Berlinale 2023: reseña de «Music», de Angela Schanelec (Competencia)
La nueva película de la realizadora alemana de «I Was at Home, But…» es una bella pero impenetrable versión moderna de «Edipo Rey». En competencia.
El cine de Angela Schanelec me resulta tan fascinante como intimidatorio. Hay algo en sus películas –algo que crece y crece con el correr del tiempo– que ya se pasa de demandante para ser excesivamente críptico, se plantea como un desafío al espectador en términos de comprensión. Me da la impresión –y esto es puramente subjetivo– que el suyo es un cine que invita y expulsa a la vez, como si la cineasta tuviera miedo o pudor de dejarse llevar por la belleza que pueden provocar sus imágenes y necesitara envolverlas en un rompecabezas que bordea lo incomprensible. No tengo usualmente reparos con los cineastas que exigen al espectador –concentración, tiempo, inteligencia, lo que sea–, pero mi sensación es que la realizadora alemana va un paso más allá de eso y bordea algo que solo se me ocurre calificar como cercano a la pedantería.
MUSIC es una película bellísima. Cuadro a cuadro, momento a momento, escena a escena, Schanelec compone y organiza las imágenes como la artista visual suprema que es. Uno podría quedarse largo rato observando en detalle cada uno de sus planos y hasta la manera poco ortodoxa en la que los combina. Si fueran composiciones musicales serían perfectas, extraordinarias. El problema es que no lo son. No estamos hablando de una cineasta observacional o del mal llamado «slow cinema» que precisa de la paciencia y el tiempo del espectador. No. Schanelec espera además que uno destrabe un trabalenguas narrativo que no solo es casi indescifrable sino que conspira contra la apreciación de la puesta.
Mi problema con MUSIC es que no me permite regodearme en su belleza formal porque siempre estoy tratando de entender qué es lo que está sucediendo. Y pocas veces logro hacerlo. Y esa fricción, que a algunos puede resultarle intelectualmente fascinante, a mí me fastidia, me pone a la defensiva. La película es una versión de EDIPO REY, de Sófocles, pero esto lo tuve que leer en la carpeta de prensa porque de otra manera no me hubiera dado cuenta. La realizadora de I WAS AT HOME, BUT… organiza las escenas como si no tuvieran relación aparente entre unas y otras. Es el espectador el que debe unir las pistas que va dejando a modo de ejercicio intelectual. Y esas pistas son, digamos, bastante difusas e inconexas.
Aquí todo empieza con lo que parece ser una mujer, de lejos, gritando y llorando en medio de una colina. Luego vemos otra figura pasar, cayéndose, como si fueran víctimas de algún accidente. Más tarde hay un bebé que nace en una cabaña semi-abandonada y un asistente social que se lo lleva y al parecer se lo queda. Su mujer lo cuida como si fuera un enviado del cielo y, en un momento a partir de ciertas llagas en los pies, entendemos que ese niño es adulto, que se va de vacaciones con unos amigos al mar, que se enreda en una serie de problemas, que termina en la cárcel y que, probablemente, se case y tenga una hija. Pero, lo juro, tampoco estoy muy seguro que eso sea lo que sucede.
En un momento me es imposible determinar quién es quién, cuánto tiempo ha pasado (mucho) y, sobre todo, qué es lo que está sucediendo. Lo que hago ahí es, básicamente, soltar y mirar las escenas de modo casi pictórico, como quien observa un cuadro. Algo similar pasa con la música. Como el título bien lo indica es algo que aparece en la historia (poco como para que sea ese el título) y el protagonista, dueño de una hermosa voz, cantará canciones de singular belleza y elegancia. Y como espectador uno las aprecia por lo que son en sí mismas, imposibilitado de conectarlas con el resto de lo que sucede.
Llamo «reseña» a este texto porque tengo la impresión que preciso volver a ver MUSIC y darle otra oportunidad a su sesgada lógica narrativa. Con anteriores películas de Schanelec me había pasado algo parecido –muchas mejoran en una segunda visión–, pero ninguna me había resultado tan impenetrable como esta. Verla a las 8.45 de la mañana promediando un festival de cine, convengamos, tampoco ayuda. Esto, obviamente, no es ni culpa de nadie (los festivales lidian siempre con este tipo de problemas), y menos aún de la directora, a quien no tiene porqué importarle las condiciones de recepción de sus películas. Pero lo que sí es una decisión suya es construir textos cinematográficos innecesariamente impenetrables. Y la de uno, como espectador, por momentos sentir que se le exige demasiado.