Estrenos online: crítica de «Reality», de Tina Satter

Estrenos online: crítica de «Reality», de Tina Satter

Este drama está armado a partir del registro de audio de un interrogatorio del FBI a una joven traductora de la que sospechan que cometió un delito. Con Sydney Sweeney.

Para aceptar y entender mejor la extrañeza que genera una película como REALITY lo mejor es no saber mucho de qué va. Para las personas que siguen el día a día de la política estadounidense quizás sea un tanto más complicado –su caso tuvo cierta relevancia, aunque no tanta, allá por 2017–, pero para los que no estábamos al tanto del caso todo lo que pasa acá funciona de una manera extraña, en una zona intermedia entre el documental y el cine experimental.

Lo primero tiene que ver con el contenido. REALITY está escrita –primero como obra teatral, titulada IS THIS A ROOM, y luego como película– en base a las grabaciones de un interrogatorio del FBI. Todo lo que se escucha acá está sacado de esas grabaciones y el tiempo de la acción es bastante cercano al tiempo real de los hechos, más allá de algunas diferencias seguramente ligadas a largos momentos de silencio. Dicho de otro modo: lo que vemos bien podría ser una de esas reconstrucciones con actores que tanto se usan en los documentales, o en el llamado teatro documental.

Lo segundo está ligado a la forma. La realizadora, al pasar su historia del teatro al cine, decidió filmarla de una manera seca, extrañada, un tanto curiosa. Lo que da esa sensación, fundamentalmente, tiene que ver con el uso del sonido y cómo eso va generando un clima de inquietud en el espectador, especialmente en función de lo que va sucediendo en el interrogatorio. Algunos otros agregados (ligados a los contenidos «censurados» de esa conversación y cómo se los menciona) también ayudan a crear una sensación de extrañeza, de que estamos viendo una película que bordea lo experimental.

En cierto modo, REALITY tiene algunos puntos de contacto con THE ASSISTANT, la película de Kitty Green que, como ésta, se vio también en la Berlinale y luego se estrenó en una plataforma de streaming (Amazon Prime en aquel caso, HBO en este, al menos en Estados Unidos). Ambos films toman situaciones públicas de la vida real –en ese caso, el de Harvey Weinstein– y las transforman en experiencias cinematográficas un tanto enrarecidas, lejos de cualquier tipo de puesta en escena convencional.

Todo arranca de una manera más o menos seca y clínica, con un plano abierto de una oficina de trabajo en la que se ve en la tele y se escucha cómo el entonces presidente Donald Trump despedía de su trabajo en el FBI a su entonces director, James Comey, quien a su vez había revelado poco tiempo antes los emails supuestamente secretos de Hillary Clinton, un escándalo que para algunos fue en buena medida responsable de la derrota electoral de la ex senadora.

En la escena posterior es claro que no estamos ante un documental ya que aparece nada menos que Sydney Sweeney, la actriz de EUPHORIA, en un rol muy distinto al de aquella serie, bajándose de su auto en su casa de Augusta, Georgia, y topándose con dos agentes del FBI que tienen una autorización para revisar su casa, su auto y tomarle testimonio. Por lo que vemos, es una chica con aspecto muy común, en shorts y una sencilla camisa blanca, que llega a una discreta casa. Pero el operativo montado a su alrededor (pronto aparecen más agentes que empiezan a cercar el perímetro y a entrar en la casa) es muy impresionante, lo que lleva a pensar dos cosas: o ella es más importante de lo que parece o se trata de un error.

Como REALITY (un juego de palabras que tiene que ver con el carácter real de la historia, con lo que revela, pero también con el nombre de la protagonista, que tiene el curioso nombre de Reality Winner) pasa más de media hora de sus 80 minutos en una serie de procedimientos técnicos previos ligados al interrogatorio en cuestión –ver cómo desbloquear el teléfono, asegurarse que no haya armas en la casa y que el perro y el gato estén bajo control, entre otros asuntos–, lo mejor es dejar el resto de la intriga para que el espectador la vaya descubriendo de a poco.

En principio lo que veremos es a dos agentes del FBI (interpretados por Josh Hamilton y Márchant Davis) presentándose muy correctamente ante Reality, hablando de temas menores y en apariencia intrascendentes (el barrio, los animales, CrossFit, yoga y así) mientras la chica, nerviosa pero no tanto, se dispone con mucha amabilidad a ser interrogada. Lo que sí sabemos en esa primera parte de la película es que la chica es traductora de farsi y pashtún (los idiomas de Irán y Afganistán, respectivamente), además de ser o haber sido miembro de las Fuerzas Armadas.

En el interrogatorio, de a poco, se revelarán más cosas, detalles que tienen que ver con la seguridad nacional, con el rol que ella pudo o no haber tenido en ciertas divulgaciones de información y en cuestiones que parecen un tanto nimias a partir del modo tan burocrático de las preguntas y respuestas pero que quizás no sean tan menores. Revelar más, digamos, no entrará en rupturas de la seguridad nacional pero sí en el concepto –cuestionable pero expandido– del spoiler.

Lo cierto es que la extrañeza de la película tiene su encanto, genera su intriga y va llevando al espectador a seguir la evolución de una situación que parece en extremo rutinaria… hasta que no lo es. Y una vez allí –los actores irán por su parte interpretando dramáticamente de un modo cada vez más intenso los audios que sus textos siguen al pie de la letra– la película hablará de cuestiones centrales a la política estadounidense actual, cuestiones que fueron tema de agenda importante durante esos años.

Pero más allá de los temas ligados a la llamada «seguridad nacional», lo que hace que REALITY sea una película original es la forma que Satter encontró para hablar de un tema que bien podría haberse contado mediante un documental más convencional y que hasta tiene su propia página en Wikipedia (allí hay spoilers desde el primer párrafo). Su película es cualquier cosa menos eso. Y en una época en la que los desafíos formales en el cine estadounidense son muy pocos, es algo que se agradece.