Series: crítica de «Bronca» («Beef»), de Lee Sung Jin (Netflix)

Series: crítica de «Bronca» («Beef»), de Lee Sung Jin (Netflix)

Un incidente en un estacionamiento provoca una guerra de agresiones entre un hombre y una mujer que se extiende, de modo cada vez más violento, a lo largo del tiempo. En Netflix.

Hurt people hurt people», dice una frase de uso bastante común en inglés. La expresión, traducible como «las personas dañadas dañan a otras personas», puede ser un tanto discutible en su lógica, pero en BRONCA encuentra un canal perfecto para expresarse. Es una serie de diez episodios cuyo concepto central es ese. O, yendo más allá, un estudio de cómo esa gente rota necesita de otros iguales para sacar a la luz toda esa oscuridad que lleva adentro.

Si bien puede ser vista como una comedia negrísima, BRONCA (BEEF, en inglés, expresión que no se refiere a la carne sino que puede ser usada como «tener una pelea» o «una discusión» con alguien) es un estudio bastante denso del género humano, uno que puede ser explicado de una manera igualmente brutal, algo que la propia serie hace cuando, en un curioso diálogo cerca del final, dos personajes hablan de cómo los bebés son las criaturas más egoístas y malvadas que existen, «pero no nos damos cuenta porque no tienen palabras para articularlo».

La visión del mundo que propone BEEF es cruel y bestial, pero a la vez su creador, Lee Sung Jin (DAVE), ha encontrado una forma entretenida, excesiva y hasta desaforada de ponerla en práctica. No es la típica serie (o película) que puede ser dejada de lado de un plumazo por esa visión despiadada y cruenta del género humano ya que no hay desde la puesta en escena o el guión un desapego clínico respecto a sus personajes. Al contrario, hay una empatía que es llamativa en función del catálogo de maldades que son capaces de cometer. Y ese extraño balance permite que uno, como espectador, pueda conservar cierto cariño por sus protagonistas por más despiadado que muchas veces sea su comportamiento.

Todo comienza de una manera casual, una que cualquiera pudo haber vivido personalmente. Danny (Steven Yeun, de la serie THE WALKING DEAD y la película BURNING) sale un tanto enojado de un supermercado en el que no ha podido devolver un producto por no tener el recibo. Al arrancar su camioneta se topa con un auto blanco al que casi choca. Hay un bocinazo, el auto pasa y por la ventana el conductor la saca el famoso y agresivo middle finger. Danny, que no está particularmente calmo, reacciona persiguiendo al coche en una carrera violenta y agresiva por las calles y avenidas de un barrio de Los Angeles, carrera que provoca destrozos pero que termina con el SUV blanco zafando de la situación. Al llegar a una lujosa casa y bajarse del auto vemos que lo conduce una mujer, Amy (Ali Wong, la comediante de ALWAYS BE MY BABY y AVES DE PRESA), igual de agitada y tensa por lo vivido.

Danny tiene una vida muy distinta a la que parece tener ella: es un «contratista» o, más bien, un tipo que hace pequeños trabajos ocasionales en casas, vive en un motel con su hermano menor –que vive pendiente de los videojuegos y de invertir en criptomonedas– y atraviesa un complicado momento económico por motivos que ya se verán pero que derivó en que sus padres tengan que regresar a vivir a Corea. Lo de Amy es muy diferente. Casada con un pretencioso pero amable artista de familia japonesa (ella es de origen vietnamita) y con una metida suegra que es la viuda de un artista aún más reconocido y económicamente valorado, Amy tiene una pequeña y simpática hija, vive en una lujosa casa y planea vender su negocio de plantas a una millonaria inversora encarnada por María Bello.

Las apariencias opuestas disfrazan algo que tienen en común: una bronca y violencia interior que necesitan descargar. Generada por cuestiones muy distintas e históricas, sale en ellos de la peor manera posible. Y al toparse entre sí se vuelven, curiosamente, el uno para el otro. Ninguno está dispuesto a dar el brazo a torcer, pase lo que pase, y descargarán en el otro sus broncas y frustraciones individuales. El querrá averiguar de quién es el auto y cometerá una pequeña venganza casera. Ella hará lo propio, primero con agresiones online y luego de una manera un tanto más siniestra. El subirá la apuesta. Ella también. Y así hasta que la historia tome las características casi de un dibujo animado, una mezcla de película de los hermanos Coen con un capítulo de EL CORRECAMINOS.

Durante sus primeros seis episodios las cosas se mantendrán, digamos, dentro del orden de lo manejable y, digamos, realista. Las agresiones de ida y vuelta serán cada vez más densas pero estarán jugadas desde la comedia y tendrán límites en cuanto a su alcance. En el interín iremos conociendo más y mejor las vidas de Danny y de Amy e iremos notando que no es la primera vez que actúan de maneras egoístas, crueles y desconsideradas. Y que no será la última. A Amy le cuesta mucho «contenerse» en el amable clima familiar que la rodea, clima que ella considera aburrido pero que hace esfuerzos por sostener ya que no quiere fallarle a su hija. Y Danny va revelándose como un vividor nato, un tipo complicado y oscuro que hace negocios un tanto espurios y no teme quedarse con dinero ajeno.

En los últimos episodios las cosas ya pasarán a mayores y la serie entrará, a la vez, en una zona inquietante y otra bastante absurda. Mejor no explicar qué sucede allí, pero la cosa se pone más y más densa, conocemos más acerca del pasado de ambos y por momentos BEEF toma las características de una bizarra serie de acción. Viniendo del estudio A24, productor también de la reciente TODO EN TODAS PARTES AL MISMO TIEMPO, uno puede pensar que esta serie, también centrada en familias asiático-americanas, toma algunos elementos enrarecidos de esa premiada película. Ya verán a qué me refiero. En principio, no parece la mejor elección posible, ya que la serie de Lee se manejaba hasta ahí a partir de códigos más realistas y, sí, ansiedades reconocibles.

Esos problemas –y algunas subtramas innecesarias de esas que suelen estirar todo en los episodios del medio– impiden que BRONCA tenga la bestial fuerza que pretende tener desde su propuesta. De todos modos se trata una serie frontal, dura, absurdamente cómica, físicamente bastante violenta y emocionalmente hasta angustiante. Uno puede estar o no de acuerdo con la visión del ser humano que presenta Lee, pero lo cierto es que su guión no los juzga ni los condena. Son personas complicadas que cometieron y siguen cometiendo actos miserables, pero que a la vez pueden ser explicados (no justificados) por sus propias historias. Y los actores hacen maravillas para que, pese a todo, podamos seguir entendiéndolos… al menos en parte.

Hablando de su vida, Danny lo dice en una ocasión: «no podemos culpar de todo lo que somos a nuestros padres», haciéndose cargo de su parte en el caos que ha creado alrededor suyo. La serie de Lee no parece estar del todo de acuerdo –algunos flashbacks intentan demostrar que mucho de lo que son viene de experiencias infantiles un tanto ásperas–, pero aún así tampoco se pone a condenar ni a buscar culpables. Esas broncas, esos días de furia, esas personalidades tóxicas pueden ser explicadas y a la vez no, pueden tener que ver con algo familiar, con algo nunca dicho (la serie repite varias veces la idea de que en las familias asiáticas los problemas se esconden y no se habla de ellos), con la propia experiencia cotidiana de sentirse desplazado, «ninguneado», poco valorado. Quizás es lo de menos encontrar un motivo. Lo central aquí es que, cuando dos potencias así se saludan a los bocinazos y alzando el dedo mayor, todos sabemos que es el principio de una bella enemistad.