Festival de San Sebastián 2023: crítica de «La práctica», de Martín Rejtman (Competencia)
Un profesor de yoga argentino casado con una chilena y radicado en ese país se separa y tiene que replantearse su vida en esta comedia del director de «Silvia Prieto».
En la práctica pasan cosas. En la teoría, no tantas. En la práctica, uno puede sufrir un golpe y perder la memoria, romperse un menisco, caerse a un pozo, tener un accidente de moto o robar celulares. La práctica en LA PRACTICA son clases de yoga pero puede ser cualquier cosa que se ponga en movimiento, que se transforme en acción. Hacer cine es «una práctica». Arreglar un calefón (o «cálefont», como le dicen en Chile) sin tener idea cómo se hace, también. Ir a un gimnasio, ni hablar. El cine de Martín Rejtman es un cine de prácticas, de factos, de personas a las que le suceden cosas. Y los planos que las filman –prácticas también– no hacen más que reflejarlas. No las comentan, no las analizan, no las subrayan: las presentan. Aquí están, estas son las cosas que pasan… en la práctica.
Gustavo (el omnipresente Esteban Bigliardi, también coprotagonista de LOS DELINCUENTES) es un profesor de yoga argentino que vive en Chile hace mucho tiempo pero que se ha separado hace poco de su esposa Vanesa (Manuela Oyarzún), chilena y también profesora de yoga. La separación generó cambios en ambos. Gustavo perdió la casa y los muebles, pero se quedó con el estudio y la mayoría de los alumnos. Ella, más bien lo contrario. Van a terapia de pareja (Catalina Saavedra encarna a la psicóloga), pero da la impresión que ya no hay vuelta atrás. Ella parece convencida. El, más bien lo contrario.
En el medio hay un temblor que sacude quizás más cosas que las que parecen. Una alumna de origen alemán pierde la memoria cuando un biombo se le cae encima y hay que explicarle cada vez en qué consiste la clase y quién es el profesor. Haciendo un mal movimiento a Gustavo se le rompe un menisco pero en lugar de operarse prefiere recuperarse con ejercicios físicos. El tipo se muda a un cuarto de un ex alumno –la ciudad entera parece una colección de ex alumnos– para el que hay que subir una escalera que transforma cada día en un sufrimiento. Encima viene su madre (Mirta Busnelli), preocupada por el nene. Gustavo, sin embargo, parece no inmutarse demasiado. Sigue con lo suyo, ensimismado, como si no pudiera expresar sus sentimientos de un modo que no sea a través del cuerpo y de los golpes.
En los 90 minutos que dura LA PRACTICA pasan decenas de cosas a una similar cantidad de personajes. Vanesa conocerá a otro hombre, un motoquero medio infantil. Gustavo, a una farmacéutica llamada Laura (Camila Hirane), amable y compasiva. Ambos, ex alumnos. A la vez habrá otros novios, ex novios, alumnos y ex alumnos, que se conectarán entre sí a lo largo de la imprecisa cantidad de tiempo que dura la historia. Pero acaso el otro elemento constante de la trama sea el retiro: un lugar alejado del centro de la ciudad, regenteado por una severa profesora (Amparo Noguera) al que Gustavo va a ser él esta vez alumno, a tratar de conectarse con algo más profundo y esencial en sí mismo que no parecería estar encontrando.
Como es clásico en el cine del director de SILVIA PRIETO y LOS GUANTES MAGICOS las cosas suceden como manejadas por un titiritero un tanto caprichoso. La gente se encuentra y desencuentra, se enamora y desenamora, las cosas desaparecen y vuelven a aparecer. El de LA PRACTICA, con todas sus connotaciones espirituales ligadas al yoga, es un mundo en el que las sensaciones y la sensibilidad tienen más peso e importancia que en otros films del realizador. Pero salvo en contadísimas ocasiones, los personajes parecen inmutables, tienen muchas dificultades para cambiar. El yoga es eso: algo que se hace con la expectativa de que tenga algún efecto vital. La película no dirá jamás si eso se cumple o no. ¿O sí?
El cine de Rejtman sigue siendo idéntico a sí mismo. Sus historias funcionan como sucesión de eventos, sin conectores, con adjetivos que brillan por su ausencia, elipsis de todo tipo y actuaciones desprovistas de intencionalidad obvia. Hay algo encantador en la manera en la que los personajes se comunican. Más que hablarse, se informan, como si uno fuera el canal de noticias de su interlocutor y viceversa. Y lo mismo hacen los planos: acá pasa un auto, acá habla una persona y así. En ese retaceo emocional es donde el espectador encuentra o no la película, le agrega todo eso otro que los personajes de Rejtman esconden porque no quieren o no saben decir. Son películas que el espectador completa, a la que les agrega su impronta. Rejtman ofrece la práctica. Nosotros, si queremos, las teorías.
Hay, sin embargo, un recorrido emocional en LA PRACTICA y es uno de reconstrucción. En lo físico, los músculos se recomponen y los huesos también. Y en ese otro mundo inabordable que son las emociones, también existe la posibilidad de sanar. En ese ir y venir geográfico que es la vida de Gustavo –y, a su modo, también el cine de Rejtman–, aparece aquí un curioso espacio para entender que quizás haya algo más en el mundo que lo que está ahí, adelante de nuestras narices. Quizás sea el yoga, la meditación, los calmantes para los dolores musculares o una conexión con el mundo entre metafísica y espiritual. Acá, las personas se caen y se levantan para volverse a caer. Pero distinto, porque ya no son las mismas personas.