Estrenos online: crítica de «Navalny», de Daniel Roher (HBO Max)

Estrenos online: crítica de «Navalny», de Daniel Roher (HBO Max)

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21 Ago, 2022 03:44 | comentarios

Este documental se centra en la figura de Alexei Navalny, un popular político opositor de Vladimir Putin en Rusia, y sus «accidentados» últimos años en su pelea contra el régimen que controla ese país.

Moscow4″, dice Alexei Navalny, es una suerte de código, de frase hecha, para referirse a lo que él llama la estupidez de los servicios secretos rusos. La expresión «Moscow4«, explica el hombre, viene a cuento de que al jefe del espionaje de ese país, supuestamente, le descubrieron que la contraseña de su correo electrónico era «Moscow1» y entonces la cambió a «Moscow2«. Y como se la descubrieron de vuelta, bueno, ya se pueden imaginar el resto del chiste, mito o realidad. Lo que pasa después prueba –o parece probar– que esto de «Moscow4» es más realista de lo que parece.

Navalny es un célebre disidente político, opositor a Vladimir Putin, cuyos últimos años de vida –una intensa etapa que incluye su crecimiento en popularidad, un intento de envenenamiento, su exilio en Alemania, su regreso a Rusia y las consecuencias posteriores– son retratados en este documental que lleva su nombre como título. Poco después de contar historia a cámara, y mientras investiga su intento de envenenamiento con el tristemente célebre Novichok, el propio Navalny empieza a llamar a los potenciales sospechosos de haber sido parte del plan. Tras fracasar con un par, el político se inventa una historia (dice llamarlos de parte de uno de los capos de inteligencia rusa) hasta que uno de estos sospechosos le cree todo lo que dice y termina inculpándose a él, a sus colegas y dándole todos los detalles del plan para sorpresa de Navalny y compañía que graban la conversación y no pueden creer lo que escuchan. «Moscow4«, a la perfección.

El llamado quizás no sería del todo legal en un país con una justicia más o menos normal, pero en el caso de Navalny es una prueba más que evidente para incendiar las redes sociales. Y si de algo se trata este documental es cómo esta interesante aunque complicada figura política rusa ha encontrado la manera de mitigar, cuestionar y desafiar el poder de Vladimir Putin a través de las posibilidades que dan YouTube, Twitter y hasta TikTok (curiosamente las redes de Mark Zuckerberg, Facebook e Instagram, no se mencionan), redes en la que tiene millones de seguidores. A lo largo de NAVALNY lo que vemos es a alguien que desafía al líder ruso con una conciencia muy clara del manejo de los medios, incluyendo al propio documental.

Es muy poco lo que se nos cuenta de la historia de Navalny, de cuáles son sus ideas políticas (más allá de algunas generalidades), si pertenece o no a algún partido, o de cómo llegó a la popularidad que tiene en 2020, cuando se inicia esta historia. Una de las cosas que sí nos muestra –una que parece incluida para demostrar cierta independencia entre la producción y el personaje– es que Navalny en algún momento participaba en mitines nacionalistas a los que iban algunos neonazis. ¿Su explicación? Hay que incluir a todos los rusos en una gran coalición y todo vale para bajar a Putin. No, muy convincente que digamos no es.

Lo que sí tiene de bueno NAVALNY es que, gracias a esa cercanía entre la producción y el personaje, las cámaras de Roher pueden capturar momentos como el que comenté al inicio, entre otros de la intimidad de un personaje que, además, hace de su propio día a día un «live» permanente, con decenas de posteos y cámaras que lo siguen a todos lados. Arrancando desde su exilio antes de regresar a Rusia, el documental vuelve atrás unos meses en el tiempo para contar el crecimiento en popularidad de Navalny y las reacciones y amenazas de los poderosos que terminarían con el intento de envenenamiento en Siberia. Pero el plan no sale bien –ya verán qué pasó–, Navalny sobrevive y se exilia en Alemania.

Gran parte del documental pasará por la investigación que el hombre y su equipo, con la ayuda de un periodista búlgaro llamado Christo Grozev que maneja el sitio Bellingcat, hacen del intento de asesinato y cómo van asociándose con grandes medios de Europa occidental para dar a conocer sus denuncias, algo que literalmente explota tras las «confesiones» telefónicas que son furor en YouTube. De lo que el documental no deja muchas dudas es del estricto control mediático que Putin tiene en Rusia y de lo complicado que es para cualquier opositor siquiera tener cierta exposición. Navalny es uno de los pocos que pudo traspasar ciertos controles y movilizar a la gente al punto tal de convertirse en un enemigo a tener en cuenta. Y lo que pasa después parece probar la certeza de muchas de sus acusaciones.

El documental tiene por momentos un estilo excesivamente «moderno» o televisivo –lleno de clips, cortes, con declaraciones preparadas para las cámaras y un ida y vuelta constante entre formatos– y ofrece una calculada ventana a la intimidad que le sirve a Navalny para posicionarse como un simpático hombre de familia que mira series estadounidenses y juega a Call of Duty en sus ratos libres. Producido por CNN, NAVALNY peca de cierto tono de largo informe periodístico, aunque uno muy bien hecho, con muchos recursos y la colaboración completa del protagonista.

No se trata de un retrato imparcial, ambiguo ni mucho menos. De entrada es claro que, por un lado, hay un héroe con su equipo y, por otro, una serie de brutales villanos. Tampoco hay muchos intentos por profundizar en la política rusa (el documental precede la última etapa de la guerra contra Ucrania) y el enfrentamiento se presenta de un modo clásico: un político democrático y bienintencionado contra un dictador que controla todo. Más allá de que esto pueda ser bastante cierto, no hay intenciones de parte de Roher de ir más allá. NAVALNY quizás no sea otra cosa que un documental celebratorio hecho a la medida (o a pedido) de su protagonista, pero la historia es tan fascinante que uno termina aceptando la propuesta como viene y se deja llevar por esta película de espionaje a lo John LeCarré como si fuera una de ficción pura y dura.