Festival de Locarno: crítica de «Piaffe», de Ann Oren (Competencia)
Esta curiosa película alemana se centra en una sonidista que tiene que lograr imitar el sonido de un galope de caballo, se obsesiona con esos animales y su vida cambia radicalmente.
Una de las películas más curiosas que vi en los últimos tiempos, este drama psicológico con elementos fantásticos funciona en una zona cercana al cine de «los David» (Lynch y Cronenberg) y al de Peter Strickland por la extraña manera de jugar con el terror, las mutaciones físicas y la atmósfera enrarecida que rodea a lo que sucede. Seguramente hay una versión más «convencional» de esta historia, pero Oren ha preferido contarla a su manera. Y siendo una mujer que viene de las artes visuales, sus formas se alejan mucho de cualquier tipo de narrativa tradicional.
Filmada en 16mm, con cortes bruscos y saltos de luz inesperados –lo cual le da una atmósfera aún más experimental–, PIAFFE comienza como la historia de Eva (Simone Bucio), una chica que se dedica al foley, ese trabajo práctico con objetos mediante el que se sonorizan algunas partes de las películas. En el caso de ella, tiene que hacer los sonidos del lento galope de un caballo para un aviso publicitario de una compañía farmacéutica que no tiene mejor idea que usar una metáfora equina para vender una suerte de calmante. Sí, el medicamento se llama «Equili», pero el aviso es realmente incomprensible.
Lo cierto es que Eva en realidad está reemplazando en la tarea a su hermanx Zara (interpretada por la artista visual no binaria Simon(e) Jaikiriuma Paetau) y no parece estar haciendo bien las cosas. Es así que cuando muestra su trabajo a los ejecutivos de la firma se lo rechazan de plano. Y la chica, de una timidez extrema, se queda muy mal. Sale a beber, va a una disco berlinesa, pero nada parece funcionarle. Una visita a Zara en el hospital psiquiátrico en el que está internada la deja peor todavía. Pero todo parece mejorar cuando va a una caballeriza y empieza a «conectar» con los caballos.
Sería mejor no contar mucho más acerca de lo que sucede después, pero digamos que involucrará alguna que otra mutación física, contactos sexuales muy fuertes e inesperados y la sensación de que Eva empieza de a poco a encontrarse a sí misma a través de experiencias que son poco convencionales. De a poco PIAFFE se irá convirtiendo en una película a la que se podría denominar erótica, aunque de un modo bastante particular.
No teman, no hay aquí abuso a animales ni nada parecido. De hecho, es una película mucho más tierna y amable de lo que parece por el mundo que describe y los personajes que la recorren. Entrar en un universo de perversiones sexuales en Alemania puede preparar al espectador para situaciones fuertes, pero Oren va por otro lado, utiliza esas expectativas para confundir y, finalmente, armar una suerte de relato de «liberación» (no solo sexual) insospechadamente generoso, una historia de fluidez sexual un tanto más amplia de lo que habitualmente se ve.
Más allá de lo específicamente narrativo, PIAFFE es un film muy rico y creativo visualmente. Oren no organiza las escenas de un modo tradicional y la manera en la que corta, combina planos de distintos tamaños de modo brusco y rompe constantemente reglas puede parecer un tanto caótico al principio pero luego se revela como un sistema bastante cuidado, uno que a la vez refleja la complicada psiquis de la protagonista, una mujer que descubre que los caballos la ayudan a entender mejor quién es y quién quiere ser.