Series: crítica de «La caída de la casa Usher», de Mike Flanagan (Netflix)

Series: crítica de «La caída de la casa Usher», de Mike Flanagan (Netflix)

Esta adaptación de varios cuentos y poemas de Edgar Allan Poe se centra en una familia, dueña de un imperio farmacéutico, que empieza a sufrir una serie de desgracias. Con Carla Gugino, Bruce Greenwood, Mary McDonnell y Mark Hamill. Estrena Netflix el 12 de octubre.

Cualquiera que haya leído el cuento que da título a esta serie se preguntará cómo ha hecho el creador de LA MALDICION DE HILL HOUSE y MISA DE MEDIANOCHE para transformar esa impactante pero breve historia en ocho episodios que exceden la hora cada uno. Bueno, empecemos por el principio: LA CAIDA DE LA CASA USHER no es una adaptación de ese cuento de Poe, sino su marco, la excusa que sirve como disparador de las otras historias que se cuentan a lo largo de la serie y que responden –he aquí el asunto– a variaciones sobre otros cuentos y poemas del autor estadounidense. Dicho de otro modo: la serie se parece más a una disertación dramatizada y contextualizada de la obra de Poe que a un relato único y consistente por sí mismo.

El esfuerzo evidente de Flanagan y sus colaboradores pasó aquí por encontrar la manera de enmarcar el drama de los Usher en una situación contemporánea relativamente análoga y, a la vez, distribuir las referencias a los otros textos del autor en las distintas desviaciones y flashbacks de la historia que el tal Roderick Usher (Bruce Greenwood) le va contando a C. Auguste Dupin (Carl Lumbly) , el investigador policial que lo visita en la mítica casa para escuchar sus supuestas confesiones sobre las muertes que han tenido lugar en el seno de su familia.

Ya con leer el nombre del detective –que no es parte del cuento pero sí de varios otros de Poe– empieza a quedar claro el juego. Pero Flanagan no lo oculta jamás. Al contrario, lo hace evidente. Salvo uno –cuyo título referencia a la apertura de «El cuervo»–, cada episodio tiene el nombre de un cuento o poema de Poe: «El escarabajo de oro», «El pozo y el péndulo», «El gato negro», «El cuervo», «La máscara de la muerte roja», «El corazón delator» y «Los crímenes de la calle Morgue», aunque no en este orden. Y en cada uno de ellos buena parte de la trama de esas historias en su versión literaria se incorpora, más directa o indirectamente, a la principal.

En esta meta-adaptación de Flanagan, Roderick Usher es el anciano CEO de una compañía farmacéutica llamada Fortunato (otra referencia, esta a «El barril del amontillado»), creadora de un producto llamado Ligodone. Se trata de un opioide que ha matado a decenas de miles de personas y transformado en adictas a muchas más –las conexiones con la familia Sackler, creadora de OxyContin, son obvias–, por lo que Dupin, un viejo conocido suyo, está tratando de llevarlo a juicio. En los días previos han muerto todos los hijos de Roderick en circunstancias misteriosas y nadie entiende bien qué está sucediendo. Pero Usher convoca al policía para confesar –hacerse responsable, digamos– y ese es el dispositivo narrativo que permitirá a Flanagan contar una saga que se extiende por varias décadas.

A partir de allí cada episodio pondrá el eje en una de esas muertes, con cada uno siguiendo parámetros relativamente similares a los cuentos y poemas que les dan su título, más allá de las diferentes circunstancias. Gran parte de la trama transcurre en la actualidad, con referencias directas o indirectas al mundo que conocemos (Inteligencia Artificial, racismo, misoginia, privilegios de millonarios, cambio climático y así) pero apoyadas en un misterio esencial: ¿quién está matando a los hijos de Usher y por qué? ¿Qué sucedió en el pasado de la familia que va llevando a que algo o alguien se esté cobrando sus vidas?

Entrar en detalles sería largo y hasta tedioso, por lo que lo mejor es que cada espectador vaya descubriendo esas conexiones y quizás se sienta intrigado en leer esos cuentos y poemas, si es que no lo ha hecho antes. Si lo hizo, el juego acaso será otro: descubrir las referencias. Ya no de las historias, que son evidentes, sino de otros más específicos y pequeños elementos que están en todos los capítulos diseminados de un modo apenas disimulado. Ese, también, es un potencial problema de LA CASA USHER: que el espectador lo vea más como un juego, un ejercicio, y no tanto un drama gótico y trágico sobre la caída de una poderosa y cruel familia.

Por supuesto que gran parte de los personajes estarán conectados al mundo Poe: la manipuladora hermana de Roderick sigue siendo Madeline (Mary McDonnell de grande y Willa Fitzgerald de joven), el jefe de seguridad de la empresa es Arthur Pym (Mike «Luke Skywalker» Hammil) y los nombres de los hijos y otros familiares del protagonista –Próspero, Tamerlane, Victorine, Napoleon, Camille, Frederick, Anabel Lee y, especialmente, Lenore– están tomados de distintas obras del autor. Hasta hay lugar para que el archirrival de los Usher, que era CEO de la farmacéutica antes que ellos se adueñaran de la firma, se llame Rufus Griswold (Michael Trucco), el nombre del famoso enemigo literario de Poe.

La figura inventada para la serie que, de todos modos, se conecta con un personaje de la obra de Poe (no diré cuál, aunque cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de anagramas se dará cuenta) es la misteriosa Verna (Carla Gugino), un ser en apariencia sobrenatural que aparece a lo largo de la historia de la familia y está presente usualmente en las muertes de los hijos de Roderick. Es a través de la conexión entre todos estos brutales crímenes que la serie produce sus momentos más propios de un relato de terror, ya que las muertes de estos hijos ya adultos –todos bastante impresentables, convengamos– suelen ser bastante violentas y desagradables.

Flanagan le da a varios de sus personajes algunos de sus característicos monólogos, no puede evitar ponerse excesivamente tópico al hablar de los problemas de hoy (y no solo sobre la crisis de los opioides) y LA CAIDA DE LA CASA USHER va perdiendo de a poco su fuerza, se va volviendo un tanto metódica y casi repetitiva. Más allá de los flashbacks a los inicios de la carrera de Roderick y Madeline en el mundo de los laboratorios farmacéuticos y los que detallan una por una las muertes, cada tanto Flanagan regresa a la conversación original en la casa, retomando el concepto central del cuento que da título a la serie, con sus propios peligros y extrañas visiones.

LA CAIDA… funciona más como tesis sobre el mundo de Edgar Allan Poe –si fuera el trabajo final de un alumno de Letras le alcanzaría para un Master– que en un sentido dramático. Tiene sus grandes momentos visuales, sus escenas virulentas y ese clima enigmático que le va dando la presencia de esta suerte de «ángel de la muerte» que sobrevuela la caída de ese imperio del mal. Es más complicado, en función de lo repulsivos que son casi todos los Ushers (que son como la familia de SUCCESSION, pero sin ninguna gracia ni sentido del humor), realmente preocuparse por la suerte de cada uno. Salvo en un previsible caso –los lectores de Poe ya sabrán cuál es–, la mayor parte de sus muertes se ven con una enorme distancia emocional. Por más arrepentimiento que sienta Roderick, en el fondo todos son monstruos y casi que merecen su «castigo divino».

Entretenida, bastante larga y un tanto exageradamente obstinada en «bajar línea» sobre casi cualquier tema, LA CAIDA DE LA CASA USHER es un encuentro exploratorio con la obra de Edgar Allan Poe y un estudio acerca de los diferentes modos en los que algo así como «el Mal» se hace presente en la vida contemporánea. Más allá de sus fallos –la miniserie jamás tiene la cohesión ni la potencia dramática de MIDNIGHT MASS, por ejemplo–, si la serie sirve para que los espectadores lean o relean la fascinante obra de Poe, como me sucedió a mí, hay algo de misión cumplida en todo este ambicioso pero desparejo proyecto.