Viennale 2022: crítica de «Saint Omer», de Alice Diop

Viennale 2022: crítica de «Saint Omer», de Alice Diop

por - cine, Críticas, Festivales
27 Oct, 2022 06:11 | comentarios

La opera prima de ficción de la realizadora francesa, premiada en Venecia y representante de ese país en los Oscars, se centra en el juicio a una mujer a la que se acusa de haber matado a su bebé.

A mitad de camino entre LA PASION DE JUANA DE ARCO y una película de juicios un tanto más tradicional, la opera prima de ficción de Alice Diop funciona en una extraña zona en la que sus similitudes con cualquier película de abogados, alegatos, preguntas y respuestas no hacen más que alejarla, en lo profundo, de esas mismas películas. Los recursos están ahí y se parecen mucho a los clásicos usados en Hollywood. Pero si uno observa con un poco más de detalle se dará cuenta que las diferencias –desde lo procesal hasta lo temático– son muchísimas.

Tras varios documentales, Diop llega a la ficción con un modo de acercamiento formal que no es tan distinto al de sus películas previas: sereno, riguroso, concentrado, prolijo. Filma con elegancia y cuidado pero eso no convierte a sus películas en experiencias frías o desangeladas. Al contrario. Lo que logra, de a poco y por acumulación, es ir pasando de la contención más absoluta a momentos y situaciones emotivas y dolorosas.

SAINT OMER se basa en un juicio real que tuvo lugar en esa ciudad en el año 2016 y que tuvo mucha difusión mediática. Allí, Laurence Coly (Guslagie Malanda), una joven mujer francesa de familia senegalesa, fue juzgada por haber matado a su bebé de apenas 15 meses, a quien habría dejado en el borde del mar para que se lo llevaran las olas. El asesinato, de ser cierto, es terrible y da la impresión que nada de lo que se diga o se haga puede justificarlo. Y apenas comienza el juicio queda claro que no hay intención de discutir el hecho, sino la manera en la que se llegó a él. Dicho de otro modo: Laurence (no es el nombre real de la verdadera acusada) cometió el crimen, pero se declara inocente.

Pero antes de llegar a eso Diop elige un ángulo y perspectiva diferente para observarlo. La historia en cierto modo la cuenta Rama (Kayije Kagame), una escritora y profesora universitaria con muchas similitudes con la acusada. Ambas son de origen senegalés, tienen complicadas relaciones con sus familiares, no tienen nada que ver con el «cliché» del inmigrante sin educación (se han recibido de la universidad y tratan de invisibilizar un poco sus orígenes) y, además, ahora Rama está embarazada, algo que no le cuenta a su pareja que, como es el caso de Laurence, también es blanco.

Rama piensa escribir una crónica sobre el caso centrada en la figura de Medea –acaso la asesina de bebés más famosa de la historia de la literatura–, y viaja a presenciar el juicio en cuestión para tratar de entender qué motivó a Laurence a actuar como actuó. Durante la primera mitad de SAINT OMER seguiremos más que nada los detalles personales y biográficos del caso, tratando de entender cómo la tal Laurence –una chica educada en las mejores universidades y que «habla muy bien», como comentan los periodistas que siguen el juicio, como si fuese algo sorprendente– llegó a hacer lo que hizo.

Su relato, cuestionado por fiscales y jueces pero siempre en un tono respetuoso, es también uno de invisibilidades varias, de conflictos familiares, de malas relaciones personales y de sutiles maltratos. Y respecto al asesinato en sí, su defensa es casi «mística»: «algún espíritu me llevó a hacerlo, no fue mi decisión», dice. La justificación metafísica puede resultar rara viniendo del tipo de chica que ella es, pero de a poco la película va a ir tratando de desentrañar, por un lado, a qué se refiere con eso. Y, por otro, a lo que en el fondo implica ese tipo de comentario. Hay «algo», muchas cosas y circunstancias, que la llevaron a hacerlo.

La película no intenta justificarla sino entenderla. Y, a través del personaje de Rama, que va cobrando más y más peso en la segunda mitad del relato una vez que la historia empieza a afectarla a ella más de lo que imaginaba, vemos cómo esa historia de vida es aplicable a muchas mujeres como ellas, presionadas por la familia, invisibilizadas por la sociedad a niveles brutales, incapaces de tomar una decisión propia sin ser juzgadas. Y esta decisión, por espantosa que sea, parece colocarlas en algún otro lugar, poner en evidencia el tipo de vida que les toca vivir.

Además de lo temático, lo más fuerte y llamativo de SAINT OMER es su rigurosa y medida apuesta formal. La película no intenta ser exhaustiva sino precisa, transcurre en un 80 por ciento o quizás más dentro de la sala de juicio, y se escuchan alegatos, testimonios, preguntas complejas y todas las cosas que conocemos sobre este tipo de película. Pero los planos son más largos, cercanos a los rostros de los personajes y muchos de ellos fijos. Y, en algún momento, la resolución del caso pasa a ser lo de menos. Lo importante es la experiencia de vida que la película pone, literalmente, en primer plano. Es una historia trágica, violenta y brutal, pero está contada de una manera empática, hasta comprensiva. Es una película compleja, con algunas aristas que seguramente se prestarán al debate, pero que de a poco y sin que se note demasiado va generando un fuerte impacto emocional.