Festival de Mar del Plata/Estrenos: crítica de «Pinocho», de Guillermo del Toro y Mark Gustafson (Netflix)
Esta extraordinaria adaptación del clásico cuento de Carlo Collodi une a la perfección los temas del original con las personales obsesiones del director de «El laberinto del fauno». Llega a los cines el 24 de noviembre y, a Netflix, el 9 de diciembre.
Vamos a decirlo sin vueltas: PINOCHO, de Guillermo del Toro, es una obra maestra o algo que se le acerca mucho a eso. Una película casi perfecta, en la cual todos los elementos funcionan extraordinariamente bien y se conectan entre sí de maneras en las que un director solo puede soñarlo. El mundo de Carlo Collodi y el del realizador mexicano se combinan y multiplican, transformando a este clásico cuento en algo quizás superior al texto original, una historia sobre la vida, la muerte, la libertad, el amor, el sacrificio y, sobre todo, la efímera magia de estar vivos.
Así como, en mi opinión al menos, Del Toro se había pasado un tanto de rosca en su homenaje al noir en NIGHTMARE ALLEY, acá la película vibra desde su primera escena, está más viva animada de lo que aquel film estaba con actores de carne y hueso. Se trata de una adaptación bastante libre, en la que el director mexicano (codirector, en realidad, ya que Mark Gustafson se hace cargo de la parte más estrictamente ligada a la animación) impregna a este cuento italiano con sus obsesiones personales de una manera que no traiciona jamás el espíritu de la original. Lo monstruoso, lo doloroso y, sobre todo, la muerte, aparecen en PINOCHO en primer plano, de una manera que claramente no estaba en las adaptaciones de Disney y que se acercan, en espíritu al menos, al original.
A eso Del Toro le agrega otro ángulo, uno que ha usado en películas como EL LABERINTO DEL FAUNO y EL ESPINAZO DEL DIABLO: la política. La historia transcurre entre guerras, con el ascenso del fascismo y de Benito Mussolini al poder, situación que se conectará muy directamente con las aventuras y peripecias de Pinocho y que le servirá al realizador para hacer una inteligente y necesaria (en estos tiempos, especialmente) fábula anti-fascista, sin por eso perder las ideas centrales de la historia que todos conocemos.
Del Toro le da un amplio espacio a lo que sería la «precuela» de la saga, contando la historia de Geppetto (con la voz de David Bradley) y su hijo, Carlo, con el que tenía una gran relación y quien muere en un absurdo accidente bélico. Geppetto queda devastado, se pasa años en estado catatónico, permanentemente alcoholizado y termina «creando» a esta criatura de madera una noche de alcohol y angustia. Hada azul mediante (muy distinta a las de Disney, con la voz de Tilda Swinton), el muñeco de pino cobra vida y lo llamarán, bueno, ya saben…
Pero Pinocho (Gregory Mann) tiene poco que ver también con el de otras versiones. Hiperactivo, bordeando lo irritante, maníaco y con una necesidad de experimentar el mundo sin importar cómo, de entrada asusta, molesta y fastidia a Geppetto. De eso de «obedecer», ni hablemos. Pero las desventuras en las que se mete (algunas de las cuales son las mismas que en el cuento original, otras inventadas para el film) terminan haciendo reforzar esa relación paterno-filial que cobrará una fuerte intensidad dramática sobre el final.
Hay invenciones y momentos extraordinarios (toda la relación de Pinocho con la muerte está manejado extraordinariamente bien –ya verán cómo– y se nota la sensibilidad mexicana del director para tratar el tema con cierto humor) y salvo por un par de canciones que no son demasiado efectivas y que podrían sacarse, la película no da casi pasos en falso. El trabajo de animación es asombroso en cada detalle, los personajes tienen carisma, son creíbles y, en algunos casos (como el de los «villanos» del circo como el Conde Volpe y el simio Spazzatura, además del propio Duce al que Pinocho llama «Dolce») tienen características físicas muy originales.
Del Toro y su equipo de animadores tiran toda la bolsa de referencias del mundo del arte en una película que hay que ver más de una vez para notar la manera en la que esos detalles aparecen y cobran importancia. Pero si bien es una película imponente y en algún sentido bastante seria, PINOCHO jamás abandona el humor y el ritmo de una aventura para toda la familia, similar en algún sentido a lo que supo hacer Tim Burton en sus buenas épocas como director de películas animadas. Personajes como Pepe Grillo (Ewan McGregor) pueden tener menor peso que en otras versiones pero funcionan como comic relief y lo mismo pasa con otros personajes secundarios que mejor no adelantar.
Si bien la subtrama que une a Pinocho y al hijo de un capo fascista es la más seria y adulta de la historia, el Duce, de hecho, funciona también de un modo cómico, por no decir patético. Pero todos los elementos se conectan entre sí de una manera tan redonda y fluida que es difícil separarlos y desmenuzarlos uno por uno. Es un drama político sobre el verdadero sentido de la libertad, una película de aventuras para toda la familia, una reflexión sobre las relaciones de padres e hijos y, más que cualquier otra cosa, una película sobre la vida y todo aquello que le da sentido.