Estrenos online: crítica de «Juego limpio» («Fair Play»), de Chloe Domont (Netflix)

Estrenos online: crítica de «Juego limpio» («Fair Play»), de Chloe Domont (Netflix)

Entre el thriller financiero y el drama de pareja se mueve esta opera prima centrada en dos empleados de una financiera de Wall Street cuya relación personal se complica por cuestiones laborales. Estreno en Netflix: 6 de octubre.

El thriller en el mundo de las altas finanzas es un subgénero ya registrado en el cine y las series. Ejemplos como WALL STREET, EL PRECIO DE LA CODICIA o la propia EL LOBO DE WALL STREET son ya clásicos cinematográficos dentro de este registro, lo mismo que SUCCESSION, BILLIONS o INDUSTRY lo son en el mundo de las series. Lo que no han habido muchas son películas como FAIR PLAY que combinan esa tradición de nervios y tensiones en el mundo de la compraventa de acciones y bancos de inversión con un drama de pareja, romántico y de poder, que por momentos lleva la propuesta a un registro totalmente distinto, casi de película de John Cassavetes.

En buena medida JUEGO LIMPIO combina esos universos. Y lo hace, más allá de algunos deslices y excesos, muy bien. Tiene la atmósfera de un film de suspenso pero en realidad es un drama de pareja protagonizado por dos traders que tienen una relación amorosa que se complica cuando ascienden a uno en lugar del otro, cuando la balanza de poder interna se altera y la que lleva la voz de mando –o la que ocupa el lugar de hacerlo, profesionalmente al menos– es la mujer. Ese clima, que se va volviendo más oscuro y agresivo, permea la película de principio a fin.

Todo empieza casi como una comedia romántica. Conocemos a Luke (Alden Ehrenreich, el joven Han Solo de SOLO) y a Emily (Phoebe Dynevor, de BRIDGERTON), bebiendo y aburriéndose en una boda. Por un momento no se sabe si son pareja o se acaban de conocer, pero lo cierto es que terminan en el baño intentando tener sexo pero de un modo un tanto accidentado que les impide, digamos, volver al salón y pasar inadvertidos. En el medio del asunto a Luke se le cae al piso un anillo y ahí nos enteramos no solo que ya eran pareja sino que él le propone casamiento. Ella lo mira un tanto sorprendida, acepta y pronto los tenemos en la casa en la que viven juntos, solo que ahora «comprometidos».

A la mañana siguiente empieza otra película. La fotografía se torna un tanto más oscura, la música más de suspenso y ahí empezamos a descubrir otra cosa acerca de ellos: que trabajan en Wall Street y que no deberían estar juntos, por las reglas de la empresa de la que ambos son empleados, llamada One Crest Capital. Entonces lo disimulan. Cada uno viaja por su lado, se saludan al llegar como si no hubiesen pasado la noche juntos y conviven en la típica oficina abierta de estas agencias como dos colegas más. En principio el gran problema parece ser ese: ¿se les complicará conservar el trabajo si anuncian que están juntos y se van a casar?

Pero rápidamente el eje gira y el conflicto pasa a ser otro. Despiden a un jefe de ambos –quien reacciona violentamente a la noticia– y Emily escucha que será Luke el que lo reemplazará. Se lo dice, él se alegra y ambos festejan. Pero esa misma noche –es un trabajo 24/7 de esos que implican llamados telefónicos a la madrugada y juntarse con jefes en bares a beber y «rosquear» hasta altas horas–, Campbell (el siempre inquietante Eddie Marsan) le ofrece el puesto a Emily, que lo acepta sorprendida. Le cuenta a Luke la novedad y él parece alegrarse, pero es claro que no lo ha tomado tan bien como dice. Y ahí empiezan los verdaderos problemas. Ahí, realmente, empieza la película.

El film de Domont (que dirigió episodios de SUITS, BALLERS y sí, BILLIONS) será, de ahí en más, un drama de pareja con el tenso mundo de los negocios de fondo, más una excusa o un muy apropiado escenario para ese juego de poder que otra cosa. Ella crece en el trabajo y, al intentar promover también a Luke, se entera de que él no es muy respetado por el brusco jefe. Pero no se lo dice para no herirlo. Es que, como ellos no han hecho público que están en pareja, ambos escuchan de terceros cosas horribles y rumores acerca del otro. Y eso complica más las cosas ya que «los muchachos» de la oficina comentan cosas acerca de ella que enervan a Luke. Y el tipo, competitivo, se va poniendo cada día más nervioso, celoso y agresivo.

JUEGO LIMPIO va a incluir en todo momento distintos escenarios propios de los negocios de Wall Street, pero su centro es ese power play en la pareja. ¿Acepta él que Emily llegó donde llegó por sus méritos? ¿O cree que hizo algo que no debía? ¿O que la pusieron ahí por ser mujer? Campbell no parece ser el tipo de persona que haría algo así por «corrección política», pero ¿qué onda con los regresos de la chica, alcoholizada, de madrugada? Herido en su, digamos, hombría, a Luke se le mueve el piso y empieza a enredarse. Emily, en tanto, presionada por su madre para anunciar el compromiso –ella no quiere hacerlo público porque ahora, siendo la jefa de Luke, es aún peor la situación– no sabe qué hacer para manejarse entre las exigencias de su jefe y los celos de su futuro marido.

El único problema de la película tiene más que ver con el guión que con la realización, con su temática o con las actuaciones de los protagonistas. Hay determinados momentos en los que la situación, que podría tener alguna salida un poco más elegante, se fuerza a volverse intensa y potencialmente violenta de una manera que no es del todo creíble. De todos modos sirve, en los hechos, para marcar esas tensiones con las que hoy lidian muchos hombres que, por más que lo aparenten (Luke es de esos que, de la boca para afuera al menos, tiene poco de machista), no terminan de aceptar del todo que a las mujeres les vaya mejor que a ellos. Aún a sus parejas.

Pero quizás más interesante que la problemática de Luke –que en algún punto se vuelve un tanto tópica– es la de ella, a la que no solo sabemos inocente de lo que él la acusa sino que hasta es claro que lo protege en una situación que sería sino aún peor para él. Pero a la vez es claro que no termina de sentirse de todo cómoda en su rol, como si supiera que por ser mujer tiene que hacer un esfuerzo extra o ser doblemente convincente a la hora de justificar un ascenso que vive con cierta culpa. ¿O será cierto, como dice Luke, que está ahí por algo así como «el cupo»? Y eso la va llevando a dejarse manejar, por momentos, por los vaivenes emocionales de su pareja.

Los problemas de guión, en general, los resuelven los dos actores con su convicción a la hora de interpretar a sus personajes. Su relación –que tiene algo de la de Shiv y Tom en SUCCESSION, también acá con un alto componente sexual como parte de esos juegos de poder– puede volverse cada vez más densa pero a la vez cada uno de ellos a esa altura ya mostró sus cartas. Para bien o para mal, ambos se ven llevados a revelar quiénes y cómo son de una manera más profunda. Y una vez que eso sucede, ya no hay vuelta atrás.

Aplaudida en el Festival de Sundance, FAIR PLAY es –más allá de sus imperfecciones– el tipo de película compleja, inteligente y bastante audaz que raramente estrena Netflix fuera de las tres o cuatro que presenta para «la temporada de los premios». Más films como estos harían que la programación de la plataforma estuviese más balanceada, ya que es el tipo de contenido que uno raramente encuentra entre tanto film de acción «original» mediocre y varios tipos de subproductos y secuelas de consumo masivo. No digo que esos «contenidos» no tengan que estar –Netflix es, después de todo, una empresa que busca su rentabilidad–, pero más películas como la de Domont le darían un plus a su programación que un público adulto agradecerá.