Series: crítica de «Amor y muerte», de David E. Kelley (HBO Max)

Series: crítica de «Amor y muerte», de David E. Kelley (HBO Max)

Esta serie de siete episodios se centra en una mujer que, a fines de los años ’70 en un pueblo de Texas, tiene un affaire amoroso con un hombre casado que termina con una tragedia. Con Elizabeth OIsen, Jesse Plemons y Lily Rabe. Los tres primeros episodios ya están disponibles en HBO Max.

Hay casos policiales que quedan grabados en la memoria de un país. No porque sean necesariamente espectaculares –muchos lo son, pero no todos– sino porque tocan algunos nervios y sensibilidades sociales que están a flor de piel. A tal punto el caso de Candy Montgomery es así que existen no una sino dos series sobre el mismo tema. En Star+ está disponible CANDY, estrenada el año pasado, con Jessica Biel en el rol protagónico, mientras que AMOR Y MUERTE recupera la misma historia con Elizabeth Olsen en el papel principal.

Es inevitable un leve SPOILER de la serie ligado al caso policial que la motiva. De hecho, ya se habla de eso en la propia sinopsis: hay un asesinato, muy violento y con un hacha, que parte en dos (perdón por la broma) la trama, un hecho inesperado y cruento que es el que volvió famoso lo que de otra manera sería, simplemente, un caso más de un engaño matrimonial. No vi CANDY por lo que no puedo comparar una con otra, pero la serie de Kelley tiene a su favor, además de un extraordinario elenco, un tono que no es paródico ni «canchero», más allá de algunos momentos y decisiones fuera de lugar. Se toma el asunto sin ironía, con seriedad, cierto humor y se hace algunas preguntas respecto al rol de la ley y la justicia.

Todo empieza en 1978, finales de una década en la que muchos adultos comenzaron a preocuparse por su «realización personal» y a mostrarse interesados en la experimentación sexual en medio de una cultura que siempre había priorizado las obligaciones familiares y la monogamia. Cambios de parejas, tríos, drogas, etcétera: ciertos aspectos de la contra-cultura de los ’60 habían arribado, años después, a los suburbios. El cine porno había llegado al mainstream, el aborto pasó a ser legal y las píldoras anticonceptivas se volvieron masivas. Todo dentro de la segunda ola de feminismo que había empezado a cambiar ciertos hábitos culturales en ese país.

En ese contexto hay que entender lo que sucede ya que, de un día para otro, a Candy se le mete en la cabeza que quiere tener un affaire, un romance. Su marido Pat (Patrick Fugit, aquel periodista adolescente de CASI FAMOSOS) es un matemático que está pendiente de su trabajo, de mirar la TV y no le presta mucha atención. Y un día, mientras juega un partido de voley en el pequeño pueblo de Texas en el que vive se roza físicamente con Allan Gore (Jesse Plemons), el marido de su amiga Betty (Lily Rabe) y es como si de golpe localizara el objetivo: tener un affaire con él. Puramente sexual, dice, nada de «emociones».

Allan no es la elección más obvia por muchos motivos. No es particularmente atractivo ni lúcido y, lo que complica más las cosas, el tipo no desea tener un romance extramatrimonial. Sí, tiene problemas con su nerviosa mujer, que está embarazada, pero es una familia bastante religiosa –todos van a la iglesia, pero ellos se lo toman bien en serio– y al hombre no le apetece eso de ser un «pecador». Pero Candy es convincente y atractiva y, luego de un tiempo, empiezan a tener citas en hoteles en la ruta, usualmente de día y con comida de por medio. Un affaire que la serie presenta más como un procedimiento que como algo pasional.

De todos modos, cuando Betty tiene a su bebé, Allan decide cortar por lo sano y terminar el romance. Candy no lo toma bien y entra en un periodo de angustia. Tiempo después y por circunstancias que no conviene adelantar, las cosas se ponen violentas y hay un crimen. Denso, horrible, inimaginable. De esos que convocan a la prensa de todo el país que se pregunta cómo es posible que una mujer como Candy lo haya cometido. Bah, si es que lo cometió.

AMOR Y MUERTE es una miniserie de siete episodios perfectamente dividida en dos etapas, con el hecho en sí separándolas. Los tres primeros capítulos se centran en las idas y vueltas de ese romance prohibido. En el cuarto se comete el crimen, cuyos detalles la serie presenta de un modo vago, poco claro, dejando la incógnita de qué pasó. Y los tres siguientes se centran en entender bien lo que sucedió allí, las consecuencias emocionales y, más que nada, en el juicio que siguió al hecho. Aquí cobran peso nuevos personajes (el abogado Don Crowder, defensor de Candy, que interpreta un intenso Tom Pelphrey) y entra a tallar el tema de la manipulación de la justicia y de la interpretación de los hechos.

La serie creada por el veterano showrunner de ALLY MCBEAL va por caminos relativamente previsibles, pero de todos modos hay decisiones y elecciones que resultan inquietantes, empezando por el propio disparador en sí. No es el típico romance pasional que suele –en la ficción pero también en la vida real– generar muertes a su alrededor. Es, además, uno que ya había concluido para cuando el crimen se comete. Es una muerte que pone en conflicto dos épocas y dos maneras de entender ciertos conceptos de familia y comunidad. Lo que para Candy puede ser un intento de modernizarse y de abrazar su independencia, para Allan y Betty es algo más tortuoso, ya que lo viven desde una perspectiva más conservadora y tradicional. Es, de algún modo, la misma batalla cultural que sigue al día de hoy, más de 40 años después de aquellos hechos.

Si bien los diálogos son por lo general funcionales, sus episodios se estiran más de la cuenta y hay incomprensible tendencia a poner temas musicales de la época todo el tiempo (es cierto que a Candy le gustaba cantar a viva voz en el auto, pero no hace falta una docena o más de canciones), AMOR Y MUERTE funciona más que nada por los caminos curiosos en los que el caso se va metiendo y por las actuaciones de una dupla fantástica como son Olsen y Plemons. Ella, haciendo una versión un poco menos intensa que su personaje de WANDAVISION –otra «esposa de suburbios» de familia tipo y problemas matrimoniales un tanto más excesivos– y él, todo dudas, sudoraciones y nervios, alguien que se metió en un camino cuyas curvas eran inimaginables.

Al no querer SPOILEAR el crimen en sí se hace complicado analizar lo que sucede en el ámbito de la Justicia. En principio cabe decir que casos como estos ponen en consideración cómo las apariencias, los trucos de juzgado y la pelea por el control de la narración pública son tan o más importantes que los hechos concretos y las evidencias. No es nada que no sepamos –cientos de series y películas han mostrado y analizado esa manera de entender la justicia–, pero AMOR Y MUERTE vuelve a dejarlo en claro. En algunos casos, quizás este sea uno de esos, no todo se explica con culpables y víctimas, con buenos y malos. Ciertas cosas tienden a ser bastante más complicadas que eso. Como uno de los personajes lo dicen en un momento: «Es una tragedia americana». Ni más ni menos que eso.