Cannes 2023: crítica de «La fille de son père», de Erwan Le Duc (Semana de la Crítica)

Cannes 2023: crítica de «La fille de son père», de Erwan Le Duc (Semana de la Crítica)

por - cine, Críticas, Festivales
26 May, 2023 05:01 | Sin comentarios

Un padre cria a su hija pequeña por su cuenta después que la madre desaparece sin dar explicaciones. Hasta que un día, 16 años después, la encuentra. El film del director de «Perdrix», protagonizado por Nahuel Pérez Biscayart, es la película de clausura de la Semana de la Crítica de Cannes.

En el comienzo veloz, casi de película de animación, que tiene LA FILLE DE SON PERE, Etienne juega al fútbol, conoce a una chica llamada Valérie, se enamora de ella, tienen una hija y Valérie desaparece. Se sube a un auto y se va. Explicaciones, no hay. Reapariciones, tampoco. Estaba y ya no está. Y Etienne queda solo con la niña, llamada Rosa, y algunos familiares que ayudan, un poco, cuando las cosas se complican. A partir de ahí, la nueva película del director de PERDRIX (ver crítica acá) será una curiosa película de familias, centrada en la relación entre un padre y una hija que crecen juntos y aprenden a superar un momento muy difícil de sus vidas.

Pero Le Duc no se caracteriza por tener un estilo ni realista ni convencional. Lo suyo corre por caminos más parecidos a Michel Gondry, algo de Wes Anderson, un poco de Jean Pierre Jeunet o los citados films de animación. Los personajes corren y la cámara corre con ellos, la música es un elemento importante en muchas escenas sin diálogos, y la dirección de arte y la puesta en escena son estilizadas, deliberadamente alejadas de cualquier tipo de realismo. No es fantasía pura sino una forma ampulosa de la realidad, movida por sentimientos muy reconocibles pero dentro de un estilo personal.

Nahuel Pérez Biscayart encarna a Etienne (cuando es más joven tiene algún tipo de efecto digital de rejuvenecimiento en el rostro) y el argentino es un actor cuya cara y fisicalidad son ideales para este tipo de interpretación que por momentos parece de cine mudo. No siempre lo usa –cuando quiere puede ser el más realista y crudo de los actores–, pero tiene la mirada y el cuerpo perfectos para volverse, casi, una marioneta de sí mismo, su propio personaje de animación. Y por ese lado se juegan aquí las cosas, con una comicidad un poco triste, como corresponde a una buena comedia.

Pasa el tiempo y Rosa es adolescente. Etienne, que es entrenador de fútbol en el club del pueblo en el que viven, tiene una buena relación con ella aunque por momentos se pasa de cargoso, de «cuida». En el medio, Rosa (a esa altura interpretada por Céleste Brunnquell, de la simpática comedia de 2022, FIFI) ya tiene novio y todos parecen llevarse más o menos bien, más allá de las incomodidades en los que su padre pone a la joven pareja con su tendencia a meterse donde no le corresponde. Y Etienne también está en pareja con Hélène (Maud Wyler, de la reciente versión de IRMA VEP), una pianista con la que todos se llevan muy bien.

La armonía familiar empieza a quebrarse por varios motivos –más que nada por cuestiones ligadas a la independencia de Rosa–, hasta que sucede algo inesperado: mirando un programa de noticias por televisión Etienne ve entre la gente, en Portugal, a Valérie. O cree verla, ya que han pasado 16 años y no está del todo seguro. Y tiene que decidir qué hacer con la noticia. ¿Ir a buscarla para averiguar qué pasó? ¿Decirle a Rosa, quien parece más enojada que traumada por el abandono, e ir con ella? ¿O dejar la supuesta noticia de lado y no hacer nada?

NO LOVE LOST –tal el título en inglés, bastante cambiado respecto al original– juega con esa historia en tono de fábula, de cuento, uno que tiene que ver también con algo que parece irse escribiendo en un modo literario por uno de los personajes mientras los hechos se desarrollan por uno de los personajes secundarios. Es una historia compleja, con momentos duros y otros amables, pero en el modo de Le Duc se la presenta más como un cuento raro, con momentos extravagantes y otros más clásicamente emotivos.

La combinación por lo general es feliz y funciona. Otros momentos –algunos más «fantasiosos», cerca del final– bordean el exceso y/o el ridículo, pero es un tipo de apuesta formal que acepta y tolera ese tipo de desmadres, esos que suelen existir también en las películas de Gondry o en algunos de los otros cineastas antes citados. Le Duc no llega a ser del todo manierista, no se enamora del dispositivo creado y sabe cuando es el momento para soltar, para abandonar la necesidad de siempre estar poniendo un elemento extraño y disruptivo en las escenas, soltando ahí las emociones de los protagonistas de un modo no tan mediatizado por los recursos formales. Y allí, cuando uno menos se lo ve venir, la película conmueve.