Series: crítica de «Black Mirror – Temporada 6», de Charlie Brooker (Netflix)

Series: crítica de «Black Mirror – Temporada 6», de Charlie Brooker (Netflix)

La última temporada de la serie de terror y ciencia ficción es despareja en sus temas y resultados, pero tiene igualmente un par de muy buenos episodios. En Netflix.

Despareja como todas sus ediciones, la sexta temporada de BLACK MIRROR tiene, sí, algunas particularidades que la diferencian de la mayoría de las anteriores. En principio, son más episodios: un total de cinco con dos de ellos con duraciones propias de largometrajes. Pero en lo fundamental lo que diferencia a esta temporada es que parece haber abandonado, casi por completo, la ciencia ficción. O, mejor dicho, casi toda narración futurista que hacía a los espectadores usualmente preocuparse por las tecnologías venideras.

Los motivos quizás estén dados por la propia realidad: muchas de las cosas que se mostraban en viejos episodios de BLACK MIRROR son ahora parte de la cotidianeidad y, en algún punto, han dejado de expresar esa inquietud respecto al futuro. Quizás pensando en que el futuro se vuelve presente –y hasta pasado– muy rápido, su creador Charlie Brooker no ha querido jugar tanto con las tecnologías recientes. Es que, de la aparición de los chats de Inteligencia Artificial hasta el presente, da la sensación de que cualquier tecnología «del futuro» parecerá vieja en cuestión de meses.

De hecho, tres de los cinco episodios de la temporada transcurren en el pasado, otro en el presente y uno en lo que parece ser un futuro cercano. Ese es el primero y uno de los mejores, al menos en términos de sus ideas. Se titula JOAN IS AWFUL y se centra en Joan (Annie Murphy), una ejecutiva de una empresa que, tras pasar un día laboral despidiendo a una empleada y teniendo un affaire con su ex novio, vuelve a su casa y con su nueva pareja se ponen a ver Streamberry, que no es otra cosa que la versión ficcional de Netflix. Y allí eligen ver un programa nuevo, llamado «Joan is Awful», en el que Salma Hayek interpreta a una versión un tanto excesiva de Joan y en la que se la ve repitiendo lo que la chica acaba de hacer ese mismo día.

El episodio se centrará en los problemas que ese show le genera a Joan –el novio se va, la echan del trabajo, todo el mundo habla mal de ella– y en los intentos de la chica de hacerle un juicio a Streamberry por daños y perjuicios, algo que no podrá hacer porque ella aceptó ser parte de eso al bajar la aplicación (¿quién lee todos los «términos y condiciones» de cada app?). Y la participación en el show le traerá también problemas a Hayek (que interpreta a una versión de sí misma) por motivos que el episodio irá explorando. Si bien su tercer acto y resolución son un poco endebles, se trata de una pequeña historia que resuena bien con los temas de la serie y con su conexión con una realidad que, en el fondo, no es tan lejana.

El segundo episodio también tendrá como uno de sus enemigos al propio Netflix (perdón, a Streamberry), ya que aquí lo que se contará será la historia de una pareja estudiantes de cine que viajan a Loch Henry, el pueblo de él en las montañas de Escocia, con la intención de filmar un documental sobre la naturaleza. Pero una vez estando allí y tras escuchar la historia de un hombre que torturó y asesinó a muchos turistas llevando al pueblo a la ruina, Pia (Myha’la Herrold, de la serie INDUSTRY) querrá filmar esa historia, pese a la oposición de Davis, su novio, cuya familia se vio afectada también por aquellos crímenes.

Streamberry será parte de la trama ya que la propuesta de Pia será hacer un más convencional true crime, de esos que hay tantos en Netflix, y el episodio por momentos mostrará todos los clichés existentes en ese formato, en otra de las humoradas de Brooker para con la plataforma que distribuye su serie. Pero pronto la historia se convertirá, en sí misma, en una película de terror, sin dejar nunca las referencias cinéfilas de lado. Pese a no tener un carácter tecnológico ni futurista (salvo que los VHS cuenten como tales), LOCH HENRY, dirigido por Sam Miller, es quizás el cuento más efectivo y redondo de los cinco de esta temporada.

El tercero, titulado BEYOND THE SEA y dirigido por John Crowley, es un largometraje propiamente dicho, de 80 minutos. El problema es que su trama, ingeniosa en su presentación, no es lo suficientemente rica para tolerar esa duración. El episodio transcurre en un 1969 paralelo y combina dos hechos de ese año, que en la vida real sucedieron con menos de tres semanas de diferencia: la llegada a la Luna y los asesinatos de Charles Manson. Aquí no sucede ninguna de esas dos cosas pero sí versiones «ficcionalizadas» de esos hechos, ya que por un lado hay dos astronautas en una misión espacial y, por otro, hay un crimen sobre la Tierra en el que asesinan a toda una familia.

La conexión entre ambos espacios es que la familia que matan es la de uno de esos astronautas. Y la tecnología extraña que conecta a lo que sucede en la Tierra y el espacio es que, mientras cada uno de ellos duerme allá arriba, una «réplica» o avatar suyo ocupa su lugar aquí, permitiéndoles pasar cierto tiempo con sus familias. Serán virtuales pero se sienten como verdaderos. Pero cuando matan a la familia de uno (interpretado por Josh Hartnett), el hombre se deprime y su colega (Aaron Paul) lo invita a ser parte de la suya, convirtiéndose de a ratos en su réplica. Esto, previsiblemente, derivará en una serie de problemas que el episodio estira y no aprovecha suficientemente bien, reduciendo el planteo inicial a un vago triángulo amoroso.

El cuarto y más breve episodio transcurre, por motivos poco claros, en 2006 y se centra en una mujer fotógrafa (Zazie Beets, de ATLANTA) que está con problemas de dinero. La chica hace muchos trabajos tipo paparazzi y si bien lo odia es lo que más dinero le da. Cuando recibe la data de que una actriz muy famosa está encerrada en algún lugar de Los Angeles escondida tras haber sido echada del rodaje de una película en el Este de Europa –en la que se metió en serios problemas–, la chica sale a investigar su paradero y así poder fotografiarla. Pero se encontrará con una inesperada sorpresa. Se trata de un cuento de terror bastante tradicional que tiene un planteo relativamente interesante pero que va derivando en una serie de situaciones forzadas y un tanto caprichosas.

El último excede también los 75 minutos y transcurre también en el pasado, más precisamente en 1979, usando una estética propia del cine británico de género de esa época. Es la historia de Nida (Anjana Vasan), una mujer de ascendencia asiática que trabaja en una tienda de ropa y tolera agresiones racistas todo el tiempo en medio de un clima de crecimiento de los partidos de ultraderecha. Enojada por las agresiones pero sin atraverse a reaccionar recibe la visita de un demonio (Paapa Essiedu) que la convence de que tiene que matar a tres personas para prevenir la llegada del Apocalipsis.

Pese a sus reparos iniciales, Nida empieza a cumplir su misión, pero las cosas se complican en un episodio que toma la crítica mirada política que es tradicional en la serie (uno de los villanos aquí es un político del Partido Conservador) y la ubica en una época que fue clave en la historia británica. Si bien la trama en sí va perdiendo fuerza y bastante de su lógica con el correr de los minutos, es uno de los episodios más directos en cuanto a su contexto y contenido, haciendo evidentes paralelos entre aquella época de ascenso del racismo y las políticas anti-inmigratorias y la actual.

Despareja e irregular, con temáticas y formatos más tradicionales que los acostumbrados, esta temporada de BLACK MIRROR tiene a favor algo que ya se veía en la anterior, un menor grado de misantropía y crueldad respecto a sus protagonistas. A muchos les toca ser testigos y parte de situaciones violentas y despiadadas, pero por lo general si hay un villano aquí (salvo en el tercer episodio) son las instituciones o las empresas. Como Netflix –perdón, Streamberry– que te puede hacer entregar los derechos sobre tu vida para transformarla en entretenimiento personalizado. No lo digo yo, lo dice Brooker…