Series: crítica de «Cowboy de Copenhague – Temporada 1», de Nicolas Winding Refn (Netflix)
Una enigmática mujer con poderes misteriosos recorre el siniestro paisaje del mundo criminal de Copenhague en esta serie del realizador de «Drive». Estreno de Netflix.
Viendo COWBOY DE COPENHAGUE es inevitable pensar en las diferencias entre el cine y las series, al menos tal y como se conocen y comercializan. Una puesta en escena como la de Nicolas Winding Refn, de por sí, no debería generar ninguna sorpresa si uno se topa con una película suya en un festival de cine. Los tiempos del relato, los movimientos de la cámara, la fotografía, el tipo de universo y de personajes bien podrían ser parte de algún film suyo visto en Cannes. Uno lo observaría y sacaría conclusiones respecto a si funciona o no. Ahora bien, cuando uno se acerca a ese mismo planteo en el contexto de una serie de televisión y en el marco de Netflix la sensación es otra, muy distinta. Lo que en un festival de cine es una estética posible entre muchas otras, acá es algo así como un desafío radical a los formatos imperantes. Lo que allá no sorprende, acá obliga a abrir los ojos. Lo que allá no necesariamente predispone a nada, aquí ya ubica al que lo mira en un lugar particular, lo lleva a preguntarse algo así como: «¿qué es lo que estamos viendo?»
Esto quizás pueda explicarse por el hecho de que casi no existe una estética para las series similar a la que existe en el cine, por ejemplo, en las películas que se dan en festivales. Salvo contadísimas excepciones (sobre las que hablaré luego), el formato narrativo y el modelo formal de las series responde al criterio «hollywoodense» o más o menos tradicional de relato. Por eso, cuando se ve algo que se escapa de esas líneas, llama la atención por sí mismo. Y predispone bien. Al menos a mí. Explico esto porque no soy particularmente fan del cine del autodenominado NWR. Algunas películas me han gustado un poco, otras menos, algunas menos que eso todavía. Por lo general me parecen autoindulgentes, reiterativas, con una estética adolescente que me tiende a agotar más allá de pequeños y específicos momentos de placer audiovisual que son innegables. Pero una serie de Refn en Netflix es otra cosa: cada capricho suyo me parece un desafío, cada acto de indulgencia lo siento como un rechazo a las leyes y los modelos de las plataformas, y muchas de las cosas que me irritan en cine acá me caen, sino bien, al menos mucho mejor que cuando las veo en una pantalla grande.
COWBOY… no es más que un compilado de modelos, formas, personajes, ideas y figuras retóricas del cine del realizador de DRIVER solo que en formato serial. No vi su anterior TOO OLD TO DIE YOUNG porque la idea de ver trece horas suyas me parecía intolerable, pero los seis episodios (y menos de cinco horas) de la nueva serie era un desafío manejable. Así que, sin promesas de completarlo, arranqué. Y si bien no fue del todo sencillo –el carácter hipnótico de muchos momentos tiene consecuencias, digamos, narcóticas– no solo lo terminé sino al final terminé apreciando la apuesta, el riesgo, casi el «middle finger» de Refn contra el propio sistema que cobija este producto.
¿Qué es COWBOY DE COPENHAGUE? Quizás no más que una serie de caprichos en busca de una trama, una «historia del origen» de algún tipo de superhéroe femenino cuyos detalles se conocerán más adelante o una proliferación de fetiches que se acumulan con un tenue hilo narrativo que los sostiene. Es probable. Pero es fácil también perderse en su perversa y oscura magia, en su carácter pesadillesco, allá donde David Lynch, Gaspar Noe y algún cineasta de acción asiático se juntan para crear una cámara de eco que regurgita otras películas. Es, en principio, una serie de gángsters centrada en una chica que posee alguna especie de poder, que termina metida en ese ambiente y que debe rebúscarsela para salir de allí lo más indemne posible, rescatando a otras posibles víctimas en el camino.
Como en todo producto NWR que se precie hay luces de neón (rojos y azules preferentemente), paneos larguísimos y a veces hasta circulares, cámaras lentas, bonitas prostitutas, bruscas escenas de sexo, música electrónica, gángsters asiáticos y del Este de Europa, tráfico de drogas, combates de artes marciales, personajes enigmáticos, tráfico de algún tipo (humano, animal) y un ambiente perverso, oscuro y pesadillesco, bello y espantoso al mismo tiempo. Todo eso aparece mientras seguimos a Miu (Angela Bundalovic), la diminuta, silenciosa y poderosa protagonista de la serie.
Miu llega a Dinamarca desde los Balcanes, en principio con la «misión» de ayudar a una mujer serbia para que quede embarazada, ya que supuestamente la chica tiene poderes para hacerlo. Allí es una inmigrante ilegal y pronto veremos que la familia que la recibe maneja un grupo de prostitutas con las que la chica termina conectándose y ayudando en algunos casos a escapar. Por fuera, también, en la que quizás sea la única evidentemente floja decisión de la serie, hay algunos hombres peligrosos que por motivos metafóricos tienden a «hablar» como cerdos, animales que rondan también el lugar en otra alegoría bastante banal. Al salir de la casa –luego de una serie de circunstancias–, Miu se irá enredando con gángsters chinos, traficantes del Este de Europa, abogados perversos, los citados «animales sexuales» y hasta otras criaturas que quizás tengan sus mismos poderes.
La excusa para la aventura tendrá que ver con un dinero que ella tiene que entregarle al mafioso chino para que permita el reencuentro entre una madre y su hija a las que el hombre tiene separadas. Pero esa será una puerta narrativa un tanto tramposa ya que a partir de allí las cosas no son tan claras como parecen. En algún punto, Miu tendrá de enemigos a todos los hombres que la rodean y deberá usar su talento, fuerza, imaginación y poderes para salir airosa del acoso y la violencia de esos «cerdos» que no ven con buenos ojos que una chica –encima una pequeña y de apariencia frágil– se meta en sus negocios y se los arruine.
El hilo narrativo será la excusa, decía antes, para la batería de recursos audiovisuales de Winding Refn. Y salvo en algunos casos que se tornan un tanto excesivos o redundantes, dará placer verlos, meterán a los espectadores que estén dispuestos a entrar en el narcótico juego en un espacio mental muy particular. Si bien el realizador no llega nunca a tener los niveles de imaginación y extravagancia de un David Lynch en, por ejemplo, TWIN PEAKS, es una referencia posible para entender qué tipo de mundo espera al espectador que no conoce la obra del realizador de THE NEON DEMON o de ONLY GOD FORGIVES. Los que sí la conocen –y, más aún, los que la aprecian y disfrutan– se harán un festín con COPENHAGE COWBOY, esta enigmática serie que, si Netflix o quien sea que la financie se anima a seguir arriesgando, seguirá un par de temporadas más fascinando y confundiendo por igual a los espectadores.
Anímate a ver TOTDY. Es un viaje hipnótico al límite de lo insoportable pero imposible abandonarla. Feliz de haberla visto, feliz de no verla nunca más.