Festival de Venecia 2023: crítica de «Milk» («Melk»), de Stefanie Kolk (Giornate degli Autori)
En este film neerlandés, una mujer que perdió un embarazo muy avanzado trata de donar su leche materna pero las dificultades para hacerlo la van angustiando cada vez más. En Giornate degli Autori.
Hay algo llamativamente calmo y sensible en MILK, la película holandesa que se presenta en el Festival de Venecia, en la sección Giornate degli Autor. Tiene el tipo de trama y puesta en escena que, hoy por hoy, no seduce a las grandes competencias por su falta de impacto, espectacularidad y hasta crueldad. Y, por su tema, podía haber tenido todo eso y hasta ganar premios en las secciones oficiales. Pero habría sido una peor película. Es que la historia de Robin (Frieda Barnhard) se presenta de tal modo que, en manos de otro director o directora, fácilmente podría disparar para los extremos más morbosos y las bajezas máximas del alma humana, algo que acostumbran a hacer muchos directores de estos países de Europa. Pero no es el caso de Kolk. En lugar de explotar, su película implota. En lugar de agredir, comprende. Y en lugar de agigantar la tensión al máximo, la conduce solo lo necesario como para llevar adelante su historia.
MELK —tal el título original en neerlandés— se centra en un período en la vida de Robin, una chica holandesa que acaba de perder un embarazo bastante avanzado. A sabiendas de que seguirá produciendo leche durante meses, su doctora le recomienda que se la saque y le comenta acerca de los “bancos de leche” que existen en el país y en el que se la trata de juntar para ayudar a las madres que tienen problemas en ese aspecto. Robin acepta la propuesta y se pone a investigar. Es evidente, de entrada, que el “trabajito” es una manera de lidiar con la depresión, la amargura y la tristeza que le ha provocado perder a su bebé. Y su marido la apoya en su decisión.
Pero participar en esos programas no es tan fácil. A Robin le hacen un cuestionario y por una infección vaginal que tuvo muchos años atrás no puede donar su leche, ya que podría provocar algún problema al recién nacido que la tome. Robin claramente se frustra y empieza a buscar, por un lado, otras opciones menos «oficiales» para hacerlo. Y, por el otro, trata de canalizar su angustia de otro modo. Uno de ellos es unirse a un grupo de “silent mourning”, personas de todo tipo, género, edad y color que se juntan para hacer caminatas, estar juntos y lidiar con sus pérdidas pero sin hablar nunca. Más allá de un ocasional cartel, alguna mirada, gesto y hasta sonrisa, no hay otra forma de comunicación. Todas las veces que Robin va a su caminata del dolor, estamos ante una película muda.
No es que el resto de MELK sea demasiado verborrágica. Ella habla poco, su amable y comprensivo marido, menos. Apenas sus parientes, obsesionados en ayudarla y en que esté bien, conversan un poco más. Pero muy poco. Kolk deja largo tiempo esos silencios, del mismo modo que elige poner en escena ciertas situaciones con particulares puestas de cámara, dejando de lado personajes o deteniéndose en detalles por un rato más largo de lo normal. Hay una escena larga en la que Robin hace rodar, de ida y vuelta, una pequeña botellita con su leche, hasta que la botella va y no vuelve. Y eso, que es todo, dice mucho acerca de lo que está atravesando.
En un punto da la sensación de que, por su depresión y angustia, y ante las negativas y complicaciones para entregar su leche a alguien (todas las mujeres le agradecen el gesto, le dicen que la infección seguramente no tiene gran importancia pero al final, por las dudas, prefieren no aceptarla), Robin puede llegar a hacer cualquier cosa. Imagine usted qué, las opciones son muchas, tanto con ella misma como con su “prohibida leche”. Pero la realizadora va más por la empatía que por el shock y prueba que los temores del espectador acostumbrado al golpe de efecto son infundados, encontrando una salida abierta que habla con inteligencia de eso que se conoce como sonoridad.
No es una película completamente redonda por una pequeña serie de inconsistencias. Las escenas de la caminata silenciosa en grupo prometen más de lo que cumplen y no solo porque uno busque ahí, de vuelta, que a Robin le pase algo fuerte o relevante, sino porque da la impresión que es una subtrama que se vuelve repetitiva y en la que no se explora lo suficiente lo que pasa. Hay, de vuelta, indicios de algo vital que empieza a aparecer ahí, pero aquí sí da la impresión que Kolk se queda corta, que el pudor y la discreción le juegan un poco en contra. Y hay otras escenas de la vida familiar —una, de hecho, de carácter musical— que, de vuelta, por intentar ser cotidianas rozan lo banal.
De todos modos, es un problema menor. MELK es un notable drama humano acerca de la crisis de una mujer que perdió un embarazo, una película que posee una temática muy precisa en lo puntual (no me refiero al tema de la pérdida del bebé sino a las complicaciones de una infección que impiden una donación de leche materna) pero que no deja de ser universal en sus resonancias. Lo que le pasó a Robin puede ser muy específico, pero la sensación de atravesar una desgarradora pérdida como esa o cualquier otra de esa dimensión es muy reconocible y angustiante. Y está tratada aquí con respeto y dignidad.