Estrenos: crítica de «The Quiet Girl», de Colm Bairéad

Estrenos: crítica de «The Quiet Girl», de Colm Bairéad

por - cine, Críticas, Estrenos
12 Ago, 2023 08:02 | 1 comentario

Este film irlandés, hablado en gaélico, que estuvo nominado al Oscar a mejor película internacional, se centra en las vivencias de una niña que se va a pasar un verano a la casa de unos tíos lejanos. Estreno: 17 de agosto.

La aparición de «Heidi«, no el animé televisivo de los años ’70 sino la novela original del siglo XIX, en una escena de THE QUIET GIRL, quizás no sea la más sutil de las referencias pero es una que habilita a acercarse a este bella y melancólica película irlandesa desde el lugar del cuento, casi de la fábula infantil. Es en ese marco en el que se inscribe no solo lo que se relata aquí sino cómo se lo relata. Es un film de una belleza que bordea lo pintoresco y de un cuidado formal casi preciosista, pero la perspectiva es la de una niña de nueve años y eso es central a la hora de acercarse a esta película que estuvo nominada este año al Oscar a mejor film internacional.

Es un drama cuyo realismo se inscribe en lo emocional y no tanto en lo estético. Visualmente inspirada más en los clásicos rurales de los años ’50 que en las modalidades y sensibilidades más contemporáneas con las que se filman este tipo de historias hoy, la opera prima de ficción de Colm Bairéad se ubica en una zona intermedia entre el John Ford de THE QUIET MAN –otra conexión nada casual– y películas de cineastas como Lucrecia Martel, Lynne Ramsay o Carla Simón que observan las vidas de niños y las cuentan a modo de impresionistas memoirs.

La «niña tranquila» en cuestión se llama Cáit (Catherine Clinch) y vive, a principios de los ’80, en un hogar rural, caótico y humilde, con sus distantes padres y varias hermanas más grandes que la ignoran. Y algo similar sucede en el colegio, en el que pasa de ser ignorada a víctima del bullying. Su madre espera otro bebé y con su marido han tomado la decisión de que Cáit vaya a pasar el verano a la casa de unos tíos lejanos, que viven bastante lejos. Es que si bien la niña es callada y silenciosa, tiende a esfumarse y desaparecer, además de seguir mojando la cama. Por algún motivo su frustrado y agresivo padre, especialmente, no ve la hora de sacársela de encima. Y eso se nota cuando llega a lo de estos tíos, la deposita como si fuera un encargo y encima se va llevándose la valija con toda su ropa.

El nuevo escenario marca un cambio radical. No solo en lo visual –es una granja en la campiña irlandesa, muy cuidada y bien mantenida– sino que su tía Eibhlín (Carrie Crowley) es mucho más amable, dedicada y tierna que su madre. La mujer se encariña con la niña, la cuida, la peina, le enseña a hacer las «tareas del hogar» y muy de a poco la va sacando de su caparazón de silencio. No mucho –la niña tiene incorporado hasta el miedo para hablar–, pero lo suficiente para que la chica deje de orinarse por las noches.

Con el que la cosa parece ser más difícil es con Seán (Andrew Bennett), su tío, un hombre seco, distante y casi tan silencioso como ella, que parece solo tener tiempo para su trabajo y para ver su programa nocturno de televisión. El hombre no es cruel ni hiriente como su padre, pero es claro que a Séan le cuesta integrar a esta nueva persona a su vida. Si por algún motivo Eibhlín no está presente, entre ellos casi no se comunican. Pero de a poco va quedando claro que dentro de ese silencio mutuo existe una conexión, ligada también a cierto dolor esencial que atraviesa a ambos.

THE QUIET GIRL –basada en un cuento de Claire Keegan titulado «Foster» y hablada mayormente en gaélico irlandés– va dando pistas de que hay zonas oscuras y algunos secretos que no se cuentan por debajo de ese paisaje idílico y de esa «madre postiza» de cuento infantil. Y si bien la película no pone el eje directamente en eso, ese «fuera de campo» –de unos y de otros– evidencia otro mundo que Cáit no termina todavía de entender del todo. Bairéad prefiere que todo eso funcione como marco para entender a los personajes y su manera de actuar, más que como truco narrativo.

De todos modos, por las características de su historia y de su tono (EL ESPIRITU DE LA COLMENA, de Victor Erice, podría ser también una referencia), la película coquetea con la tensión, con cierto suspenso y hasta con el relato de fantasmas. Pero allí donde otro cineasta podría explotar la situación creada para llevar todo a un terreno más peligroso y hasta violento, la irlandesa prefiere entregar un relato más sensible y cálido. Jamás niega que esa oscuridad lo tiñe todo, pero no se regodea en ella. De hecho, la fotografía de Kate McCullough apunta a pintar todo bajo el color de los recuerdos más cálidos.

Por momentos, es cierto, su tono de fábula bonita puede ser un tanto excesivo (especialmente cuando aparece una irritante mujer del pueblo que, con su familia, parecen sacados de alguna secuela de Harry Potter), pero la película logra mantener a raya su lado más cándido. Sí, hay planos en los que se ve a la niña corriendo por la pradera en cámara lenta, casi como la mismísima Heidi, pero el espectador tiene muy en claro que son escenas teñidas por la nostalgia, por el recuerdo de ese verano en el que la pequeña Cáit se vio obligada a crecer de golpe. No para descubrir que el mundo es un lugar más oscuro y complicado de lo que parece, sino más bien todo lo contrario.