Festival de San Sebastián 2023: crítica de «El castillo», de Martín Benchimol (Horizontes Latinos)
Esta mezcla de documental y ficción retrata, en un tono de oscuro cuento de hadas, la vida de una madre y su hija que heredaron un enorme caserón y un gigantesco predio en la provincia de Buenos Aires.
Mezcla de lugar de ensueño y escenario de película de terror, el castillo de EL CASTILLO es una extravagante caserón ubicado en las afueras de Lobos, en la provincia de Buenos Aires, en un terreno de más de 60 hectáreas. Es una mansión un tanto en decadencia con una decena de habitaciones y media docena de baños en el que viven solo dos personas –Justina y su hija Alexia– que quizás no sean las que cualquiera, probablemente por prejuicio, esperaría encontrar como dueñas de un lugar así. A lo largo de este combo entre documental y autoficción, Benchimol irá mostrando la vida cotidiana de las protagonistas y contando lo que se adivina como un proceso de cambio.
Justina (Justina Olivo) tiene unos 50 años y ha heredado el lugar de su dueña, fallecida hace ya un tiempo. Ella ha trabajado desde pequeña en la casa como empleada doméstica de la señora –a la que se ve varias veces, joven y reluciente, en un cuadro–, quien le ha dejado la enorme propiedad con una sola pero terminante indicación: jamás venderla. Es así que la mujer tiene que arreglárselas para mantener la enorme propiedad sin muchos más recursos que unas pocas vacas que les van quedando y que van vendiendo de a una por vez, quizás dos.
Alexia (Alexia Caminos Olivo), su hija, creció ya en ese ambiente y está obsesionada con irse de allí para transformarse en piloto de carreras. Se la pasa el día jugando videojuegos de ese tipo, tocando la batería y tratando de comprar implementos para modificar y mejorar un auto, con el sueño de competir en Fórmula 4. Si bien tienen una buena relación, son dos personas muy distintas. Justina, silenciosa y trabajadora, se pasa el día cocinando, limpiando u ocupada de otros quehaceres de la casa. Alexia, lesbiana, con una bandera LGBT en su cuarto, es una chica más «actualizada», queriendo de una u otra manera abandonar ese lugar. Lo difícil, claro, es dejar a su madre sola allí, con pocas posibilidades de mantenerse.
A lo largo de EL CASTILLO Benchimol pondrá el eje en la cotidianeidad de la vida de ambas. Justina tiene un «novio», o eso parece, que llama por teléfono y promete todo el tiempo ir a visitarla y hasta quedarse a vivir allí. Aparecen de vez en cuando algunas personas a pasar el día –hay invitados que parecen ser familiares de la anterior dueña que usan el lugar como si fuera suyo, pero también pescadores que vienen a acampar–, está aquel que viene a comprar vacas y los que les proponen negocios turísticos que ella no sabe si aceptar o no. Alexia, por su parte, fastidiada con casi todos ellos –ella, a diferencia de su madre, no asume para sí misma un rol «servil»–, solo tiene en mente irse. A Buenos Aires o a Lobos, es lo de menos. Esa vida no es para ella.
Benchimol no trata de contar la historia del castillo y, salvo por un breve tour que Alexia le da a una turista, tampoco pone el acento en el lugar en sí. Su eje son los personajes, estas dos mujeres de extracción humilde tratando de mantener un enorme caserón sin demasiados recursos. La película funciona como una ficción de sí misma, con los personajes –tanto las protagonistas como los demás– recreando situaciones documentales o, da la sensación, inventándolas para el film. Si a eso se le suma la romántica música de José Manuel Gatica y la expresionista fotografía de Nico Miranda y Fernando Lorenzale, EL CASTILLO tiene más el aspecto de un gótico melodrama a lo REBECCA, de Alfred Hitchcock, que de un documental más o menos realista.
Es un tono a veces difícil –no son actrices, claramente, y la recreación de diálogos no siempre resulta del todo creíble–, pero como la película no se presenta a sí misma como un documental, son problemas finalmente menores. Y si bien el acento tampoco está puesto en temáticas sociales, la película en todo momento deja en el aire lo curioso que puede resultar que una mujer como Justina sea dueña de ese enorme terreno y de ese alicaído palacio que, cuentan, en alguna época reunió a gente famosa y a personas de la alta sociedad.
Sobre el final, en imágenes que parecen extraídas de Instagram o TikTok, se ven escenas en apariencia documentales subidas seguramente por la propia Alexia a sus redes sociales. Y allí quedan un poco en evidencia las diferencias entre el tono elegido para narrar la historia de ambas y el que probablemente tenga en la realidad. Es una elección intrigante, curiosa, que le da al film las características de un oscuro cuento de hadas, con castillos, princesas y apenas unas pocas vacas flacas para enfrentar a los ejércitos enemigos.
Gracias por tu reseña crítica. Acaban de subirla a CineAr y me dispongo a verla ahora.