Festival de San Sebastián 2022: crítica de «Pornomelancolía», de Manuel Abramovich (Competencia)
Esta mezcla de documental y ficción se centra en la vida de Lalo, un «sex influencer» mexicano que trabaja en películas porno y lidia con su fama pública y su vulnerabilidad privada.
Lalo tiene una doble vida. Triple, quizás. No es una cuestión de números, en realidad, sino una de modos de presentación ante los demás, sean estos compañeros de un trabajo, de otro o sus familiares más cercanos. Por un lado, es un joven de Oaxaca que trabaja en una fábrica, operando máquinas, conversando con sus compañeros acerca de sus planes de vida. Pero cuando ellos se van y lo dejan solo, Lalo agarra el teléfono, se baja los pantalones y se saca fotos que sube a las redes sociales, parte de su otro trabajo en los diversos mundos del porno gay. Hay otro Lalo, también, que es el tipo solo al que le cuesta levantarse de su cama y que está al borde de la depresión. Y otro, el que coge una y otra vez, mecánicamente, en rodajes de películas del subgénero. Y hay uno más, que es el que le deja constantemente mensajes a una madre que supone preocupada por él pero que nunca le contesta.
En esta ficción armada con personas reales interpretando, uno imagina, versiones de sí mismos (Lalo Santos tiene cuentas en las redes sociales que son las mismas que aparecen en el film y, me veo en la curiosa obligación de aclarar, no son aptas para menores de edad), el realizador argentino de SOLDADO enriquece y lleva a zonas más complejas un estilo híbrido con el que ya trabajó en películas previas. En este caso, lo lleva a México, donde transcurre toda la película, cuya única conexión con la Argentina es la del equipo detrás de cámaras. Bah, de algunas de las cámaras…
PORNOMELANCOLIA ocupa la primera parte de su relato en describir la vida de Lalo, que es la que mencioné anteriormente, yendo de un trabajo al otro y pasando de su personalidad pública a otra, muy distinta, que tiene en el ámbito privado. Lo lleva por estudios y hospitales también, chequeando su muy controlada situación con el VIH, en lo que se presenta como uno de esos retratos que dejan a las claras que hay grandes diferencias entre lo que uno ve en una red social (Lalo como confiado sex symbol) y la vida privada de personas que, fuera de esos ámbitos, se muestran tan inseguros como vulnerables.
Pero el centro del relato pasará por una filmación que suena apta para ser mostrada en tono de comedia pero raramente lo es. Lalo es seleccionado para actuar en una película porno gay que cuenta la historia de la Revolución Mexicana. Y le tocará interpretar nada menos que a Emiliano Zapata, enfrentándose a situaciones en las que una discusión política sobre la revolución termina en una escena de sexo entre el tipo y, digamos, Pancho Villa. Hay muchos mitos sobre la hombría y el machismo que se ponen en juego ahí que la película presenta pero prefiere no profundizar. Serán los espectadores los que podrán sacar conclusiones al respecto.
No es que PORNOMELANCOLIA pase a filmar esa película, sino que se presenta como un «detrás de escena» del rodaje. Hay otro director, un especialista en el género, que la filma en paralelo, mientras que la cámara de Abramovich (es difícil saber cuánto hay de real en esto y cuánto de montado para la película) captura todo a modo de backstage, en un formato que no es tan distinto –bah, salvando ciertas diferencias– a lo que el realizador hizo cuando filmó AÑOS LUZ en el rodaje de ZAMA, de Lucrecia Martel. No verán las escenas de sexo porno aquí –si bien es una película con cierto contenido erótico no hay nada directamente pornográfico en ella–, sino que Abramovich intentará presentar, con enorme comprensión y de manera humanista, las vidas de Lalo y de otros compañeros de esa y otras extrañas aventuras en los márgenes del mundo del espectáculo.
Ese compañerismo del detrás de escena, mientras esperan la siguiente escena y conversan, es el corazón de PORNOMELANCOLIA, lo que completa y le da un carácter grupal al título. En el retrato de esa media docena de actores que se ganan la vida trabajando en este rubro, Abramovich logra capturar las cosas que comparten, los miedos, los placeres, las diferencias, los problemas, las alegrías y los conflictos de la profesión, pasando de charlas más fuertes (el tema VIH, por ejemplo, o cuando hablan de productoras o directores abusivos) a otras más cotidianas y hasta graciosas sobre situaciones que les ha tocado vivir en sus trabajos.
De ese modo Abramovich consigue plasmar una pintura generosa y humana a partir de una situación que, en otras manos, podría dar para búsquedas más perversas, satíricas o ampulosas. Dándole tiempo a que cada uno se exprese, mostrando algunas partes de sus trabajos y sus maneras de operar online, pero a la vez poniendo en primer plano las contradicciones con las que conviven (en el caso de Lalo, uno ligado a su familia) y cierta tristeza que por momentos los abruma, PORNOMELANCOLIA va dejando en claro que su título representa a la perfección lo que uno se encontrará al ver la película.
Si bien lo que más llamará la atención será la primera parte de esa palabra compuesta (y la que hará que algunos espectadores no avisados huyan despavoridos de las funciones oficiales del Kursaal de San Sebastián), Abramovich parece más interesado en hablar de la segunda. Se trata de una película que parece poner en primer plano una cosa –pueden imaginar qué–, pero en realidad pone otra, llámenla vulnerabilidad, fragilidad, miedo o confusión.