Festival de San Sebastián: crítica de «MMXX», de Cristi Puiu (Competencia)
La nueva película del realizador de «La muerte del Sr. Lazarescu» se divide en cuatro ligeramente conectadas historias centradas en personajes en medio de la pandemia.
Director clave del Nuevo Cine Rumano, Cristi Puiu se hizo conocido gracias a esa extraordinaria película que es LA MUERTE DEL SR. LAZARESCU, allá por 2005. Su carrera posterior ha sido más curiosa y errática, con grandes películas como SIERANEVADA y algunas interesantes pero un tanto más fallidas, como son AURORA y MALMKROG. De todos modos –lo mismo ha pasado también con muchos otros directores de esa generación, como Corneliu Porumboiu, y de la posterior, como Radu Jude– lo que los caracteriza es una pasión o necesidad por la experimentación, por el ensayo y error, por no quedarse en los laureles de lo ya conseguido y repetirse, sino por ir probando formas y modos narrativos. No todos los experimentos funcionan, es cierto, pero se agradece ese espíritu curioso desde lo formal.
MMXX es uno de esos casos. Más que un experimento, se la podría pensar como un combo de cuatro películas a medio hacer, o cuatro escenas en búsqueda de una película que las contenga. En cierto modo uno podría relacionarla con aquel medley del Lado B del disco «Abbey Road«, de los Beatles, armado con una serie de canciones no del todo terminadas. Es un filme de 160 minutos dividido en cuatro episodios, ligeramente conectados entre sí, y de duraciones diversas, que observan las vidas de una serie de personajes en la Rumania del 2020, en el momento más álgido de la pandemia por COVID.
El primero –y el mejor, junto al último– está narrado en un solo plano secuencia de más de media hora y tiene como protagonistas a Oana (Bianca Cuculici), una psicóloga, y a su paciente. Lo que vemos es una primera entrevista terapéutica que, utilizando alguna técnica que desconocía, consiste en que la psicóloga le haga a la potencial paciente un cuestionario con varias preguntas y que la mujer tenga que contestar con números del 1 al 5 (tipo «todo el tiempo», «muchas veces», «de vez en cuando», «poco», «nunca», esa onda). Las preguntas van intentando analizar cómo la mujer se ve a sí misma y de a poco vamos conociendo a un personaje que, da la impresión, le cae tan mal a la terapeuta como a los espectadores.
En un momento de la terapia aparece el hermano de Oana, Mihai –un repartidor de Glovo– y ellos dos, junto al marido de Oana, serán los protagonistas de la segunda secuencia (de unos 45 minutos), que tiene lugar mayormente en la cocina, y que no tiene el formato plano secuencia, aunque podría. Ambos están buscando aparatos de cocina para preparar algún tipo de comida para un evento familiar y buena parte del tiempo se va en Oana tratando de encontrar uno de esos implementos mientras el irritante Mihai (Laurentiu Bondarenco) se la pasa quejándose, dándole indicaciones y haciendo mansplaining sobre todo mientras no se mueve de su lugar y arma cigarrillos. En el otro cuarto está Septimiu, marido de Oana, que tampoco aporta nada. Pero cuando el tedio parece ganar la partida, un llamado telefónico de un conocido de la familia que está viviendo una situación dramática, lo cambia todo.
El tercero, lamentablemente, no supera ese tedio nunca. En lo que parece ser un cuarto en el que los médicos que hacen guardia en un hospital descansan, dos de ellos tienen una conversación, esta sí filmada en un solo plano. Uno de ellos es el tal Septimiu (Florin Tibre) y el otro es un colega que le cuenta una larga anécdota ligada a una mujer con la que tuvo algún tipo de affaire amoroso y que podría estar conectada con gente «poderosa». Pero Septimiu no parece prestarle demasiada atención mientras mira el teléfono googleando resultados para saber más acerca de una dolencia que tiene. ¿Será COVID? Y esa falta de atención suya, lamentablemente, se traslada a los espectadores, tornando a esa media hora en una suerte de descanso que parece tomarse la película de sí misma.
El cuarto es el más «ambicioso» –dura poco más de 40 minutos– y el que, uno imagina, bien podría haber sido, con algo más de contexto aquí y allá, una película en sí misma. El protagonista es un tal Giani (Dragos Bucur), un inspector de la policía que viaja en auto hasta una casa de campo en el que tendrá lugar el funeral. Allí, con otro colega suyo, ven a dos personas que acaban de ser detenidas y están siendo llevadas en un coche y luego entran a la casa para escuchar el testimonio de Consuelo (Adelaida Perjoiu), una mujer muy perturbada que les cuenta una terrible historia acerca de sus experiencias, probablemente ligadas a esa persona detenida. Por el marco y por lo específico de lo que la mujer cuenta, es la historia más claramente dramática de las cuatro.
Sin escaparle al habitual uso de la repetición, del manejo del tiempo real, del plano secuencia y a esa suerte de rara concatenación entre temas, historias y personajes que tienen los textos de los protagonistas (hay tantos nombres y hechos que se mencionan que es difícil no perderse en cada larga anécdota), MMXX prefiere presentarse como un collage de distintas situaciones, todas vividas en el marco de la pandemia. Si bien en el primero y en el cuarto el COVID es un asunto secundario –más que nada, gente con barbijo preguntando si puede sacárselo–, en el segundo, especialmente, y también en el tercer episodio son centrales a las tramas y a las angustias de los personajes.
Por momentos el hecho de ceñirse al tiempo real de las acciones termina redundando en un formato un tanto repetitivo –la primera mitad del segundo episodio y todo el tercero son así–, y la película crece cuando esas conversaciones traen a la discusión historias o situaciones más relevantes. Si bien puede sonar simpático ver durante quince minutos a dos personas buscando un implemento de algún tipo de multiprocesadora, en el fondo son tan cansinos como suenan, especialmente si una de esas dos personas es el colmo de lo irritante. Pero ese mismo episodio gira cuando el llamado telefónico que recibe Oana conecta a los hermanos con una situación bastante más densa.
Es un desparejo retrato de la Rumania contemporánea en la que las mujeres parecen hacer todo el trabajo y cargar con todo tipo de demandas emocionales mientras los hombres se pavonean, se confunden o pierden el tiempo. Es, también, una película que presenta una mirada compleja sobre el tema de los cuidados en pandemia que seguramente incomodará a algunos (ya verán a qué me refiero), porque sin decirlo directamente Puiu parece ser muy crítico con muchas de las medidas tomadas en esas circunstancias. Más allá de eso, tengo la impresión de que si se le quitara el tercer episodio por completo estaríamos ante una mucho más «redonda» película de dos horas de un director talentoso que, a veces, no puede del todo con su genio.