Series: crítica de «Soy Virgo» («I’m a Virgo»), de Boots Riley (Amazon Prime Video)

Series: crítica de «Soy Virgo» («I’m a Virgo»), de Boots Riley (Amazon Prime Video)

Un joven negro de cuatro metros de altura sale al mundo luego de haber sido criado en cautiverio y desata todo tipo de situaciones y problemas a su alrededor. En Amazon Prime Video.

Reconocido rapper de la banda de Oakland The Coup, Boots Riley recién comenzó a acercarse a la dirección cinematográfica de grande, labor que solo había experimentado haciendo videoclips de su banda de hip-hop político. Ese espíritu lúdico, inventivo, propio de los clips, se mantuvo en su opera prima SORRY TO BOTHER YOU, a la par de su contenido militante. Riley, de 52 años, no solo se reconoce como un hombre de izquierda y progresista sino que se define como comunista, algo que en los Estados Unidos suena casi suicida, al menos en términos «industriales». Y SOY VIRGO, su nueva, potente y muy pero muy peculiar serie –su primer trabajo desde aquella película de 2018– continúa por el mismo camino. Se trata de una comedia surrealista y, sí, militante que crea un mundo fantástico propio de una saga de superhéroes para contar la historia de un grupo de jóvenes negros que quieren, básicamente, acabar con el capitalismo.

Que todo esto exista bajo el paraguas de Amazon suena, en principio, un tanto extraño. Pero el propio Riley seguramente diría que es parte de las contradicciones o las falsas aperturas del capitalismo, que muestra un cambio cosmético pero que en el fondo no significa nada. SOY VIRGO, al principio, parece muy alejada de todo eso. Arranca como la historia de un gigante, una especie de Gulliver en Oakland, un chico que nace enorme y a quien sus padres (Carmen Ejogo y Mike Epps) lo esconden del resto del mundo durante toda su infancia y adolescencia. Cootie (Jharrel Jerome) llega a medir cuatro metros de altura y hasta tienen que construirle una casa a medida detrás del jardín, tapando todo para que nadie lo vea.

Pero, claro, Cootie se vuelve un adolescente aburrido que no hace más que comer, ver TV, leer cómics de superhéroes y mirar su celular (que se ve pequeñísimo en sus manos). Es un tipo inteligente en términos conceptuales –quizás por haber visto durante años la serie animada «Parking Tickets» en la que se combinan textos de poetas y filósofos con un humor absurdo y banal–, pero su falta de experiencia con el resto del mundo lo transforma en un aparente tontuelo. Alguien lo descubre casualmente, Cootie sale a la calle y en principio se transforma en una criatura simpática, que la gente del barrio mira con curiosidad pero sin miedo.

De hecho, hasta se hace de un grupo de amigos con los que sale por las noches –Felix, Scat y la muy politizada Jones, con quienes viaja en un auto descapotable, él sentado arriba del baúl– y con los que descubre la música, las fiestas y el contacto con la gente. En especial con Flora (Olivia Washington), una chica que atiende un local de hamburguesas al que él siempre soñó con ir desde su encierro, y con la que establece una rara afinidad. A la vez hay agentes que quieren hacer dinero con él y hasta una extraña secta que lo toma como una especie de profeta o salvador.

De a poco, sin embargo, las cosas empezarán a cambiar. El superhéroe que Cootie idolatra de los cómics existe en el mundo real (se llama The Hero, no tiene poderes reales sino dinero y tecnología al mejor estilo Bruce Wayne/Batman, y lo encarna a la perfección el gran Walton Goggins), pero pronto el tipo pasa a considerarlo un enemigo. Rápidamente los medios se hacen eco de eso y transforman al chico en un villano temible aunque jamás hizo nada. Y convengamos que a los habitantes blancos de la ciudad no les cuesta mucho transformar a un joven negro y enorme en un potencial criminal. El, sin embargo, no parece estar demasiado preocupado al respecto. Se lo ve feliz por ser parte del mundo y descubrir algo que se parece al amor.

Hasta que, en un momento, algunas desgracias personales y otras revelaciones cercanas –se verá que él no es el único con peculiares «poderes»– lo irán llevando a darse cuenta de las injusticias y desigualdades del mundo que lo rodea: pobreza, desocupación, gente echada de sus casas por no poder pagar la renta y lo que ahora se conoce como «racismo sistémico», especialmente a partir de un incidente ligado con uno de sus amigos. Teniendo además a padres con pasado en la militancia política, Cootie empieza a pensar que quizás pueda hacer algo para cambiar las cosas.

Si bien I’M A VIRGO comienza, casi, como una serie que parece más infanto/adolescente y surrealista que otra cosa, de a poco se le va sumando densidad emocional al absurdo inicial, un poco a la manera de BOJACK HORSEMAN. Uno perderá tiempo mirando cómo resuelven visualmente las diferencias de tamaño (la propuesta es indie en varios sentidos por lo que no esperen efectos especiales de última generación sino más bien resoluciones prácticas a la manera, digamos, el cine de Michel Gondry) y otras peculiaridades del mundo creado por Riley, pero promediando la temporada la serie dará un vuelco que partirá de lo personal –una de estas injusticias que sublevan a la gente– y se volverá directamente militante.

Riley no es un guionista muy sutil. Prefiere apuntar sus armas de modo directo, especialmente a través del personaje de Jones, que utiliza una manera si se quiere metafórica (una suerte de poder propio, ya verán cuál es) para expresar el contenido ideológico más evidente de la serie. En su segunda mitad, SOY VIRGO se convertirá en una versión indie y afroamericana de THE BOYS, en la que también un grupo de supuestos «villanos» tienen que encontrar la manera de lidiar con supuestos «héroes» controlados desde una corporación bastante fascista. Que todo esto salga de las entrañas de Amazon –ambas series las produce esa compañía– es un tema que Riley debería tratar en la próxima temporada de su extraña y fascinante serie.