humana. Bienvenidos a la serie de superhéroes más irreverente y gore del momento.

De todos modos, la mayoría de los espectadores que empiece la tercera temporada seguramente ya vio las previas, por lo que quizás no se sorprenda tanto con escenas como esa, ni con la brutal irreverencia cultural, social y política que despliega la serie a lo largo de sus episodios. Igualmente THE BOYS siempre apuesta a más: más gore, más sangre, más brutalidad, más tamaño, más críticas, más… superhéroes. Sigue siendo, más que cualquier otra cosa, una saga que habla más del estado de la cultura popular y de los manejos políticos de los Estados Unidos que una centrada en los específicos enfrentamientos entre los superhéroes entre sí y los que ellos tienen con los que intentan demostrar su peligroso rol social: los «Boys» del título. Pero entre dardo y dardo, se las arregla para contar una divertida y muy áspera historia.

La nueva temporada (SPOILERS si no vieron las anteriores) irá llevando aún más hacia el límite las comparaciones entre Homelander (Anthony Starr), el líder de los Siete (la versión de los «Avengers» del mundo de la serie), y Donald Trump, especialmente a partir del momento en el que decide dejar de disculparse por algunos errores cometidos en la segunda temporada (su relación con Stormfront, de pasado nazi) para ganar popularidad y se da cuenta que le funciona muy bien, logrando enganchar a un «electorado» nuevo (los supes funcionan con mediciones que son propias de políticos) poniéndose al frente de lo que, dice, será una limpieza del funcionamiento de Vought, la empresa de la que los Siete son empleados. Bah, en realidad, dándose «carta blanca» para hacer lo que quiera.

La única que puede frenarlo, en principio, parece ser Starlight (Erin Moriarty), a la que por su popularidad han puesto a codirigir los Siete junto a Homelander. Pero cuando este decida que nada le importa –ni siquiera las amenazas de revelar oscuros secretos de su pasado–, ni siquiera la chica podrá hacer mucho contra él, que ya se cree una verdadera divinidad, con un grado de narcisismo muy parecido al del ex presidente norteamericano. Y la variable más «legal» –el organismo que controla supuestamente a los superhéroes– en la que trabaja Hughie (Jack Quaid), pronto probará tampoco ser muy útil para poner frenos, ya que está igualmente «infiltrada» desde arriba por la temible Nadia.

Es así que no quedará otro camino que volver a armar para la batalla directa a los Boys en cuestión, con Butcher (Karl Urban) a la cabeza y con el regreso de Mother’s Milk (Laz Alonso), como su ladero, además del Frenchie y la silenciosa Kimiko, que ahora se alojan en el clásico edificio Flatiron de Manhattan. Un cada vez más desquiciado Butcher (por motivos que se verán) hará lo posible por liquidar a su archienemigo Homelander, aunque sabe que en el fondo es Vought la que controla absolutamente todo. Y que hay otros superhéroes que pueden ser igual de peligrosos que esta suerte de Capitán América que cayó al lado oscuro que es el rubio líder de los Siete.

Es así que aparecerán nuevos personajes o crecerán otros que estaban en segundo plano. Entre los apuntes divertidos de la temporada está el Reality Show en el que se elegirán dos nuevos miembros del grupo, lleno de maliciosos comentarios acerca de cómo funcionan estos arreglados programas. E igual de simpático es el parque de diversiones multicultural de Vought, que parece una broma directa al Disney que se «disfraza» de progresista y en el que se venden sandwiches BLM (Black Lives Matter). Y lo que la serie hace con The Deep (Chace Crawford), reconvertido en profeta de autoayuda, o A-Train (Jessie Usher), que justo ahora se le da por redescubrir sus raíces africanas, es igualmente mordaz.

Kripke y su grupo de guionistas pegan por todos lados, especialmente a la cultura corporativa que juega con la población como si fueran marionetas, por derecha o por izquierda. Pero THE BOYS raramente se siente como una serie que machaca ideas en la cabeza de los espectadores sino que sabe manejarlas y distribuirlas en la trama de un modo más o menos lógico y hasta natural, en función del tipo de personajes que tiene y de mundo que presenta. Y la otra manera en la que la serie se aleja de ser solo una «reflexión» sobre los superhéroes, está en la acción y la violencia en sí, que están usadas con enorme inteligencia, ya que sirven como entretenimiento puro y también como un ligero comentario sobre la naturaleza cruenta de ese entretenimiento.

THE BOYS viaja también al pasado y así como lidió con nazis o experimentos en niños ahora se meterá con las acciones de los militares estadounidenses en América Central en los ’80, escenario en el cual se investiga qué pasó con Soldier Boy (Jensen Ackles), quien fuera el líder de los Siete décadas antes de Homelander y al que se lo da por muerto o con paradero desconocido. Y en cada uno de esos recorridos aparecerán más y más superhéroes de poderes bastante ridículos y personalidad casi psicótica.

Pero, finalmente, entre escena de acción desquiciada, intestinos que explotan contra las cámaras y decenas de situaciones bizarras, la serie estrenada por Amazon –irónicamente, una compañía que bien podría compararse en algún sentido con la maléfica Vought, casi tanto como Disney, que es su referencia más clara– sigue avanzando en su feroz recorrido por hacer trizas esa cosa llamada «el experimento norteamericano», uno que no parece poder avanzar por ninguna de las direcciones imaginables.