Estrenos online: crítica de «Tetris», de Jon S. Baird (Apple TV+)
Esta comedia de espionaje industrial se centra en los problemas en los que se mete un empresario para conseguir los derechos para comercializar el videojuego fuera de la Unión Soviética, donde se creó. Con Taron Egerton y Toby Jones. Estreno: 31 de marzo por Apple TV+.
Primero, una aclaración. Pese a lo que más de uno creyó en su momento (me incluyo), no es esta una película que replica el juego Tetris en formato cinematográfico. Es que se han hecho tantas y tan curiosas adaptaciones de videojuegos al cine que uno tranquilamente podría pensar que a alguien le pareció una buena idea crear una trama centrada en… diferentes bloques que caen y a los que hay que colocar en filas. Pero no es eso. Si bien la película juega con la estética del Tetris –y de la época–, lo que se cuenta aquí es la muy específica historia casi de espionaje internacional ligada a cómo se logró que ese juego inventado por los rusos en la época de la Unión Soviética pudiera comercializarse en el resto del mundo.
Dirigida por Jon S. Baird (EL GORDO Y EL FLACO), la película presenta de entrada un tono entre nostálgico y ligero, jugando un poco con la estética de los juegos de limitada resolución gráfica de la época. Taron Egerton (ROCKETMAN, KINGSMAN) interpreta a Henk Rogers, un empresario nacido en Holanda, criado en los Estados Unidos pero que vive con su esposa y sus hijas en Japón. Y la película lo sigue a través de las complicadas negociaciones que se llevaron a cabo a fines de la década del ’80 para lograr que los soviéticos cedieran a compañías occidentales (como Atari, Sega o Nintendo, la que termina representando Rogers) las licencias para comercializar el juego –y aquí viene el gran problema– en sus distintos formatos.
Inventado a mediados de los ’80 por un tal Alexey Pajitnov (Nikita Efremov) trabajando para una compañía estatal –como todas en la URSS–, el Tetris se convirtió en un furor tal en ese país que hizo bajar la productividad de los empleados. El primero que se entera de este suceso y compra los derechos es Robert Stein (Toby Jones), quien se los vende al empresario mediático británico Robert Maxwell. En paralelo, Rogers se entera también de la popularidad del producto y convence a Nintendo de negociar para ellos otros derechos, que podrán ser aprovechados por el nuevo producto estrella de la empresa: el luego mítico GameBoy.
Pero no todo será fácil porque los empresarios británicos creerán que los derechos son de ellos, Stein quiere renegociar por su cuenta, entre los propios soviéticos no se ponen de acuerdo qué hacer (unos quieren ir con Henk, otros con los Maxwell) y Henk se encuentra en medio de Moscú, espiado y perseguido por todos, en una situación propia de una película de espionaje internacional de los ’80, con agentes secretos de la KGB, golpizas, amenazas de prisión y envíos de comprometedores… faxes.
Todo es muy lo-fi. Desde los juegos que entran en un viejo floppy disk hasta la imposibilidad de comunicarse al exterior desde la Unión Soviética pasando por lo inocentes que parecen esos tiempos de los videojuegos comparado a lo que son hoy: una industria que maneja miles de millones de dólares. En cierto modo el éxito de Tetris sirvió para que ese negocio diera un salto económico importante y el arriesgado Rogers fue una figura fundamental para lograrlo.
La película intenta crear una tensión cómica entre las partes muchas veces usando un recurso casi teatral de ir y venir entre cuartos y negociaciones, jugando a dos o tres puntas con los implicados, a quienes los soviéticos tratan de manipular para conseguir más dinero. El problema, quizás, es que el conflicto en términos concreto es tan pero tan específico (digamos que todo se concentra en la diferencia entre derechos para computadoras, para Arcade Games —fichines, le dirían por acá–, para formatos manuales como el GameBoy y así) que a veces se torna confuso.
Baird intenta resolver este problema creando personajes muy marcados desde la caracterización y los acentos: Maxwell, su hijo Kevin, Stein, los soviéticos –que se dividen entre los más serios que pertenecen a la empresa y los más corruptos de la KGB–, Henk y sus colegas de Nintendo, la familia japonesa de Henk y el propio creador del juego. Pero más allá de que eso facilite la comprensión de la historia, uno siente que la experiencia debe haber sido mucho más fuerte para los que la atravesaron que por lo que se cuenta aquí.
TETRIS se toma evidentemente varias libertades con la historia real –que la película, con un guiño, reconoce– y tiene algunas atractivas ideas al ir utilizando imágenes propias de las gráficas de esos juegos en medio de otras escenas, pero más allá de esa ligereza simpatía que le quieren adosar a la historia, no es del todo atrapante como debería serlo. Quizás lo más «rentable» para la película sea que uno, inmediatamente después, quiera buscar alguna versión del Tetris, volver a jugarlo después de muchos años y darse cuenta que sigue siendo tan incomprensiblemente adictivo como lo era entonces.