Festival de Locarno 2023: crítica de «Essential Truths of the Lake», de Lav Diaz (Competencia)
Un policía crítico del gobierno dictatorial filipino trata de reabrir el caso de una mujer que desapareció en circunstancias misteriosas, quince años atrás. En Competencia Internacional.
Como en su anterior film, WHEN THE WAVES ARE GONE, el policía Hermes Papauran es un hombre torturado. Difícil saber, en la complicada (a)temporalidad de la historia que cuenta Lav Díaz en ESSENTIAL TRUTHS OF THE LAKE cómo se conecta lo que se narra aquí con aquello, pero en ambos casos Papauran (John Lloyd Cruz) vive de manera muy traumática la política de «gatillo fácil» del gobierno dictatorial de Rodrigo Duterte, el presidente de Filipinas, del que su organización depende. Como en aquel film del año pasado, lo que Hermes se pregunta es si puede seguir trabajando bajo las órdenes de un gobierno brutal, uno que ha decidido que su país se retire del ICC (la Corte Penal Internacional) para no tener que rendir cuenta de los abusos cometidos dentro de lo que llaman «la guerra contra las drogas».
Es un caso raro el de Papauran, convengamos. Uno tiende a creer que la policía vería con agrado que nadie le ponga límites a su tarea, poder hacer y deshacer a su antojo. Y eso, de hecho, es lo que piensan muchos pares y hasta su jefa, una conocida de toda la vida a la que Hermes le confiesa su preocupación. Ellos son compañeros de estudios y ella lo entiende, pero le recomienda que se guarde sus reservas y no se las ande diciendo a todo el mundo, porque se le va a complicar apoyarlo y protegerlo. Pero Hermes no puede ni quiere resignarse a trabajar para una institución sin ningún tipo de control.
Con sus más de tres horas y media de duración, ESSENTIAL TRUTHS… empieza a tener algo parecido a una trama legible cuando a Papauran le permiten reabrir un caso en el que él mismo trabajó unos 15 años atrás y en el que, siente, no hizo lo necesario. Para sus jefes es, quizás, una forma de sacárselo de encima, mandándolo al interior a revisar un caso que, más que frío, está helado. Y aceptan que lo haga. De allí en adelante Paparuan irá a este pueblo rodeado por un lago y un volcán, y se pondrá a investigar qué pasó con una tal Esmeralda Stuart (Shaina Magdayao), una bella actriz y modelo que desapareció entonces y no se volvió a saber de ella, ni tampoco se encontraron culpables.
A través de un documental que se filmó sobre Esmeralda, que funciona a modo de falso flashback, iremos conociendo algo de su historia. La mujer participaba entonces de grupos militantes ecologistas –la protección de un águila típica del país, al borde de la extinción, era su causa favorita– y también en agrupaciones feministas contra la violencia de género, y está convencido que por ahí hay que buscar las claves de su desaparición. Las pistas usadas años atrás (que es parte de una secta, que enloqueció y está internada, que la secuestró un grupo de traficantes de mujeres) ya no lo convencen.
Paparuan conversará con personas que la conocieron –especialmente en el mundo artístico y militante– y con algunos que en su momento fueron sospechosos de su desaparición. De a poco el hombre entrará en una rara simbiosis, casi alucinatoria, con el personaje que busca. Hasta que en cierto momento, su propia jefa, la que lo impulsó a reabrir la investigación, empezará a pedirle que quizás lo mejor sea abandonarla y dedicarse a, bueno, a cumplir órdenes y no revolver donde no debe.
ESSENTIAL TRUTHS OF THE LAKE se construye, durante un buen tiempo de su metraje, como un drama de corte policial, detectivesco si se quiere, solo que en las formas y tiempos que maneja el realizador filipino. Eso se cortará en un momento –a las dos horas o un poco más– en el que la película pegará una suerte de giro sobre sí misma para entrar en una zona enrarecida, que puede ser vista como otro momento en la historia, o bien una especie de realidad paralela en la cual las cosas –de la desaparición hasta el presente– sucedieron de otro modo. Hay una investigación también y será Paparuan –que aquí, como en el otro film, desarrolla una psoriasis nerviosa– la que la llevará a cabo, pero pronto quedará en claro que hay varias diferencias entre esta «realidad» y la que vimos antes.
Siguiendo con sus películas más contemporáneas y dedicadas a enfrentar al violento gobierno dictatorial que acecha a su país, Diaz adecúa un poco su estilo a formatos un tanto más clásicos. La palabra clave acá es «un poco», ya que sus películas siguen siendo calmas, casi lánguidas, de tiempos extendidos –largas conversaciones o largos silencios– y desvíos narrativos impensados. De hecho, cuando más tópica se vuelve la película, menos inquietante es. Hay un tono didáctico en ciertas partes del film que son un tanto obvios, aunque de todos modos entendibles en función de la difícil situación política de Filipinas y la necesidad del realizador de apuntar todas sus armas allí.
El dato esencial que profundiza la crisis de Papauran es muy real y difícil de digerir. Al abrirse de los convenios internacionales, lo que el gobierno filipino abre es una suerte de «vale todo» en el que las fuerzas del orden pueden hacer lo que les plazca sin ningún tipo de control. Y al protagonista, que se sabe las leyes de memoria, le resulta repulsivo que el gobierno para el que trabaja no las cumpla. El del protagonista puede ser un caso anómalo, es cierto, pero es representativo de una parte de la población que siente que todos los que lo rodean –no solo los líderes políticos– han empezado a correrse hacia una zona ideológica en la que la justicia no importa, las leyes tampoco y ni siquiera las vidas de sus pares. La película de Diaz funciona a modo de brutal advertencia sobre una cruenta realidad que hoy va más allá de las fronteras de Filipinas.