Festival de Locarno 2023: crítica de «Critical Zone» («Mantagheye bohrani»), de Ali Ahmadzadeh (Competencia)

Festival de Locarno 2023: crítica de «Critical Zone» («Mantagheye bohrani»), de Ali Ahmadzadeh (Competencia)

por - cine, Críticas, Festivales
12 Ago, 2023 07:18 | Sin comentarios

Premiada con el Leopardo de Oro a la mejor película de la competencia internacional, este film iraní relata una noche en la vida de un vendedor de drogas que recorre en su coche las calles de Teherán.

Las calles de Teheran han sido recorridas en muchas películas iraníes –los cineastas de ese país, por distintos motivos, tienen especial predilección por los films en movimiento, road movies de todo tipo–, pero nunca como en CRITICAL ZONE, una película que, en su propuesta política, deja a gran parte del cine «crítico» de ese país casi como naive. Esto no la hace, necesariamente, mejor que las de maestros como Jafar Panahi o el mismísimo Abbas Kiarostami –que hicieron obras maestras circunvalando límites y prohibiciones– pero sí una versión punk y verdaderamente underground de ese tipo de cine, un film que marca la llegada a los primeros planos de una nueva generación de cineastas iraníes que, diríamos aquí, van «a los bifes» en contra de las hipocresías sociales y culturales. Y lo hacen sin demasiadas vueltas.

CRITICAL ZONE se centra en las vivencias de Amir (Amir Pousti), a lo largo de una noche de trabajo. Mediante planos largos desde adentro de su auto, en el que solo escuchamos la voz del GPS dando muy escuetas indicaciones, el barbado treintañero recorre la ciudad de Teherán, fundamentalmente, vendiendo drogas. No es lo único que hace –también compra, busca azafatas del aeropuerto que le traen mercadería, o pasa a visitar a una ex novia, etcétera–, pero es su actividad principal. Tras recoger la mercadería, va a su casa –vive solo, acompañado por un perro con un llamativo apetito sexual por no llamarlo directamente, bueno, ya saben cómo–, divide su mercancía en distintos tamaños y formatos, y sale a trabajar. Eso, en principio, es el corazón del relato.

Amir también consume lo que vende –prefiere el hash a la marihuana– y la película en más de un momento se montará visualmente a partir de su descentrado punto de vista. Pero Amir es un tipo bastante callado y lo principal pasará por la gente con la que se cruza o atiende. En ese sentido tiene mucho de TAXI, de Panahi, o TEN, de Kiarostami, solo que en un espacio y clima urbano que recuerda más al de TAXI DRIVER, de Martin Scorsese. Pero Amir es todo lo contrario a Travis Bickle. Por su disposición y, si se quiere, amabilidad, tiene algo más parecido a clásicos fumetas como «El Dude» de EL GRAN LEBOWSKI. Y aún cuando lo que pasa alrededor suyo se vuelve más y más oscuro, el hombre casi nunca parece perder del todo la calma o la sonrisa de fumado.

Este formato de encuentros episódicos lo que le permite al espectador es cruzarse con una generación que poco y nada tiene que ver con la que vemos en el cine iraní. Para empezar, casi ninguna de las mujeres se cubre la cabeza, muchas de ellas son sus clientes –y proveedoras–, y tienen una relación con la sexualidad a años luz de lo que se suele ver en las película de ese origen. Entre los que pasan por el coche de Amir, o adquieren sus productos, habrá desde trabajadoras sexuales trans a enfermeros, de madres preocupadas por sus hijos a amigos suyos deprimidos. Amir, en el fondo, no está mucho mejor que ellos. De entrada se sabe que su última novia lo dejó –ya verán los motivos– y el tipo, por más que intente disimularlo, no se lleva nada bien con eso. Y, quizás, hasta con su vida.

Los que alguna vez hayan visto la serie HIGH MAINTENANCE –centrada en un dealer que hace su reparto de drogas, usualmente en bicicleta, a través de Brooklyn– verán que CRITICAL ZONE tiene algo de eso. Amir no está visto como «un ángel de la muerte» ni mucho menos. Tampoco es lo opuesto: si bien su paso es celebrado por todos sus clientes como la llegada de una suerte de mesías, Ahmadzadeh deja en claro –en su tercera película– que también hay gente que se excede y que no la está pasando nada bien. De algún modo, lo que el film muestra es a una generación que ha hecho del consumo de drogas una forma de escapar de una realidad cruenta y dura, en un país en el que casi no tienen libertades.

De todos los pasajeros de Amir, una mujer que recoge en el aeropuerto tiene la escena más impactante de todas. Primero, por la propia naturaleza de la negociación que tienen entre ambos. Y luego por la manera –estridente, estruendosa, que pasa del placer a la celebración y de ahí a algo que se le parece mucho a la desesperación– en la que se conduce. Esa escena resume la película entera, en todas sus variables, ya que logra ser graciosa, agresiva, arriesgada y excesiva a la vez.

Filmada de manera clandestina, con actores no profesionales, cámaras ocultas y con cada episodio separado en el tiempo de los otros (se lo ve como un todo en una noche pero se filmó a lo largo de mucho tiempo), CRITICAL ZONE puede no ser sutil ni tener la complejidad cinematográfica/humanista de las películas de los grandes maestros iraníes, pero vibra con la misma fuerza del grito que esa azafata parece sacar de sus mismísimas entrañas. Es una película que busca llamar la atención –sobre sí misma y sobre el mundo que retrata– y lo logra.