Estrenos online: crítica de «Cash», de Jérémie Rozan (Netflix)
Un hombre consigue trabajo en una fábrica empaquetadora de perfumes y se arma un negocio paralelo robando algunos y vendiéndolos ilegalmente en este thriller francés con toques de comedia. Estreno del 6 de julio en Netflix.
El género de películas de robos (los llamados heist films) ha dado para grandes clásicos del cine. Si están razonablemente bien hechos es un género que suele funcionar muy bien ya que la actividad en sí –y poner al espectador del lado de los que la ejecutan– genera una tensión y un suspenso que le son propios. Las desventuras criminales que se cuentan en CASH son fascinantes y mientras la veía pensaba qué podría haber hecho alguien como Martin Scorsese con un punto de partida similar. De hecho, Rozan –un veterano de la publicidad y los clips– se inspira claramente en clásicos como BUENOS MUCHACHOS, pero la película en sí es más limitada en su ambición y efectividad. Para el espectador argentino, digamos que es más fácil hacer un paralelo con films como EL ROBO DEL SIGLO o hasta LA ODISEA DE LOS GILES que con cualquier otra cosa.
CASH (estrenada en algunos países como GOLD BRICK) tiene un guión muy inteligente y muy bien ensamblado ya que presupone una serie de idas y vueltas, dobles y triples traiciones que podrían ser muy complicadas de explicar pero que aquí avanzan con bastante claridad, aunque quizás de una manera más veloz que la necesaria. Si hay algo «criticable» en esta muy entretenida mezcla de comedia, drama y thriller es que se apura un poco en apilar situaciones y acumular personajes, impidiendo un flujo un tanto más elegante y quizás hasta profundo de sus temas. Al estar más preocupada por no perder un segundo la atención del espectador, se desentiende de todo eso otro –mayor complejidad en los personajes y densidad temática– que podría convertirla en una mucho mejor película.
Raphaël Quenard encarna a Daniel Sauveur, quien creció en la ciudad de Chartres, controlada económicamente por la familia Breuil, dueños de una empresa empacadora de grandes marcas de perfume. Daniel, que los odia desde pequeño –encima de todo, un cartel de la empresa le tapa la vista que tiene de la famosa catedral de la ciudad desde su casa–, quiere evitar depender de ellos pero en cierto momento se da cuenta de que no puede. Y con su gran amigo, apodado Scania (Igor Gotesman), terminan aceptando trabajar en la fábrica, en condiciones bastante deplorables.
La oportunidad de hacer un negocio aparece casualmente. A Daniel le regalan un perfume para celebrar la llegada a la presidencia de la empresa de Patrick Breuil (Antoine Gouy), que ascendió al puesto tras la muerte de su padre. Daniel vende el perfume online a menor precio que en los comercios y toma conciencia que hay un mercado ahí para ganar un dinero extra. Pronto se da cuenta de que existe la posibilidad de quedarse con algunos perfumes más para vender mezclándolos entre la basura y sacándolos de circulación. El negocio crece, la venta online se complica y Daniel empieza a trabajar con vendedores de mercados barriales y ferias. Todo parece funcionar a la perfección, pero Daniel quiere más, mucho más.
En paralelo a las acciones de Daniel y «Scania», la empresa vive una serie de cambios. Virginie (Agathe Rousselle) es contratada como jefe de personal y Daniel termina involucrándose con ella. A la vez, Patrick resulta ser un jefe bastante pusilánime y se deja convencer por unos supuestos especialistas de cambiar el sistema de seguridad, lo cual altera el modus operandi de Daniel y lo lleva a tomar decisiones cada vez más arriesgadas. Y como si esto fuera poco a Patrick lo convencen también que lo mejor que puede hacer es vender la compañía a un empresario un tanto turbio (interpretado por Grégoire Colin) que tiene sus secretos y sus trampas. Todo esto se mezclará, de maneras impensadas, con las actividades de nuestro ambicioso protagonista.
Rozan presenta su complicada trama de manera accesible mediante una scorseseana voz en off que va explicando el funcionamiento del sistema de empaque y ventas de perfumes, sus rutas, intermediarios y secretos. El protagonista es muy inteligente para darse cuenta de ciertos «chanchullos» del negocio y su plan –que comienza siendo casi uno de lucha de clases– empieza a ir más allá del hecho de acabar con el control de la familia Breuil. Es cierto que son los clásicos empresarios locales que se comportan como familias feudales y mafiosas, pero Daniel pasa de verse a sí mismo como un Robin Hood local que quiere hacer algo de justicia social para convertirse en alguien con un plan un poco menos noble y altruista que ese.
CASH no irá más allá en esos temas pero planteará, sí, el descontento de los obreros de fábricas explotados que encuentran una opción de ganar algo más de dinero robándole algo así como «cambio chico» a la empresas en las que trabajan por bajísimos sueldos. «Los maestros se roban lapiceras en sus escuelas y a nadie le molesta –dice Daniel en off–. Nosotros hacemos lo mismo con los perfumes». En algún punto, cuando las actividades lo lleven a tener que armar un grupo de ladrones más grande entre los empleados, se verá que la mayoría está más pendiente de sus beneficios y gustos personales que de la solidaridad social, pero de todos modos ese caótico grupo de casuales maleantes será mucho más simpático y tolerable que cualquiera de los empresarios.
Rozan tiene dificultades para desarrollar a esa docena de personajes o más que pasan por la película con roles relativamente importantes en su trama y eso lleva a que CASH no tenga demasiado peso por ese lado y pierda cierta fuerza y efectividad. Tomada como un entretenimiento amable, plagado de observaciones ácidas e inteligentes, se trata de una película que funciona muy bien, con un guión ingeniosamente estructurado que solo falla sobre el final, cuando abre demasiadas ventanas paralelas que debe cerrar de un modo un tanto apresurado. Pero más allá de esas debilidades, es una simpática sorpresa que se suma a la curiosa y no siempre satisfactoria línea de producción de Netflix en Francia.