Estrenos online: crítica de «El santo de las segundas oportunidades», de Morgan Neville y Jeff Malmberg (Netflix)
Este documental se centra en la familia Veeck, controvertidos empresarios que trataron de transformar al béisbol estadounidense en un show. Estreno de Netflix.
Una gran diferencia en cómo se suele entender el deporte en los Estados Unidos y en el resto del mundo –más aún en América Latina– tiene que ver con el concepto del show que rodea a las competencias. Aquí se considera que el deporte ya de por sí constituye el evento central y fundamental, el motivo por el que la gente va a los estadios, pero en los Estados Unidos no es tan así. Digamos que los partidos son la excusa para ir a un show, a un concepto de entretenimiento que puede incluir casi cualquier cosa. De las históricamente populares cheerleaders a cualquier tipo de evento, show, disfraz, competencia, concierto, sorteo, juego o lo que se les ocurra a los organizadores inventar para entretener a la gente que pagó su entrada.
Este concepto tuvo un gran promotor llamado Bill Veeck, un empresario que introdujo muchos de estos entretenimientos al béisbol, en la posguerra. Si bien el documental pasa rápido por su vida y carrera –el personaje central es su hijo, Mike–, fue un pionero, un autodenominado hustler, un «buscavidas» que hasta tenía una caja con ideas que podían servir para conseguir espectadores. El documental lo toma ya veterano, cuando en los ’70 compra la entonces alicaída franquicia de los Chicago White Sox –de la densa zona sur de esa ciudad y rival de los Cubs, cuyo Wrigley Field está más al norte– e intenta levantarla a fuerza de este tipo de eventos «circenses».
El protagonista del documental es Mike, ya que el hijo empezó a colaborar con él en esto de darle color a los partidos de béisbol siendo muy joven. Y cuando todo parecía venir muy bien en términos de éxito y de regreso de la gente a los estadios, se le dio por organizar algo que llamaron «Disco Demolition Night», un evento convocado por un agresivo DJ y conductor radial de la ciudad quien, bajo la consigna «Disco Sucks», armó una quema de álbumes y singles de ese tipo de música que, en 1979, gozaba de una gran popularidad pero fastidiaba a muchos puristas del rock. El evento terminó mal (invasión a la cancha, incidentes, policías, etcétera) y hoy se lo ve, retrospectivamente, como un momento horrible de la historia de la cultura pop.
Mike, quien es entrevistado ahora, es consciente de ese error y asume sus consecuencias, si bien dice que jamás se le cruzó por la cabeza las connotaciones que terminó teniendo. Lo pensó tomando como inspiración a su padre, tratando de hacer que ir al Comiskey Park –así se llamaba el estadio– fuera un evento para jóvenes que normalmente no ven béisbol. Y fue así que cuando su padre dejó el club, Mike pasó a ser un paria de ese deporte. Nadie lo quería en ningún lado. No tanto por cuestiones culturales, musicales, homofóbicas o raciales (el evento es visto hoy como un acto fuertemente racista y homofóbico) sino por el caos policial que generó.
EL SANTO DE LAS SEGUNDAS OPORTUNIDADES, como bien dice su título, contará de ahí en adelante la reinvención –o las reinvenciones– de Mike, que pasó por un largo período de alcoholismo y depresión para luego lograr recuperar parte de su gloria y seguir agregando más y más shows al deporte. Pero más que nada pondrá el acento en el costado humano y familiar de este tipo con aspecto de bonachón que funciona como principal entrevistado.
El documental codirigido por el realizador de 20 FEET FROM STARDOM tendrá muchas reconstrucciones (a Mike lo encarna Charlie Day, el actor de IT’S ALWAYS SUNNY IN PHILADELPHIA), pocos pero muy buenos materiales de época y entrevistas con personajes que trataron a ambos, desde reconocidos deportistas a trabajadores de los distintos equipos en los que los Veeck estuvieron involucrados. Pero el «fantasma» de esa noche oscura siempre ronda en el aire y, de hecho, algo aún más dramático desde ese lado estuvo a punto de pasarle otra vez.
Ver las delirantes cosas que los Veeck hacen en los equipos que han adquirido es por momentos sorprendente: usan cerdos como mascotas alcanzapelotas, ponen jacuzzis en las canchas, rifan casi cualquier cosa, y así. Los realizadores tienen la teoría, atendible pero dudosa, de que las prácticas de Veeck tienen un espíritu festivo, social, comunitario e inclusivo, ya que también han hecho ser parte de sus equipos a jugadores que no eran aceptados en otros por distintos motivos: desde celebridades que tuvieron problemas con las drogas hasta mujeres en equipos masculinos, pasando por un hombre sin piernas y, en el caso del padre, por ser de los primeros en tener equipos racialmente integrados.
Pero nunca es claro si lo hacen desde un sentido progresista o si es más que nada un show para vender entradas, pensado más en términos de llamar la atención que por ser «buenos miembros de la comunidad». Quizás, cuando Veeck empezó a ocuparse de equipos de la más pequeña liga independiente –cuyos partidos funcionan más como reuniones de las comunidades que otra cosa– uno pueda aceptar un poco más ese carácter festivo como algo social y no solo económico.
Pero a mí al menos no me convence. Si bien uno puede aceptar que los años lo han hecho madurar y lo han convertido en una buena persona –algunas tragedias personales lo llevaron también hacia allí y lo obligaron a revisar buena parte de su vida–, uno lo mira a Mike a los ojos y se da cuenta que ahí atrás hay un buscavidas nato. Para bien o para mal, no lo sé. Eso dependerá de cada uno…