Cannes 2023: crítica de «Killers of the Flower Moon», de Martin Scorsese (Fuera de Competencia)

Cannes 2023: crítica de «Killers of the Flower Moon», de Martin Scorsese (Fuera de Competencia)

por - cine, Críticas, Festivales
20 May, 2023 07:39 | Sin comentarios

Este épico film del director de «Toro salvaje» se centra en lo que sucedió en Oklahoma, en la década de 1920, cuando una comunidad indígena se hizo rica al descubrir pozos de petróleo en sus territorios y empezó a ser asediada y masacrada por los hombres blancos. Con Leonardo DiCaprio, Robert De Niro, Jesse Plemons y Lily Gladstone.

En un mundo paralelo al que conocemos hoy los habitantes de un pueblo originario de Oklahoma son millonarios y viven rodeados de lujos mientras los hombres blancos les sirven, les abren las puertas de sus autos y les cuidan a sus niños. Ese «mundo paralelo» existió, durante un periodo de la década de 1920, en Osage County, hasta que se acabó. O, mejor dicho, fue lenta y perversamente finiquitado, destruido, aniquilado. Eso, entre otras cosas, cuenta KILLERS OF THE FLOWER MOON, la nueva, compleja y fascinante película de Martin Scorsese, que funciona a mitad de camino entre la película de gángsters, la épica histórica, el western y la más negra de las comedias.

Todo empieza con una casualidad cósmica. En medio de una reservación indígena aparece petróleo. Mucho petróleo. Y en pocos años sus habitantes pasan a ser los reyes sino del mundo al menos de ese estado. Cómo si fuera un noticiero de la época Scorsese resume los acontecimientos en solo unos minutos. Y todo lo mencionado en un principio aparece con el ya clásico estilo de los newsreels del cine mudo. Hay algo fascinante en esa descripción un tanto cómica –la película en más de un sentido es una oscurísima comedia– de esa realidad que hoy suena insólita. ¿Cómo sería el mundo hoy si las cosas hubieran seguido así, con los «poderosos» de siempre sirviendo a los eternamente marginados?

No iba a durar, está claro. Para cuando Ernest Burkhart (un notable Leonardo DiCaprio sacando maxilares para afuera en la escuela Brando-De Niro-Brad Pitt) llega a la región en la que creció después de pelear en la primera guerra mundial (bueno, de cocinar para los soldados allí), ese universo, que no existía cuando se fue, está en plena expansión. Ernest llega a Fairfax, Oklahoma, y se pone a trabajar a las órdenes de su tío William «Bill» Hale (Robert De Niro, en un villano monumental de la manera más discreta posible), dueño de campos y ganado en la zona y uno de los pocos blancos con tanto dinero como la Nación Osage. Además de dólares, «King» (así le gusta que lo llamen, o «Tío Bill») tiene poder y contactos. Y si bien dice amar a los Osage y hasta habla su lengua, no tan secretamente tiene planes para «volver a poner las cosas en su lugar». Y para eso qué mejor que Ernest, un tipo no particularmente brillante al que le gustan el dinero y las mujeres, en ese orden.

A lo largo de tres horas y media Scorsese irá mostrando los siniestros –algunos planificados, otros improvisados– planes para liquidar de a poco a los Osage paso por paso, persona por persona, familia por familia, como si una maldición hubiera caído en la región, algo con lo que los criminales juegan, sabiendo las creencias un tanto más místicas que económicas de muchos indígenas. Hay asesinatos violentos pero también envenenamientos y otros formatos del exterminio de la época. El gran enigma de la película es Ernest, un tipo que se enamora realmente de una mujer de la Nación Osage llamada Mollie (Lily Gladstone) pero que de todos modos es parte del plan que incluye matar a toda su familia. Y, si hace falta, quizás también a ella.

Cómo acostumbra en muchos de sus films, Scorsese reserva buena parte de su tiempo para describir el funcionamiento del mundo en el que viven los personajes, quiénes son, qué hacen y, fundamentalmente, cómo se maneja la complicada economía del lugar –muchos nativos tienen su dinero «controlado» por los bancos y/o los blancos, lo que genera muchos casamientos por conveniencia–, en la que todos quieren su tajada, sea como sea. De a poco, en etapas que se presentan de un modo un tanto llamativo –de vuelta, los apuntes cómicos sorprenden por lo inesperados, casi como si Martin coqueteara con el estilo de los hermanos Coen–, KILLERS OF THE FLOWER MOON nos presenta un panorama negrísimo, ya que nada parece poder evitar el horror de lo que se viene. Y ni la justicia ni los petroleros tienen intención de que las cosas sigan así.

La investigación del FBI sobre el caso –de hecho el libro en el que se basa tiene como uno de sus subtítulos «el nacimiento del FBI»– pasa a segundo plano y recién cobra peso cuando aparece Tom White (Jesse Plemons), bien entrada la segunda mitad de la película, a intentar poner un poco de orden y límites a lo que los espectadores ya conocemos. Scorsese no juega con el suspenso o el misterio de si serán o no descubiertos los criminales: lo deja clarísimo de entrada. Su intención a la hora de cambiar los roles protagónicos –originalmente DiCaprio iba a encarnar a este agente– pasaba por quitarle peso a los «federales» y darle más lugar a la Nación Osage y a la compleja relación entre Ernest y Molly, cruenta historia de amor que bien podría ser la metáfora perfecta de la manera en la que los Estados Unidos tratan a sus pueblos originarios.

Son más de 210 minutos densos en sucesos e información, que van empezando a cerrarse sobre sí mismos y a ganar en intensidad cuando Molly empieza a enfermar y, a la vez, las matanzas de indígenas se vuelven más brutales e intensas. Es cierto que la película podría ser un tanto más breve –hay escenas de diálogos muy largas–, pero a Scorsese parece interesarle más desarrollar a los personajes que ponerse en plan de director de un western clásico o un thriller tradicional. De hecho, muchas de las conversaciones entre De Niro y DiCaprio serán para ver repetidas veces una vez que la película esté en la plataforma Apple, luego de estrenarse en las salas de cine.

KILLERS OF THE FLOWER MOON es compleja, además, porque sus dos protagonistas son bastante detestables: uno por cínico, el otro por ambicioso. Y si bien Scorsese acostumbra tener ese tipo de personajes principales, es distinto ser un gángster que mata a una banda rival o un banquero que estafa a alguna gente que cuando son responsables de crímenes en masa. Pero es Gladstone la que le da a la película la entereza y dignidad que necesita, ese personaje con el espectador se conecta, por más que pase buena parte del film casi como una inválida. Y la relación que Mollie tiene con Ernest es una versión enrarecida de la que muchos protagonistas de Scorsese tienen con sus parejas, en la que aún ante situaciones de tensión y de una siniestra violencia (acá no es declarada sino, digamos, inyectada) se puede notar que existe un amor genuino. O algo que se le parece bastante.

Con un final apoteósico y que, en algún sentido, corre la famosa cuarta pared entre la ficción y el detrás de escena, Scorsese parece apostar a una suerte de despedida. Como se espera de él, no se trata de un adiós emotivo ni melodramático, sino un cierre crítico, lúdico y áspero que es el más apropiado para la historia que se ha contado y la que el realizador de BUENOS MUCHACHOS ha narrado a lo largo de buena parte de su carrera: la de un grupo de personas que intenta funcionar por fuera de las reglas económicas de los Estados Unidos (pueden ser gángsters, boxeadores, dueños de casinos, estafadores, asesinos o, en este caso, casuales beneficiarios de pozos petroleros) y que son maltratados y castigados por el poder de turno, esos que quieren quedarse con todo y que saben que pueden imponerse sobre los demás. Al final, en el juego del cine y en el de la supervivencia, la casa siempre gana.