Festival de Venecia 2023: crítica de «Paradise is Burning», de Mika Gustafson (Orizzonti)
Este drama sueco se centra en tres hermanas que viven solas y de un modo bastante caótico pero divertido ante la ausencia de su madre. Pero cuando los Servicios Sociales empiezan a investigar, las cosas parecen complicarse.
En los últimos años han habido muchas películas centradas en casos de niños y adolescentes que tienen que arreglárselas para vivir por su cuenta debido a la ausencia de sus padres. El problema, que atraviesa muchas culturas muy distintas, ha sido reflejado en películas japonesas, británicas, argentinas y escandinavas, por citar solo algunas de memoria. PARADISE IS BURNING presenta una situación similar a ese tipo y la combina con un clima y un desparpajo propios de THE FLORIDA PROJECT. Es que, si bien allí había nominalmente una madre, convengamos que no era muy convencional y que cumplía con su rol de una manera bastante particular.
Ese espíritu de cierta liberación es el que tiñe, durante buena parte de PARADISE IS BURNING, a las tres hermanas que viven solas desde que su madre desapareció del mapa. De entrada no quedan muy claros los motivos de su ausencia, pero las chicas parecen manejarse con relativa comodidad y tranquilidad, aún dentro del caos que la situación genera. Laura, de 16 años, es la que toma ese rol, ocupándose de ciertos quehaceres domésticos, mientras sus hermanas Mira (de doce) y Steffi (de siete) siguen comportándose como lo que son: niñas.
El problema es que Laura tampoco se siente del todo cómoda en el rol de hermana responsable. Y si bien defiende a una de ellas del bullying y se ocupa de armar una trampa para robar comida en un supermercado, en el fondo es una adolescente intensa, nerviosa y un poco agresiva que sigue teniendo 16 años y quiere pasarla bien. Y como es verano y la mayoría de las chicas de la edad están saliendo, paseando, divirtiéndose y hasta colándose en piscinas ajenas, Laura vive con cierta ambigüedad tener que ser la responsable.
Todo se complica más cuando recibe un llamado de los Servicios Sociales pidiéndole una reunión con su madre a partir de ciertas sospechas que despierta su situación. Laura trata de demorar y estirar la cuestión, pero los tiempos apremian y no sabe bien qué hacer. En medio de todo eso se topa accidentalmente con Hannah, una mujer treintañera con la que empieza a desarrollar una amistad a través de una serie de encuentros y hasta paseos. Y a Laura se le ocurre que quizás ella pueda hacer de su madre para así zafar de que las instituciones se metan en sus vidas.
Es evidente, de todos modos, que la situación es insostenible. Pero pese a los gritos, las peleas y las tensiones entre las tres –una más acelerada e intensa que la otra–, Laura no puede imaginarse no estar con sus hermanas si es que de algún modo las separan. Elige no decirles nada a las dos de la situación y, a su modo, intenta ver si logra resolverla. El problema es que Laura tiene más capacidad para meterse en problemas que para salir de ellos, por lo que no hay demasiadas perspectivas de que pueda resolver el entuerto.
PARADISE IS BURNING, como su título lo ejemplifica, muestra un verano divertido, caótico, relajado y hasta salvaje de parte de estas chicas que funcionan sin atención materna, pero ese «incendio» se adivina como algo cercano, que tarde o temprano pondrá punto final a ese «paraíso». Gustafson, de todos modos, parece más interesada en mostrar esa potencial última fiesta, esa última pelea, ese último conflicto en el que Laura –y, en menor medida, sus hermanas– se mete. La «resaca» se adivina, a modo de amenaza telefónica y en la tensión disimulada de excitación de la protagonista, pero habrá tiempo para eso. La película se dedica, a veces de una manera narrativamente desorganizada y estilísticamente un tanto caótica pero siempre muy fresca, a mostrar una colección de momentos robados a la memoria.
La directora ha dicho que se trata de una «declaración de amor a la hermandad» y algo de eso hay. Si bien las chicas viven peleándose el 80 por ciento del tiempo, es evidente que, al final, solo se tienen unas a otras, y que no hay mucho más que puedan hacer que quererse, disfrutar del tiempo extraño que les ha tocado vivir y, aunque no lo sepan, esperar un futuro más complicado. A eso Gustafson le suma, al contar la relación entre Laura y su potencial «madre ficticia», la perspectiva desde la adultez, al explayarse sobre Hannah, una mujer con una vida en apariencia organizada que solo parece «revivir» cuando está con su amiga teenager. Quizás no haya forma de saber cuál momento en la vida de una persona es el mejor. Tal vez, irónicamente, termine siendo el que cualquier adulto pensaría que es el peor.