Estrenos online: crítica de «Mixed by Erry», de Sydney Sibilia (Netflix)
Un joven DJ y sus dos hermanos napolitanos arman una industria creando mixtapes musicales y compitiendo con los grandes sellos en la Nápoles de los años ’80. En Netflix.
Esta comedia italiana de época puede pasar desapercibida dentro de la amplia programación de Netflix –más aún con un título un poco anodino para los no italianos como MIXED BY ERRY— pero es una encantadora sorpresa y uno de sus títulos originales recientes más agradables y entretenidos. Para los que atravesamos los años ’80 y la cultura de los casetes y los mixtapes será casi como un viaje en el tiempo, con la diferencia de que Nápoles tiene algunas peculiaridades que no se encuentran en otras ciudades. Es la historia real de tres hermanos que, cuando empieza la película, son encarcelados y recibidos allí como héroes. ¿A qué se debe ese inusual recibimiento?
La película de Sydney Sibilia (director de la exitosa SMETTO QUANDO VOGLIO y sus dos secuelas) se centra en tres hermanos del barrio de Forcella, en Nápoles, y los retoma cuando son niños en los ’70 y colaboran con su padre en un negocio turbio: vender botellas de whisky a turistas en las que en realidad han metido te. Enrico –al que llaman Erry– es el más tímido de los tres y tiene sueños de convertirse en DJ. Su modo de comunicarse, de ganar amigos y acercarse a la gente es preparar casetes con sus canciones favoritas.
Como el tipo es enciclopedista en su conocimiento –trabaja barriendo en una disquería– y tiene buen gusto, pronto sus mixes se vuelven populares a nivel barrial, la versión real y analógica de esos «si te gusta tal, te gustará tal otro» que ahora programan algoritmos en Spotify o similares. Con sus hermanos mayores (uno, más comerciante; el otro más en plan matón) deciden hacer un negocio con eso: comprar copiadoras, reproducir distintos tipos de mixtapes (por estilos, por autores, a pedido) y lo transforman en un verdadero negocio.
Funcionan muy bien porque son más baratos que los que se venden en las tiendas, porque no tienen limitaciones de sellos (puede poner lo que quiera en ellos) y muchas veces agrega cosas en los minutos libres que le quedan de un disco copiado para interesar a sus clientes en otros artistas. Todo esto tiene lugar a principios de los ’80, y la película pone algunos (no todos, supongo que por presupuesto) de los intérpretes solicitados en su banda sonora: se escucha a Eurythmichs, Visage, Jackson 5 y mucho pop italiano, pero también se habla de Spandau Ballet, Duran Duran, Culture Club y muchos más. Pronto su negocio crece, tienen decenas de lugares donde copian y empiezan a ser buscados por la policía, un tanto torpemente. Y también por mafiosos y otros comerciantes que quieren ser parte del negocio.
Como toda situación de piratería musical, se trata de un crimen que mucha gente no considera demasiado relevante, por lo que colabora con los hermanos más que con la policía. El otro gran «secreto» de Erry (Luigi D’Oriano) es editar compilados con las canciones del Festival de San Remo a la mañana siguiente de que tuvieron lugar, algo que fascina a los compradores y desespera a los policías. «¿Cómo lo hacen?», se preguntan. De a poco la película se transformará en un thriller un tanto cómico en el que los cambios de la tecnología (el paso del casete al CD) y las diferencias de opiniones entre los hermanos (algunos quieren seguir creciendo, Erry no tiene tantas ambiciones) van a ir llevando, bueno, a eso que vimos de entrada.
Simpática, entradora, nostálgica y casi toda hablada en dialecto napolitano, con un montón de apuntes que traerán a los de más de 40-45 recuerdos de su infancia y adolescencia (en Buenos Aires, en los ’80, era habitual ir a algunos negocios ubicados en galerías comerciales a grabar discos caros e importados en casetes vírgenes TDK por precios mucho menores, si bien no es comparable al impacto industrial de «Mixed by Erry»), la película italiana muestra claramente que la piratería es tan eterna como la industria musical y audiovisual. Su estreno para las mismas fechas en las que se cierran, una tras otra, plataformas que permiten circular contenidos de forma «pirata» deja en claro que, de modo analógico o digital, esta es una batalla que llegó para quedarse y que no se liquidará fácilmente.