Festival de Venecia 2022: crítica de «The Happiest Man in the World», de Teona Strugar (Orizzonti)

Festival de Venecia 2022: crítica de «The Happiest Man in the World», de Teona Strugar (Orizzonti)

por - cine, Críticas, Festivales
02 Sep, 2022 03:52 | Sin comentarios

En una sesión de «speed dating» en Sarajevo, un hombre y una mujer de más de 40 descubren que sus vidas están conectadas en el pasado bélico de la ex Yugoslavia.

Si bien no se basa en una obra de teatro sino que se inspira en un hecho que vivió su guionista, THE HAPPIEST MAN IN THE WORLD bien podría trasladarse a un escenario. De hecho, tengo la impresión que ese sería su marco natural, en el que una historia de este tipo podría desarrollarse más fluidamente. En una pantalla de cine, su combinación de largas escenas de conversaciones (muchas de ellas en distintas mesas y con diferentes grupos de personajes) mezcladas con la necesidad de los protagonistas de hablar casi siempre de temas importantes –ligados a las consecuencias de la guerra civil en la exYugoslavia– la vuelven un tipo de película mecánica, previsible, de esas que parecen existir con el único objetivo de ofrecer algún tipo de tesis. En este caso, sobre la violencia, el trauma y la posibilidad del perdón en esa zona del mundo.

Más allá de que a todos les piden usar un delantal idéntico, todo empieza de la manera más inocente posible. Asja (Jelena Kordić Kuret) es una mujer de un poco más de 40 años que se ha anotado a un evento que se parece mucho a lo que se conoce como speed dating. En un enorme hotel del centro de Sarajevo, hombres y mujeres de distintas edades participan de esta mezcla de juego y ritual que consiste en ir conociéndose con personas del sexo opuesto (no hay excepciones a esa regla acá) según las indicaciones –más que sugerencias– de las organizadoras, dos mujeres que manejan todo como un par de amables pero a la vez severas celadoras. En algunos casos las parejas se arman en función de contactos previos.

Tal es el caso de los protagonistas. A Asja le toca en su mesa un flaco, desgarbado y un tanto extraño hombre de su misma edad, un tal Zoran (Adnan Omerović), con el que ya se había contactado antes online. Y allí comienza un juego de preguntas realizadas por las organizadoras cual animadoras de fiestas infantiles, que parte de las más inocentes (animal favorito, color favorito, así) y de a poco van tornándose un tanto más personales. Y a partir de eso empezaremos a notar que Zoran deja salir afuera ciertas zonas oscuras (no las típicas que alguien daría a conocer en una primera cita), se pone nervioso, va al baño a mojarse la cara, se angustia. Una respuesta de ella a una pregunta en particular lo desespera y torna casi violento. ¿A qué se debe?

No conviene adelantar mucho más. Lo único que es obvio es que existe una conexión entre ambos del pasado –ligada a la guerra en cuestión–, una de la que Zoran es consciente pero Asja aparentemente no. Y las revelaciones que aparecen irán poniéndola, de alguna manera, contra las cuerdas, obligándola a repreguntarse sobre su pasado, su historia y el rol que Zoran –que no casualmente la contactó online, claro está– pudo haber tenido en ella.

De a poco THE HAPPIEST MAN IN THE WORLD va dejando en evidencia su sistema. Las conversaciones de a dos pasan a ser grupales y en todas ellas aparecen «tipos» y personalidades diferentes. Está el que es religioso, la que no, el nacionalista, el que no lo es, el antiabortista, etcétera, en una colección de posibles oposiciones que cubren una gran cantidad de «temas importantes» y tipologías. Y en medio de todo eso se irá desatando el psicodrama entre los dos protagonistas, pasando de lo verbal a lo físico, de la mesa a otras habitaciones de un establecimiento que claramente representa a ese país en crisis.

Ese tipo de simbología vuelve al film de Strugar excesivamente alegórico y obvio. Sus ideas sobre «la reconciliación nacional» a partir de la historia de esta extraña y conectada dupla pueden ser valiosas desde lo humano, pero en lo que respecta a lo formal, se trata de un cine bastante perimido, ese tipo de películas con «grandes actuaciones» y momentos de descarga emocional que, de vuelta, tienen más que ver con modelos del teatro –también un poco antiguos, convengamos– que con cualquier otra cosa.