Estrenos online: crítica de «Desaparecida: el caso Lucie Blackman», de Hyoe Yamamoto (Netflix)

Estrenos online: crítica de «Desaparecida: el caso Lucie Blackman», de Hyoe Yamamoto (Netflix)

Este documental de Netflix narra la historia de una joven británica cuya desaparición en Japón desencadena una investigación internacional y una incansable búsqueda de justicia. Estreno: 26 de julio.

El documental true crime ya es un material de exportación tal que se puede hacer uno en Japón y sale exactamente igual que sus pares estadounidenses. En el de DESAPARECIDA: EL CASO LUCIE BLACKMAN se da una combinación que habilita esa conexión: es un caso que sucedió en Japón pero los protagonistas principales son británicos. La gran y bienvenida diferencia de este documental con la mayoría de los otros del género es que en apenas 80 minutos resuelve su historia sin necesidad de entrar en los negrísimos detalles que encuentra durante horas y horas.

Esa especie de pudor puede llegar a ser la distinción principal entre DESAPARECIDA y los tantos otros documentales que hay sobre mujeres que desaparecen misteriosamente. Se trata, por cuestiones específicas del caso que verán al avanzar con la investigación, de una historia con la que se podría haber hecho un film de ficción de esos que están en el borde entre el policial y el terror. Aquí, fundamentalmente, se resume una historia mucho más abarcadora a partir del caso que la sacó a la luz.

Lucia era una ex azafata británica de 20 años que se fue a vivir a Japón en el año 2000. Al poco tiempo de estar allí fue reportada como desaparecida del departamento de Tokio que habitaba. La policía se comunicó con su familia y su padre, Tim Blackman, fue hasta Japón con su otra hija para apoyar la investigación, dándole a su vez una amplia repercusión en los medios ingleses. De allí en adelante la película se puede dividir en dos partes. Una, ligada a los choques culturales entre el padre inglés y los policías japoneses. Y la otra, al caso en sí.

La primera le da un interés extra al caso ya que Tim se topa allí con policías amables pero que, dice, mucho no parecen ocuparse del caso. El tipo, más rotundo y directo, empieza a tener conflictos con las autoridades y a investigar por su cuenta. A la vez el documental pinta muy bien las contradicciones que hay en un país que tiene una imagen pública muy limpia, prolija y ordenada –un periodista inglés comenta que todos los occidentales creen que allá no hay robos ni crímenes–, pero que en el fondo tiene zonas oscuras como en todas partes. Cualquiera que haya visto cine japonés lo sabe muy bien.

La parte de la estricta investigación policial está narrada con todos los mecanismos reiterados del documental true crime –entrevistas muy armadas y posadas, específicas reconstrucciones, planos urbanos con drones y así– pero van definiendo un caso que, en el fondo, es bastante estremecedor. La investigación al principio no avanza mucho (la policía cree que se fue a Tailandia o se metió en una secta), pero pronto empiezan a encontrar pistas más claras por el lado de las llamadas «anfitrionas» –una mezcla de escort y geisha muy específica de la vida nocturna japonesa que no necesariamente involucra cuestiones sexuales– y de allí va tirando el hilo para llegar a él o los posibles sospechosos de su desaparición.

No hace falta revelar más sobre el caso. Lo que es llamativo destacar es que, cuando se empieza a saber más acerca de las actividades de un posible sospechoso, la densidad de lo que se cuenta allí es sorprendentemente brutal, más que lo imaginable a partir de lo que el documental va dando a entender. De golpe, al saberse ciertos detalles, el caso de la investigación de la británica desaparecida se transforma en la más brutal película de horror imaginable. El documental, de todos modos, solo da a entender algunas de las cosas que suceden. El resto quedará para algún policial de terror japonés que tipos como Takashi Miike o Sono Sion bien podrían haber filmado.