Series: reseña de «Las flores perdidas de Alice Hart – Episodios 1/3», de Sarah Lambert y Glendyn Ivin (Amazon Prime Video)

Series: reseña de «Las flores perdidas de Alice Hart – Episodios 1/3», de Sarah Lambert y Glendyn Ivin (Amazon Prime Video)

En este melodrama australiano basado en una novela se cuenta la historia de una niña que, luego de una tragedia familiar, se va a vivir con su abuela a una particular granja que ella regentea. En Amazon Prime Video.

Varios géneros parecen cruzarse en esta adaptación de la novela de Holly Ringland THE LOST FLOWERS OF ALICE HART. Pero de todos el predominante es el melodrama. Son esos los lineamientos estéticos y narrativos sobre los que la trama se apoya, los que dan marco a sus imágenes y escenas un tanto ampulosas y pasadas de rosca, los que sostienen esa acumulación de poéticas metáforas que por momentos tienden a funcionar más como líneas de contacto con el libro original –y con sus temas– que por necesidad dramática concreta. Es, ¿cómo decirlo?, un poco mucho, demasiado, para una miniserie que tiene drama suficiente para sostenerse sin bordear tanto con la telenovela.

Pero, como sucede en estos y muchos otros casos, también dependerá del gusto y la tolerancia del espectador para este tipo de acercamiento. Es que, dentro del tono que busca, LAS FLORES PERDIDAS DE ALICE HART funciona más o menos bien, más conectada con otras series similares estadounidenses (digamos, todas las producidas por Reese Witherspoon, como BIG LITTLE LIES y LITTLE FIRES EVERYWHERE) que con el tenso y violento drama australiano con el que parece coquetear en un principio.

El primer episodio de los tres que se dieron a conocer (la temporada tiene siete en total) se ocupa en cierto modo de la prehistoria de la saga. O, dicho de otro modo, de algún punto intermedio de ella, ya que más adelante se irán viendo cosas que sucedieron bastante antes también. Todo comienza con una niña llamada Alice Hart (Alyla Browne) que vive en una zona rural australiana aparentemente idílica con sus padres, que esperan otro bebé. Pero pronto se verá que la situación no es tan calma como parece –hay moretones en el cuerpo de ambas– y la chica termina escapando a la ciudad intentando, sin decirlo, que la gente tome conciencia de lo que está pasando en su granja. Eso sucede –la policía va hasta allí–, pero su violento padre niega todo. Esto deriva, claro, en un castigo a la niña y una posterior tragedia de consecuencias brutales.

Recién allí aparecerá la gran Sigourney Weaver en el rol de June, la abuela de Alice, una mujer seca y con cara de pocos amigos que llega hasta el lugar a llevarse a la niña que ha quedado físicamente maltrecha y psicológicamente traumada por lo sucedido. No se conocen –June cortó relación con la familia o viceversa–, pero la abuela parece decidida a reiniciar su relación. La que no ve con buenos ojos que se la lleve es Sally (Asher Keddie), una conocida del pueblo que perdió a su propia hija y es la dueña de una librería local. La mujer no solo se había encariñado con Alice sino que descubre que, en el testamento, la madre la había dejado como guardiana en caso de que la abuela no estuviera capacitada para cuidarla. Y ese –la pelea por la custodia de la niña– será uno de los ángulos narrativos de estos episodios.

El otro pasará por el lugar al que Alice va a vivir. Un poco como la protagonista de A QUIET GIRL, la silenciosa niña se muda de un lugar brusco a otro que parece soñado, una granja manejada por su abuela y en la que viven solo mujeres, casi todas ellas víctimas de algún tipo de abuso, agresión, marginación (por preferencias sexuales) o abandono familiar, y en la que todas se cuidan entre sí. Pero allí también, de a poco, empieza a quedar claro que hay tensiones, historias del pasado –muchas de ellas ligadas a los fallecidos padres de Alice– y toda una serie de problemas y complicaciones que las «chicas» lideradas por June tienen con la misógina gente del pueblo que las mira con mala cara. O peor que eso.

Promediando el segundo episodio aparecerán giros narrativos propios de los melodramas de los ’50 o de sus versiones telenovelísticas de las últimas décadas. Conviene no revelar mucho más al respecto, pero llevan todo a otro territorio. Si a eso se le suma una compulsión por parte del guión y de la directora de acumular decenas de metáforas a través de las flores –en la granja de June no solo se ocupan de flores sino que llaman así a sus habitantes/refugiadas–, rápidamente la serie va abandonando lo que parecía ser un violento thriller australiano para meterse de lleno en el más ampuloso drama de los secretos familiares y sus sorprendentes revelaciones, con líricas imágenes ad hoc acompañándolo todo.

Es una línea delicada que la serie cruza una y otra vez. Para los que nos entusiasmamos, de entrada, con el más brusco y tenso drama con elementos de western y policial con el que se inicia la serie (la actitud y los gestos de Weaver parecen hechas para ese tipo de serie), el rápido cambio de registro puede ser frustrante. Pero LAS FLORES PERDIDAS DE ALICE HART está estructurada, en el fondo, como un «drama femenino». Y si bien esas categorías ya no son tan claras ni reduccionistas como lo eran décadas atrás, acá parecen seguir más bien de cerca algunas de sus ideas fundacionales, poniendo el acento más en las decisiones y actitudes de las protagonistas que en el procedimiento más policial de la historia.

Dicho de otro modo: la serie coquetea más con el texto de autoayuda –cada flor que se menciona tiene un significado que coincide con el tema que se atraviesa en la trama– que con el policial de suspenso. Su éxito, de todos modos, dependerá de la conexión de cada espectador con esos registros. En mi caso, es una decisión un tanto decepcionante. Pero a la vez, admito –de hecho, me pasó algo parecido con las citadas series de Witherspoon–, que quizás yo no sea el público para quien los modos de esta serie están pensados. A la quinta metáfora sobre el apropiado significado de una flor salvaje ya tenía ganas de cortar todo el pasto…