Festival de Locarno: crítica de «Love Dog», de Bianca Lucas (Cineasti del Presente)
Esta coproducción mexicana que transcurre en los Estados Unidos se centra en un hombre solitario al que le toca atravesar una situación traumática personal en medio de la pandemia. Premiada en el Festival de Locarno.
Ganadora de una de las menciones especiales del jurado de operas primas del Festival de Locarno, LOVE DOG es una propuesta inusual por su origen y su forma. Lo primero es secundario y, más que nada, una curiosidad, ya que se trata de una película de una directora polaca coproducida con México pero que cuenta una historia típicamente estadounidense, de eso que podríamos llamar «las profundidades» del sur de ese país. Y la segunda tiene que ver con la propuesta en sí, más deudora de un cine europeo híbrido y contemplativo (la directora estudió en la escuela de Bela Tarr) que de una película indie norteamericana que habitualmente uno esperaría con este tipo de temáticas y personajes.
LOVE DOG es una historia de soledades, de traumas y de pérdidas en el medio de la pandemia. Su protagonista es un tal John (John Dicks, que parece interpretar alguna versión de sí mismo), un tipo solitario que vive en un pueblo chico de Mississippi y al que vemos ir y venir sin destino aparente por la zona, pasando de disparar en un lago a andar en su coche escuchando la radio (el conductor del programa que John oye les propone a sus oyentes que le cuenten sus problemas y él les inventa una canción al respecto) para luego detenerse en su casa, en la que pasa la mayor parte de su tiempo.
Allí John pasa sus días chateando online con distintas personas en grupos cuya conformación y objetivos no es del todo clara, pero en la que cada uno va expresando sus opiniones respecto a diversos temas y, sutilmente, dando a entender la situación en la que se encuentran. De a poco vamos entendiendo la de John. Varios flashbacks veloces dejan entrever que hubo una mujer en su vida que ya no está y eso tiñe claramente su estado de ánimo. Eso, su aspecto un tanto desaliñado y algunos encuentros posteriores con familiares refuerzan esa sensación: John está procesando una pérdida.
LOVE DOG no intentará avanzar a través de los pasos narrativos típicos. Es, más bien, un retrato de un personaje solitario y deprimido en medio de un clima que no hace más que acentuar su estado. La película presenta además una descripción muy honesta de lo que debe haber sido la vida en pandemia en este tipo de lugares y, especialmente, con personas solas o emocionalmente perturbadas. Si bien no es una película sobre la pandemia, los escenarios vacíos y la comunicación online (y entrecortada) ayudan a crear un escenario de desolación y angustia.
Hay dos escenas o circunstancias que salen un poco de la norma en la película. Una de ellas tiene que ver con el perro del título –un clásico perro de la calle, al que encima la falta una pata– que resulta excesivamente convencional como metáfora del abandono, la soledad y la necesidad de lidiar con el pasado del personaje. Otro, en cambio, ligado a un encuentro en un cuarto de hotel con una chica mucho más joven que él, es un acierto, ya que Lucas logra crear una rápida conexión entre John y ella sin necesidad de correrse a un territorio más peligroso o siniestro. Hay algo de PARIS, TEXAS en la película en general y en esa secuencia en particular.
Lo que LOVE DOG captura muy bien también, sin hablar directamente del tema, es el clima político y social en los Estados Unidos de estos tiempos, con personajes (como los que hablan online o llaman a la radio o se cruzan en el camino de John) que viven metidos en extraños «rabbit holes» de esos que rápidamente llevan a creer en todo tipo de teorías conspirativas. La soledad y la angustia que viven personas como el protagonista muchas veces llevan a este tipo de agujeros negros y creencias absurdas. La necesidad de conectar con otros –con quién sea y cómo sea– muchas veces se lleva puesta la capacidad de discernimiento de muchas personas. Pero esa necesidad es también la única tabla de salvación en un mundo cada vez más desangelado.