Series: crítica de «Lecciones de química» («Lessons in Chemistry»), de Lee Eisenberg (Apple TV+)

Series: crítica de «Lecciones de química» («Lessons in Chemistry»), de Lee Eisenberg (Apple TV+)

Esta serie trata sobre una química que, al ser despedida de su trabajo, termina revolucionando el mundo de la cocina por televisión por su manera científica de preparar los platos de comida. Desde el 13 de octubre por Apple TV+.

Uno de los problemas del cine y las series estadounidenses de los últimos años es que se han vuelto excesivamente aleccionadoras, parecen tener la necesidad permanente de impartir enseñanzas, de tomar al espectador como un receptáculo medio vacío al que explicarle cosas, de un modo no muy diferente al que lo haría un maestro con un alumno pequeño. Las lecciones pueden ser buenas –humanitarias, coherentes, llenas de buenos sentimientos e ideológicamente nobles–, pero no dejan de ser lecciones. Es cierto que esta serie te lo avisa desde el título, pero lo que uno no espera es que sean tantas, ni tan repetitivas ni, finalmente, tan obvias.

Y es una pena porque es una historia cuyo tema, origen y punto de partida tranquilamente podría dar para una serie mucho mejor. Pero para eso tendría que concentrarse en los personajes y en sus circunstancias en lugar de en lo que tienen para decirnos sobre lo impredecible, injusta y complicada que es «la vida». Quizás lo más incómodo de LECCIONES DE QUIMICA no sea del todo su carácter aleccionador sino el lugar y el tono con el que se predica, con la protagonista subida a alguna especie de púlpito de conocimiento y avanzada inteligencia que le permite, en los años ’50, predecir todo lo que sucederá en el futuro y explicárnoslo.

La «lección inicial» que da su origen a la serie está en sus cimientos y tiene su lógica: el mundo de las ciencias nunca fue un espacio generoso con las mujeres, ninguneadas y consideradas incapaces de complejos pensamientos teóricos por los dinosaurios de, en este caso, el mundo de la química. Y Elizabeth Zott es una excelente Licenciada en Química que, en la institución en la que trabaja, todos los hombres tratan como si fuera la empleada de limpieza o la telefonista. Hasta las mujeres la miran mal porque sienten que se cree más que ellas, al despreciar todo lo que son y de lo que hablan. Y, más allá de lo que uno opine respecto a los temas de conversación de «las chicas de la oficina», convengamos que ellas tienen razón: Elizabeth las mira con tremenda condescendencia.

La serie empezará mostrando los frustrados intentos de Zott (Brie Larson) para que sus investigaciones sobre ADN sean tomadas en serio por alguno de la serie de jefes y compañeros presuntuosos, machistas y sin talento alguno que la rodean. Obsesiva, seria y poco amiga de cualquier tipo de contacto social, Elizabeth solo tiene tiempo para la ciencia. De hecho, hasta cuando se cocina por las noches lo hace con el mismo tipo de perfeccionista búsqueda de encontrar la fórmula exacta para hacer una lasagna.

La mejor parte de la serie comienza cuando se topa con Calvin Evans (Lewis Pullman, de TOP GUN: MAVERICK), un científico que trabaja allí y que, con otro estilo, es igual de obsesivo que ella. Hay una importante diferencia: él sí es premiado y reconocido. El tema es que el buenazo de Calvin tampoco conecta con el resto de los hombres del lugar y de a poco comienza entre ambos una trabada relación amorosa que termina de forma, digamos, un tanto brusca. Y con un bebé en camino.

Sola y sin su apoyo, se le hace muy difícil a Zott ser tenida en cuenta en la institución. De casualidad, cuando un productor de TV prueba un plato preparado por ella, le sale una inesperada oportunidad laboral: conducir un show de cocina para la televisión. Sin cambiar sus modos secos y serios de científica –no cree en sonreír, no acepta ciertos sponsors, usa pantalones cuando nadie lo hace y así– termina convirtiéndose en un éxito gracias a la forma precisa en la que, se dice, explica sus recetas. Pero la serie jamás profundiza mucho en eso. Todo lo que cuenta sobre la conexión entre la química y la cocina es pura metáfora y solo está puesto para poder dar alguna lección sobre, bueno, sobre algo.

Y así va la serie, de modo mecánico, con su dedo acusador hablando sobre todos los temas sobre los que hay que hablar. Entonces por su órbita pasan las injusticias laborales, la misoginia, el abuso sexual, el racismo (toda una subtrama que entra muy forzadamente), las corporaciones injustas, el patriarcado, los contaminadores del medio ambiente, los curas pedófilos, las madres solteras y más. Todos problemas densos, importantes, que seguramente muchas mujeres (y hombres) han sufrido y siguen sufriendo. El problema de LECCIONES DE QUIMICA no es hablar de todo eso, sino ponerlo en palabras y explicarlo como si el espectador tuviese cinco años. No es lo que se dice el error acá sino el tono de permanente «dedito levantado» que tiene la serie.

Hay, en medio de todo, algunas buenas ideas y otras rarezas, como la decisión de tener un episodio narrado por el perro de la protagonista, o el mismísimo eje –el de la novela de 2022 de Bonnie Garmus en el que la serie se basa– de pensar cómo la química y la cocina no solo se pueden combinar sino televisar mucho antes de que aparecieran chefs que han hecho una ciencia del hecho de cocinar. Pero no hay mucho para escarbar ahí. De hecho, cada episodio del programa que Elizabeth conduce («Supper at Six» se llama) tiene una sección de preguntas y respuestas con la audiencia, y la serie usa más su tiempo en mostrar eso –allí la conductora da consejos de vida o despotrica contra cosas pero casi nunca habla de comida– que en encontrar algo que hacer con la cocina en sí.

Uno sabe que está frente a un tipo de serie políticamente correcta. Y tiene claro también que la propuesta irá para ese lado, ya que todas las metáforas conducen hacia allí. Pero LESSONS IN CHEMISTRY recarga tanto las tintas –especialmente en su segunda mitad– que uno se cansa de su permanente tono aleccionador. Si el guión dejara a los protagonistas respirar y tener vida propia en lugar de ser incansables disparadores de discursos uno podría encariñarse más con lo que tienen para contar. De hecho, la trama está supuestamente construida sobre la idea de aceptar lo imprevisible, pero casi nunca lo hace y el plato de comida se le quema frente a nuestros ojos. Quizás, como hace Elizabeth con sus recetas, será cuestión de hacerlo 78 veces más hasta que salga bien. Los materiales con los que trabaja son nobles pero el cocinero no tiene mucha idea de lo que hace.