Series: crítica de «The Bear – Temporada 2», de Christopher Storer y Joanna Calo (Star+)

Series: crítica de «The Bear – Temporada 2», de Christopher Storer y Joanna Calo (Star+)

La serie centrada en un grupo de personas que trabaja en un restaurante de Chicago regresa con una segunda temporada que está a la altura de la primera. Se verá aquí el 23 de agosto vía Star+

Tras la altísima vara dejada por la primera temporada, el desafío era complicado para los creadores de THE BEAR. ¿Cómo continuar con esa constante tensión del día a día en una cocina sin tornar el asunto repetitivo o monótono? Solo basta decir que han salido del problema de la mejor manera posible: centrándose en los personajes. Es que, además de su nervio constante, la temporada inicial de la serie creada por Christopher Storer –que ahora tiene a Joanna Calo como co-showrunner— permitía dar a conocer a una decena de extraordinarios seres humanos que la protagonizaban. Y en la segunda (SPOILER ALERT si no vieron la primera), ya sin un restaurante del que ocuparse en el día a día, se podría ocupar más de ellos en detalle.

Lo cierto es que lo han hecho de nuevo y THE BEAR sigue siendo una de las grandes series contemporáneas, un retrato creíble, realista y muy humano de una familia (o varias familias) ligada a un restaurante de Chicago. Y lo importante, más que nada, pasa por ahí. Es una historia de hijas y padres, de hijos y madres, de hermanos, primos y tíos, pero también de amigos y compañeros de trabajo («chefs») con los que se convive todos los días al punto de volverse una familia tan o más importante que la otra. De a poco, también, la serie se va atreviendo a hablar de relaciones de pareja, pero ese es un tema que todavía se mueve en un segundo plano al menos hasta, bueno, cierto momento…

En el medio de todo esto está el nuevo restaurante que Carmy Berzatto (Jeremy Allen White) quiere construir con el dinero que su hermano Michael (Jon Bernthal) le dejó escondido en latas de salsa de tomate. Y la temporada se organizará en torno a ese recambio. Fundamentalmente, se centrará en los meses en los que Carmy y su gente se dedicarán a prepararse para el nuevo emprendimiento. Ya no será la «sandwichería» The Beef sino un elegante restaurante llamado The Bear, con un misterioso «menú caótico», otro de esos términos propios del mundo de la alta cocina. Pero para eso hay que destruir, construir, conseguir dinero, permisos, definir el menú en cuestión, convocar a más gente, prepararlos, además de una serie de alteraciones del espacio físico que tomarán varios meses, si es que todos los obstáculos se superan.

Esa organización en torno a las doce semanas que faltan para la programada apertura –fecha que deben cumplir si no quieren meterse en problemas económicos, ya que además de la plata dejada tuvieron que pedirle un préstamo al tío Cicero (Oliver Platt)– es una excusa para explorar los conflictos de cada uno de los personajes y sus particulares vivencias, muchas de ellas ligadas al gran salto y desafío profesional que implica el nuevo proyecto, pero en un sentido más amplio relacionadas con sus vidas en general, sus fracasos previos, miedos y traumas.

Carm tendrá a su cargo el desafío de que el restaurante pase a ser del todo suyo y que lleve su impronta como conocido chef. A eso le deberá sumar la posibilidad de una historia romántica con una vieja amiga de la infancia llamada Claire (la excelente Molly Gordon) que lo ayuda en lo personal pero quizás lo desorganice en lo profesional. La pregunta que se hace es: «¿puede uno intentar tener una vida y «divertirse» con un trabajo tan demandante?» Con un rol casi igual en importancia, la sous-chef Sydney Adamu (Ayo Edebiri) tendrá que lidiar con similares problemas. El apoyo familiar lo tiene de parte de su padre (Robert Townsend), pero su temor a volver a fracasar la agobia. Necesita el reconocimiento a su labor, como sea.

Otros integrantes de la troupe de la cocina se verán enfrentados a desafíos personales y profesionales –desde Tina (Liza Colon-Zayas, extraordinaria), Fak (Matty Matheson) y Ebraheim (Edwin Lee Gibson), pasando especialmente por Marcus (Lionel Boyce), el encargado de los postres, que tendrá un episodio dedicado por completo a él–, pero lo central volverá a ser la familia. Por un lado estará Natalie (Abby Elliott), hermana de Carmy, ahora metida de lleno en el nuevo emprendimiento, a cargo de la parte económica y de otros «asuntos». Y, especialmente, el intenso Richie (Ebon Moss-Bachrach), que empieza la temporada perdido y sin saber qué hacer en un establecimiento como el que su «primo» planea pero que, en un episodio extraordinario, logra hacer un cambio importante.

Todo esto estará atravesado por problemas cotidianos constantes ligados tanto a los permisos legales como al dinero faltante pasando por la creación del citado menú, por contratar personal nuevo o asuntos relacionados con el funcionamiento de las heladeras, las pérdidas de gas o la rotura de paredes y techos por culpa del moho. Pero esas tensiones estarán siempre apuntaladas por lo que cada personaje atraviesa a lo largo de la temporada, que no es poco.

A esto, claro, hay que sumarle esa panorámica, bella y, sí, turística recorrida por Chicago –su centro, sus calles, su río, sus restaurantes, sin ocultar la crisis económica pospandémica que el comercio de la ciudad atraviesa–; la excelente música que atraviesa la temporada de punta a punta –Storer no tiene pruritos en mezclar Brian Eno con Taylor Swift, Pixies con Bruce Hornsby, The Durutti Column con Crowded House o Wilco con Dean Martin, entre muchos otros– y ese ya característico montaje intenso y nervioso que trae a la mente las películas de gángsters de Martin Scorsese… solo que aquí no hay armas a la vista más que cuchillos de cocina y problemáticos tenedores.

Hay un episodio del que todos hablarán (el sexto, que dura una hora y funciona a modo de flashback), en el que hay una serie de actores invitados de lujo, empezando por el ya anunciado Bob Odenkirk además de muchos otros que mejor será no spoilear (no es el único episodio con invitados, ya que hay tres o cuatro más caras muy conocidas que aparecen en otros). A riesgo de ser antipático debo decir que es el episodio que menos me gustó. No tanto por lo que se cuenta allí –más que nada lo caótica que era la vida de los Berzatto años antes, con el eje puesto en una celebración navideña– sino por la estructura forzadamente tensa, teatralmente dramática y un tanto exasperante que se genera allí. Storer reconoce esa influencia (ya verán cómo), pero eso no logra evitar que se sienta como un episodio melodramático transportado a una serie que suele ser mucho más sutil y menos obvia.

La sorpresa que provoca ese episodio (en muchos sentidos) rápidamente se supera cuando todo vuelve a la caótica normalidad de la construcción del nuevo restaurante. Es que es allí, en tiempo presente, en el que la serie resuelve mejor sus conflictos, cuando pone a los personajes a interactuar entre sí en situaciones tensas en las que pueden terminar sacando lo peor de sí mismos. El hecho de que no se maten entre sí todo el tiempo (la forma de pedir disculpas en la cocina, asumo, se volverá otro clásico) es también una muestra de la inteligencia que hay por detrás de la serie, ya que se asume aquí que aún en las circunstancias más complicadas y enervantes no necesariamente todas las personas se transforman en monstruos. Más bien, todo lo contrario. La empatía, la solidaridad, el amor por el otro –en sus distintas y confusas formas, hasta siendo brutal y tierno a la vez– demuestran ahí más que nunca ser el núcleo de esta gran serie.