Estrenos online: crítica de «Gunda», de Viktor Kossakovsky (HBO Max)

Estrenos online: crítica de «Gunda», de Viktor Kossakovsky (HBO Max)

El realizador ruso de «¡Vivan las antípodas!» y «Aquarela» retrata la vida de una cerdita y sus crías en este triste y bello documental en blanco y negro premiado en varios festivales.

Existen documentales sobre el mundo animal de todo tipo. Están los educativos, los pictóricos, los informativos, los infantiles y diversas variedades que este subgénero se permite. Pero hay muy pocos como GUNDA, el más reciente film del cineasta ruso Victor Kossakovsky, un reconocido veterano del género, realizador de películas como AQUARELA, HUSH o ¡VIVAN LAS ANTIPODAS!, entre muchos otros. El ruso es, sobre todas las cosas, un cineasta conceptual que organiza sus películas a partir de posturas radicales o decisiones estéticas precisas que no necesariamente se ajustan a los modelos más clásicos. Y es gracias a ese rigor que su cine logra siempre sorprender. Y en el caso de GUNDA –una película de una belleza profunda y dolorosa– también conmover.

¿Qué es GUNDA? En principio, es un retrato de una cerda y sus crías, un tiempo indeterminado que el cineasta y su equipo pasa en compañía de «Gunda» –asumimos que es el nombre– y su docena de pequeños cerditos desde que nacen y empiezan a alimentarse hasta, bueno, ya verán. No hay seres humanos en el film, no hay voces en off, no hay música (la que escuchan en el trailer no está en el film), ni explicaciones ni contexto. Están, sí, los ruidos naturales de los animales. Y también, a modo de elenco secundario, un grupo de gallos y gallinas, y luego algunas vacas y toros que pastan en las cercanías. Hay, también, una fotografía en blanco y negro bellísima, que transforma todo lo que vemos en una suerte de paisaje que parece sacado del principio de los tiempos, antes que el hombre introdujera sus narices en este mundo. Y, fundamentalmente, hay una cámara casi siempre a la altura de la mirada de los animales, en algunos casos apenas sobre el piso y en otros un tanto más alta, pero siempre a la par de ellos.

Lo más cercano a un título de MUBI que van a ver en la ahora en transición plataforma de HBO (estoy seguro que Discovery sumará documentales sobre animales pero no imagino que sean tan radicales), GUNDA no hace más que retratar una relación natural de nacimiento, alimentación y crecimiento de estos animales que, si bien pertenecen a algún tipo de empresa o institución (algo de eso queda claro en las etiquetas que tienen en sus orejas o leyendo los créditos del film), son criados a campo abierto, sin demasiadas restricciones. O eso es lo que la película nos muestra.

De entrada –ya con el primer largo plano del nacimiento de los cerditos– sabemos que Kossakovsky se tomará su tiempo. O, dicho de otro modo, respetará los tiempos naturales de los hechos, no los montará en torno a un «gran espectáculo de la naturaleza». Uno de los grandes logros de este documental es que, salvo en contadas excepciones, respeta los tiempos de los hechos y las reacciones de los animales, aún a costa de lo que para algunos espectador pueda llegar a resultar «aburrido». El realizador jamás utiliza un truco muy común en las películas con animales, esa versión del «efecto Kuleshov» que permite a los directores forzar lecturas en sus miradas, llevarlos a «querer decir» algo con la manera en la que observan, una trampa habitualmente estructurada mediante el corte, el plano y contraplano.

Acá no hay nada de eso. Al contrario, aquello de que «el travelling es una cuestión moral» bien puede ser explicado gracias a películas como ésta, en particular una conmovedora escena sobre el final. De esa manera Kossakovsky evita también un excesivo antropomorfismo, esa característica tan cinematográfica (o de incontables videos de YouTube, Instagram o TikTok) que consiste en imponer características y cualidades humanas a los animales. Lo que hacen o dejan de hacer Gunda, sus crías o los otros animales está guiado por su propia lógica y no por una intención a priori (o a posteriori, a la hora de editar) de parte del director. 

Ese mundo natural que presenta este film de 2020 –coproducido por Lynne Ramsay, que luego hizo la similar COW y con el aporte de Joaquin Phoenix, conocido por su militancia ecologista— está regido por la alimentación y por las diversas costumbres de sus protagonistas, a las que imponerle una psicología humana puede resultar excesivo. Uno puede llegar a leer amor, cariño, confraternización, tensión, miedo, respeto y dolor en sus rostros, pero eso dependerá más del espectador que de otra cosa. Lo que Kossakovsky hace es poner la cámara a la altura de los animales –entiendo que con un lente que permite estar más lejos de lo que parece– y mostrarlos íntimamente en sus rutinas más básicas y naturales.

Salvo cuando la cámara sobrevuela para mostrar a las vacas en cámara lenta (decisión estéticamente bella pero un tanto fuera de lugar), la película no se aleja de la cercanía a la experiencia de Gunda y su cría. Como la llama de ZAMA, de Lucrecia Martel, muchos animales –especialmente las vacas– miran directamente a la cámara y uno en eso puede leer, de vuelta, alguna incomodidad o tono acusatorio. Y eso quizás sea lo más parecido a la editorialización que verán en este film que, sin ningún tipo de directa crueldad, seguramente hará dudar a más de uno sobre si seguir siendo carnívoros.

Hay una lógica tan noble, natural y en apariencia afectuosa en los hechos que se muestran que cualquier interrupción parece una afronta. GUNDA tiene sus momentos de extrema belleza cinematográfica y otros que generan cierta ternura o extrañeza, como las peleas de las crías por alimentarse o un gallo con una sola pata que camina con una sorprendente velocidad. Hacia el final, sin embargo, y con una sutileza que muestra el altísimo grado de respeto que el realizador tiene por el mundo que retrata y por los espectadores, la película irá a una de sus previsiblemente tristes, pero muy posibles, conclusiones. No conviene adelantar mucho pero el plano de cinco o seis minutos posterior a esa escena será el más conmovedor que verán en mucho tiempo. De esas escenas –silenciosas, tensas, dramáticas– que cuesta sacarse de la cabeza. Y si bien la película tiene muchos momentos memorables, allí se concentra absolutamente todo lo mejor de esta noble película.