Estrenos online: crítica de «Elena sabe», de Anahí Berneri (Netflix)

Estrenos online: crítica de «Elena sabe», de Anahí Berneri (Netflix)

Una mujer que sufre Parkinson investiga la muerte de su hija en esta mezcla de drama y policial basado en la novela de Claudia Piñeiro e interpretado por Mercedes Morán y Erica Rivas. En competencia en el Festival de Mar del Plata, en cines desde el 16 de noviembre y en Netflix desde el 24.

Hay un curioso tráfico en lo profundo de ELENA SABE, una especie de doble discurso con el que la película juega de principio a fin. Se podría decir que pasa por su condición de falso policial y cómo, a partir de utilizar esa canónica estructura, Anahí Berneri construye otra película, un denso drama sobre el lado más oscuro de la relación madre e hija, sobre los “instintos maternales” y sobre la supuesta “naturalidad” de esos conceptos, con los que la directora de POR TU CULPA y ALANIS ha lidiado a lo largo de su carrera.

La película, basada en la novela de Claudia Piñeiro, se estructura como una investigación pero casi de entrada abandona toda pretensión de realmente serlo. Es, en realidad, la historia de una compleja relación entre una madre y su hija, que se extiende a lo largo de toda una vida, pero que explota (o, mejor dicho, implota), cuando la madre enferma, promediando los 60, de una rara forma de Parkinson, y su hija, que recién ha cruzado la barrera de los 40, tiene que dedicar su vida a cuidarla.

La primera escena –la segunda, en realidad, la inicial es un flashback que pone al espectador en clima y, más que nada, dentro de la cabeza atribulada de la protagonista– presenta lo esencial del conflicto. Elena (Mercedes Morán, en un notable y esforzado trabajo de composición) es una mujer hosca y de pocas pulgas de la que su hija, Rita (Erica Rivas) debe ocuparse casi permanentemente. Rita la lleva a la peluquería a teñirse el pelo, la deja ahí y se va. Detrás del vidrio, sin decirlo, parece ensayar una despedida. Al otro día, la policía toca el timbre en la casa de Elena con la noticia de que Rita está muerta, ahorcada.

Todos en el pueblo del conurbano en el que ambas viven –en la escuela en la que Rita trabaja, en la iglesia en donde encontraron su cuerpo, la pareja, las amigas, la policía, los médicos y las autoridades– están convencidos de lo que sucedió. Si bien no se lo menciona en voz alta parece evidente que Rita se suicidó, demasiado agobiada no solo por la enfermedad de su madre y tener que cuidarla sino por una larga historia de tensiones entre ambas, una que se va ir desarrollando a lo largo de la película. Pero Elena no. Elena está convencida que algo del orden de lo policial sucedió. A Rita la mataron.

Berneri entrecruzará varios tiempos en el relato. Estará el presente en la que Elena intentará, con todas sus limitaciones, averiguar qué pasó ante una serie de interlocutores que pasan de la tolerancia al fastidio por su insistencia. Luego irá a un pasado cercano en el que se mostrará la relación de ambas cuando Elena no estaba tan enferma o cuando empezaron a descubrir qué tenía y lo que le estaba pasando. Y un tercer bloque irá a la juventud de Elena (encarnada por Agustina Muñoz pero con la voz de Morán) y a la adolescencia de Rita (Miranda de la Serna), etapa en la que sucedieron algunos hechos que marcaron sus vidas para siempre y que termina, en cierto punto, siendo el verdadero misterio de la película, más que lo que pudo haberle pasado a Rita.

Berneri se desentiende bastante rápidamente de los códigos del policial –los usa, indirectamente, cuando transforma en flashbacks las cosas que le cuentan a Elena las personas con las que habla para saber qué pudo haber pasado con su hija– y es bastante claro que su interés pasa por retratar una relación tensa, complicada, entre una madre dominante y áspera y una hija atormentada por esa relación y no del todo capaz de establecer su independencia. Y eso, que existe a lo largo de su vida, se volverá aún más angustiante para Rita una vez que su madre enferme, le cueste vestirse, caminar, moverse y casi cualquier otra actividad.

Por momentos la compleja red de tiempos que ELENA SABE obliga al espectador a reinsertarse más de una vez en el espíritu del relato, pero una vez que la estructura se plantea con claridad la historia avanza de un modo insidiosamente claro. Quizás las escenas más específicamente ligadas a lo policial sean las menos interesantes y tengo la impresión que Berneri hizo bien en dejarlas bastante de lado. Los encuentros y desencuentros de Elena con las personas que tuvieron que ver con la vida de Rita –y sus propios recuerdos– interesan más por lo que aportan sobre la vida de ambas más que cualquier dato propio de una pesquisa policial.

En ese sentido, lo que retrata ELENA SABE es más bien un viaje introspectivo, uno en el que una madre va tomando conciencia –como puede y si es que puede– de la relación difícil que tuvo con su hija así como de sus propias debilidades y de las consecuencias de sus actos. Pero tampoco es una película que culpa a la madre de las decisiones de su hija –o no del todo, acá no hay víctimas y victimarios al uso hollywoodense– sino que es una que trata de meterse a fondo en las rispideces y tensiones de una relación que se pretende natural pero que quizás sea más cultural que otra cosa. Las revelaciones que se sucederán darán más material para esa interpretación.

Como siempre, Berneri propone unos tiempos, un tipo de planos de estirpe cinematográfica (y no televisiva) y un tono denso, muy alejado de cualquier thriller de plataforma. La música de Jackson Souvenirs suma en ese sentido, dándole climas entre misteriosos y perturbadores a lo que vamos viendo. ELENA SABE tiene algo de film noir pero no en el sentido formal sino en todo eso que el cine negro trafica, como esta película, tras sus modales estilísticos más visibles. Un mundo áspero en el que la gente no actúa desde la nobleza pero tampoco desde la maldad sino desde la angustia, la incomodidad y el dolor. Un mundo en el que vivir cuesta.