Estrenos: crítica de «Estertor», de Sofía Jallinsky y Basovih Marinaro (Sala Lugones)

Estrenos: crítica de «Estertor», de Sofía Jallinsky y Basovih Marinaro (Sala Lugones)

por - cine, Críticas, Estrenos
27 Ago, 2023 09:51 | Sin comentarios

En esta incómoda y negrísima comedia cuatro empleados asisten a un genocida que padece Alzheimer y cumple prisión domiciliaria. Motivados por el aburrimiento y la desidia, encuentran diversión en hostigar al represor. El film de los directores de «Palestra» se estrena el 31 de agosto exclusivamente en la Sala Leopoldo Lugones.

Si PALESTRA, la opera prima de la dupla Jallinsky y Marinaro, era incómoda, ESTERTOR lo es por partida doble. O triple. Utilizando un formato y sistema bastante similar –es una pieza de cámara, casi, con un grupo mínimo de actores y prácticamente una sola locación–, esta singular pareja de realizadores argentinos hacen un culto de ese estado de cosas. Ver una película de ellos es saber que uno se entregará a vivir situaciones que últimamente se denominan como cringe. Aquí, el cringe está asegurado. Pero probablemente pasen cosas mucho más ásperas que eso.

En PALESTRA los directores creaban una comedia ácida y perturbadora que comenzaba hablando de la depilación femenina para luego «adentrarse» en territorios un tanto más desconcertantes. Aquí, con un elenco bastante similar (Verónica Gerez, Cecilia Marani, Sebastián Romero Monachesi y Alejandro Russek, a los que se suma Raquel Ameri), van aún más lejos. Gerez, Monachesi y Ameri encarnan a dos enfermeros y una cuidadora que se dedican a atender a un hombre anciano que tiene Alzheimer y está postrado en su cama. Llama la atención, apenas comenzado el film, ver que la más grande de ellas (Ameri) cobra dinero por hacer pasar a personas a «visitar» al anciano. Al hacerlos entrar al cuarto les aclara: «decile lo que quieras, pero no le pegues que se ven las marcas».

¿De qué estamos hablando? Cuando al rato se escucha desde la calle los gritos de «genocida» y «asesino», parte de un evidente escrache, todo queda más claro: están cuidando a un militar culpable de crímenes durante la dictadura que, por edad o estado de salud, está cumpliendo arresto domiciliario. Ninguno de los otros sabe de los negocios de la mujer, pero tampoco parecen muy preocupados por él. La que se suma al grupo es una chica embarazada (Marani), un tanto más responsable que los otros y que se toma bastante en serio su trabajo, pero los dos enfermeros –la bastante perversa que encarna Gerez y el más bien agreviso que hace Monachesi–, están literalmente en la suya: se aburren, tienen sexo y, más que nada, maltratan, humillan y molestan al viejo. Y el hombre no puede hacer nada para evitarlo.

Digamos que las cosas escalarán de ahí en adelante, especialmente cuando aparezca el insoportable nieto del genocida en cuestión (Russek) e intente, a su modo, dejar en claro quién manda ahí, mostrando muy probablemente aspectos de la personalidad de su abuelo que, por su estado actual, no podemos conocer, pero imaginamos. Los cuidadores, sin embargo, no parecen actuar necesariamente en función de algún tipo de bronca o motivación política sino más bien a partir de una mezcla de aburrimiento, fastidio y desinterés. ¿Harían lo mismo si el enfermo no fuera quién es? Probablemente sí.

El que la pasa de un modo más incómodo es el espectador. Digamos que si el hombre postrado no fuera un genocida quedaría bastante claro que la actitud de los protagonistas es deplorable de principio a fin. Pero al ser quien es, si bien es indudable que sigue siendo horrendo el trato, abre las puertas a verlo de otra manera. En ese miasma político se meten los directores, uno del que luego les cuesta un poco salir cuando intentan correr la película hacia otro lado, más ligado a las relaciones entre los personajes. Es que allí, sin el militar de por medio, cuesta encontrar un mínimo aspecto redimible en ellos. En más de un sentido, más allá de las evidentes diferencias que existen, se han convertido también en monstruos.

Si bien no suelo ser afecto al cine que hace uso de la crueldad de este modo, tengo la impresión que los realizadores encuentran maneras de ir más allá de las zonas convencionales de las que se ven en este tipo de relatos, dándoles una vuelta de tuerca más, perturbadora pero inteligente también. En un film de Ulrich Seidl, por ejemplo, podríamos ver a un joven abusar física y psicológicamente de un anciano frágil y la impresión sería de puro asco y desagrado. Acá es un poco más complicado. Igualmente perverso, sí, pero en un límite que abre las puertas a discutir cuál es el origen de esa maldad, de esa monstruosidad y cómo la de uno se conecta con la de los otros.

Además de eso, ESTERTOR tiene otra vez a un elenco dedicado de lleno a unos personajes muy border y a unos textos también bastante limítrofes. Y en todos los casos logran ir más allá del gesto –no sobreactúan el hecho de ser jóvenes agresivos y morbosos sino que lo son de un modo casi natural, como si fuera algo normal–, permitiendo que el espectador, otra vez, se enfrente a sus propios límites ante ciertas cosas. Estrenada en tiempos en los que la monstruosidad casual parece de vuelta sacar pecho y presentarse orgullosa en sociedad, ESTERTOR es una película que nos devuelve la imagen distorsionada del espejo en el que nos miramos todos los días.


Sala Leopoldo Lugones: Jueves 31 de agosto, viernes 1°, sábado 2 y domingo 3 de septiembre a las 21. Martes 5, miércoles 6 y jueves 7 de septiembre a las 18.