Series: crítica de «Bill Russell: Leyenda», de Sam Pollard (Netflix)
Esta serie documental de dos episodios se centra en la carrera deportiva y las luchas sociales de uno de los más grandes basquetbolistas de la historia. En Netflix.
La conexión es casual pero, creo, significativa. Veo este documental –o serie documental, son dos episodios cuya duración total es de un poco más de tres horas– muy poco después de que LeBron James festejara su récord como mayor anotador en la historia de la NBA, superando a Kareem Abdul-Jabbar. Al principio vi solo los clips de sus festejos, en los que estaba visiblemente emocionado. No sabía que su equipo, Los Angeles Lakers, había terminado perdiendo ese partido y que hoy está lejos de la clasificación a los play-offs. Escucho a Bill Russell acá hablar de su desinterés por los premios individuales, de que su única motivación era la victoria de su equipo (los Boston Celtics, durante toda su carrera), se nos cuenta cómo rechazó ser parte del Salón de la Fama y ni siquiera se prestó a grandes homenajes a su carrera. Me pregunto qué pasó entre aquella época y esta para que un deporte de equipo se haya convertido en uno en el que se festejan los logros individuales como si lo demás no importara.
No negaré la trascendencia del récord de LeBron, pero se trata de un festejo individual después de la derrota de su equipo. Asumo que Russell, cuyo principal y gigantesco récord es ser el único jugador en la historia en haber ganado once ligas (todas con los Celtics), jamás se hubiera permitido hacer algo así. No se festejan las conquistas personales sino los títulos de los equipos. James, hay que decirlo, es un deportista comprometido en lo social, como lo fue Russell, solo que en una época en la que es un poco más fácil hacerlo, más performativo y –al menos para tipos como él– menos problemático. Lo que cambió es la época… en muchos sentidos.
BILL RUSSELL: LEYENDA hace honor a su título. Se trata de uno de los mejores basquetbolistas de la historia, alguien que ayudó a quebrar muchas barreras raciales en los años ’50 y ’60, que vivió en una ciudad en la que buena parte de la gente lo maltrataba y que se dedicó pura y exclusivamente a tratar de que sus Celtics ganaran todo: en 13 temporadas se llevó 11 títulos. Pero Russell, un hombre comprometido con los derechos humanos y la igualdad racial, jamás olvidó los maltratos y desprecios. Era un gran competidor que quería ganar todo para su equipo pero era consciente que, afuera de la cancha, era víctima de prejuicios y racismo como cualquier otro afroamericano. Y aún cuando no lo fuera, tenía muy en claro qué era lo más importante para él fuera de los estadios.
La película de Sam Pollard (que hizo el documental CITIZEN ASHE, mezcla similar de apreciación deportiva y reconocimiento a la vida como activista del tenista) recorre de un modo preciso, cronológico y organizado las campañas del jugador, su relación con el juego (era un extraordinario defensor pero tenía sus limitaciones como tirador), su rivalidad con Wilt Chamberlain (otro de los grandes de la historia), su creciente participación en la lucha por los derechos civiles en el contexto de los años ’60 y deja bastante de lado su vida personal y familiar de este mito que falleció en julio de 2022.
El formato incluye material de archivo –que hay mucho y muy bueno–, entrevistas a grandes jugadores de la época y actuales –algunos hechos ahora, otros antiguos, incluyendo a Magic Johnson, Shaquille O’Neal, Stephen Curry, Jerry West y varios de sus colegas– y la lectura, con la voz de Jeffrey Wright, de los libros autobiográficos de Russell y de muchos textos que escribió para diarios y revistas a lo largo de los años, que iluminan las ideas y la personalidad del atleta. La última parte del documental, la centrada en sus años posteriores a su carrera deportiva, es apurada, caótica y desorganizada, por lo que no llega a narrar con el mismo nivel de detalle las luchas sociales en las que estuvo involucrado ni otras circunstancias de su vida.
Lo que allí sí se logra ver es una suerte de reconciliación personal, empujado por amigos y familiares, con su propia leyenda, aceptando algunos homenajes, celebraciones y hasta una medalla de honor dada por el presidente Barack Obama. Pero aún en esos eventos se lo nota un tanto incómodo, todavía discutiendo el concepto de «estrellas» y de «fans» que siempre lo conflictuó y que hoy es el modus operandi de las celebridades deportivas con sus millonarias cuentas de Instagram. Russell no firmaba autógrafos, no regalaba demasiadas sonrisas de cortesía (cuando se reía, se reía en serio) y, en el fondo, sabía que los aplausos, festejos y ovaciones de su público no ocultaban del todo esa cuota de racismo que sintió toda su vida. El hombre no jugó para su gloria personal, ni para romper récords, ni para los fans, ni para la ciudad que lo albergó, de modo incómodo, durante más de una década. Jugó para su equipo, sus compañeros, su gente. Y, aún sabiendo que había cosas mucho más importantes que el básquet en su vida, ganó once campeonatos. Por todas esas cosas se transformó en leyenda.