Estrenos online: crítica de «Jockey», de Clint Bentley (Amazon Prime Video)
Un veterano y lastimado jockey atraviesa lo que pueden ser sus últimos días como profesional en este drama premiado en el Festival de Sundance 2021. Estreno de Amazon Prime Video.
Uno de los secretos no tan secretos de las llamadas «fórmulas» es que a veces funcionan. Uno puede prever casi todo lo que va a pasar en determinadas películas porque a lo largo del tiempo el sistema narrativo que utilizan se ha repetido con mayor o menor éxito cientos de veces, pero aún así puede caer rendido ante los placeres que otorga y lo bien que habita esos, si se quiere, lugares comunes. La fórmula o, digamos, el subgénero en el que se mueve JOCKEY no es ni el de las grandes superproducciones, ni el de las películas que compiten por los Oscars sino uno de los que, a lo largo de las décadas, ha funcionado muy bien en festivales como Sundance, donde no casualmente esta película compitió y fue premiada. Si uno logra superar ese listado de referencias formales y dramáticas que acumula este film de Clint Bentley se encontrará con una historia emotiva, entre triste y melancólica, sobre distintos tipos de dolor.
La «fórmula» que utiliza JOCKEY puede definirse mediante diversas comparaciones: tiene los espacios físicos y el tipo de fotografía de hora mágica de las películas de Terrence Malick (de hecho, se parece bastante a THE RIDER, de Chloe Zhao), el tono agridulce y ligeramente épico de ciertos dramas deportivos sobres segundas o terceras oportunidades (tomen como referencia a THE WRESTLER, de Darren Aronofsky y la actuación allí de Mickey Rourke) y algo de la discreción de algunos personajes de Clint Eastwood. Escrito así, JOCKEY puede parecer un combo de influencias demasiado evidente, pero cuando uno ingresa en lo que la película es –más allá de su vestimenta– es difícil no meterse de lleno en la propuesta, sentirse cerca de las vivencias y las tribulaciones de los personajes.
Clifton Collins Jr., un actor de ascendencia latina (sus apellidos originales son González González) que lleva casi tres décadas haciendo roles secundarios en cine y TV (es nieto de un actor que supo trabajar en decenas de westerns) tiene aquí esa gran oportunidad que el cine independiente le suele dar a actores con largo recorrido y pocas oportunidades de brillar en un protagónico. Aquí interpreta a Jackson Silva, un veterano jockey que ronda los 50 y que ya tiene el cuerpo lastimado de tantas caídas y accidentes, además de temblores y otros problemas físicos que comprometen su continuidad como profesional. Sigue, sin embargo, corriendo a las órdenes de su entrenadora, Ruth (Molly Parker), aunque es evidente que ya está más para retirarse que para seguir montando. El problema es que la mujer acaba de recibir un caballo que, según Jackson, es el mejor que montó en su vida. ¿Estará todavía en condiciones de correrlo en competencia?
Estando en Phoenix, más precisamente en el llamado Turf Paradise, se topa con un joven jockey que es considerado una promesa y con el que ya se ha cruzado en otros eventos. El tal Gabriel (Moisés Arias, el actor de ascendencia colombiana visto en MONOS) no solo es un gran admirador de Jackson sino que, un día, en un desayuno entre ambos, le dice que es hijo suyo. Jackson no lo cree pero la madre del chico es una mujer con la que él estuvo en esa época y no es imposible la conexión. Tras el shock de la noticia –y aún dudando si es verdad o no–, el veterano jockey empieza a tratar a Gabriel como si fuera su hijo, enseñándole algunos secretos de su profesión y, digamos, ciertas cosas de la vida. Ser, de algún modo, ese padre que nunca fue.
JOCKEY trabaja sobre ese eje y sobre la tensión romántico/sexual existente entre Jackson y Ruth, acaso la subtrama que se siente más prototípica en los papeles pero a la vez la que mejor funciona. Si bien la idea de que el veterano jockey y su amable entrenadora –una bonita y soltera mujer de cuarentaypico— se miren con ganas suene a un cliché apilado sobre otro, hay algo en la química entre los actores que trasciende lo que en otros casos sería una fórmula pura y dura. Las escenas entre ambos –conversaciones y confesiones, alguna copa de más y así– terminan siendo las más sentidas y elocuentes de la película, por más que el personaje de ella no esté lo suficientemente desarrollado.
Sin acontecimientos relevantes –hay algunas carreras que se asumen importantes pero Bentley no pone demasiado el eje en ellas y en general las resuelve de un modo muy seco y económico–, JOCKEY se va convirtiendo en un retrato de un hombre que se ve a sí mismo en el ocaso de su carrera, con el cuerpo maltrecho y con la sensación de arrepentimiento por el tiempo que no pudo o supo pasar con Gabriel. Y por más que intente recuperar el tiempo perdido con el chico a su modo, la vida lo sorprenderá con algunos giros inesperados.
Bentley no abusa de planos de caballos en medio del paisaje –otro clásico del subgénero en plan melodrama romántico–, pero sí le gusta filmar a sus personajes durante la caída o salida del sol, enfocar su cámara en los rostros curtidos de los jockeys y apelar a esa melancólica nostalgia que generan esas competencias deportivas que siguen funcionando en la periferia, como hace años, siempre con perfil bajo, sin pompa ni grandes brillos (asumo que el mundo en el que se mueve Jackson no es el de las grandes competencia nacionales o eso parece), como sucedía en aquel film con Rourke.
En ciertos momentos Bentley coquetea con un formato más cercano al documental, al usar a verdaderos jockeys compartiendo experiencias –y, sobre todo, accidentes, dolores y lastimaduras– en reuniones grupales y sociales. Son esos encuentros, ciertos momentos compartidos entre colegas aún más complicados que él, además de algunas fiestas con shots de whisky de más los que le agregan ese plus de verdad que la película tiene y que le permiten, otra vez, escaparle al cliché aún utilizándolo. Hay detalles, como la delicada música de los hermanos Aaron y Bryce Dessner (miembros de The National) y el tono bajo, casi susurrado que tiene toda la propuesta, que hacen que JOCKEY sea más que la suma de sus partes. Y es gracias a eso que los grandes dolores y las pequeñas alegrías que viven los personajes logran atravesar la pantalla.