Series: crítica de «Scott Pilgrim da el salto» («Scott Pilgrim Takes Off»), de Bryan Lee O’Malley y BenDavid Grabinski (Netflix)

Series: crítica de «Scott Pilgrim da el salto» («Scott Pilgrim Takes Off»), de Bryan Lee O’Malley y BenDavid Grabinski (Netflix)

La serie animada reversiona y actualiza la historia de desventuras románticas que surgieron de un cómic y que ya fueron adaptadas al cine por Edgar Wright en 2010. En Netflix.

Muchas veces los universos de referencias compartidas definen la relación que los espectadores tienen –tenemos– con las películas y las series. El caso de SCOTT PILGRIM es así. Tanto su anterior versión (hecha con actores, dirigida por Edgar Wright y estrenada en 2010) como ésta (realizada en animación, bastante diferente y subida directo a Netflix) se basan en la serie de novelas gráficas del canadiense Bryan Lee O’Malley acerca del complicado e intenso romance entre el tal Scott, una chica llamada Ramona Flowers y una serie de exes de ella dispuestos a impedir, mediante combates propios de los videojuegos, que esa relación se concrete.

Pero más allá de tener un mismo origen, las diferencias narrativas, temáticas y estéticas que existen entre todas ellas son interesantes de descifrar en relación al cambio de época. Lo que sí permanece casi inalterable es el sistema referencial, uno que se apoya en el animé, el manga y los citados videojuegos para combinarlos con lo que bien podría ser una de esas comedias románticas indies en las que a un chico le gusta una chica «por arriba de sus posibilidades» tan clásica de la primera década de los años 2000.

Y aquí es donde aparece la conexión personal y el sistema de referencias de cada uno. Tanto en esta versión como en aquella, admito, puedo engancharme con esa suerte de comedia romántica entre un tontuelo bajista de una banda de rock y una chica madura, inteligente y quizás «demasiado» para él. Pero la manera en la que la trama se desarrolla luego, siguiendo el formato de etapas de un videojuego, con constantes e interminables peleas entre los distintos protagonistas, me interesa poco y nada. Eso no me impide interpretarla y analizarla, pero debo admitir que –salvo en esos momentos en los que el guión se escapa de esa tradición y se vuelve autoreferente o regresa al origen– se me vuelve un poco repetitiva.

Lo principal a tomar en cuenta acá, tratando de no spoilear mucho, son las diferencias que marcan el cambio de época. La novela gráfica es de 2004, cuando este tipo de relación entre chico neurótico y las llamadas manic pixie dream girls eran usuales en la cultura popular y, especialmente, en el cine, con personajes propios de ese tipología interpretados por actrices como Zooey Deschanel, Natalie Portman, Kirsten Dunst y otras. De un modo relativamente diferente, Ramona (Mary-Elizabeth Winstead, que regresa aquí, como todo el elenco, poniéndole las voces a los mismos o similares personajes) lo era. Pero ha corrido agua bajo el puente, ese concepto «chica de los sueños que ayuda a chico a salir de su caparazón» ha quedado viejo, y hoy el tipo de viaje que se propone, más feminista si se quiere, es uno diferente. Más de autodeterminación y empoderamiento, digamos.

La nueva serie refleja ese cambio, entre varios otros específicos que hacen que la trama –que comienza muy similar a la película– vaya girando hacia otros lados, dándole más protagonismo a Ramona que al propio Scott y a todos sus bizarros exes. El otro agregado conceptual pasa por la manera en la que SCOTT PILGRIM TAKES OFF –el título lanza un sutil guiño a esos cambios– hace referencia a su propia historia como producto cultural, incluyendo una divertida parodia a la película de Wright (acá el director se llana Edgar Wrong) y los cambios que allí le hicieron al cómic original, entre otros giros metalingüísticos y varios easter eggs que disfrutarán los fans de buscar y cruzar referencias entre los tres productos.

Es cierto que el formato animado permite que la acción de SCOTT PILGRIM DA EL SALTO no se vea limitada por la lógica espacio-temporal de una película con actores. Acá todo funciona como en un animé asiático –con sus escenas de acción clásicas, cada una con una estética distinta y con la posibilidad de pasar rápidamente a escenarios directamente surrealistas–, con la única diferencia de que la versión que vemos (bah, si la ven en japonés no sucederá eso y menos aún doblada al castellano) está hablada por los mismos actores que entonces eran poco conocidos y que hoy son, en su mayoría, celebridades.

Eso empieza con el protagonista Michael Cera, pero se nota especialmente en actores con tonos de voz inconfundibles como Kieran Culkin (cuyo rol como Wallace, el roomate gay de Scott está bastante expandido), Aubrey Plaza (en el rol de Julie) y Jason Schwartzman (otro papel, el de Gideon Graves, con giros inesperados), además de Alison Pill (Kim), Brie Larson (Envy Adams), Chris Evans (Lucas Lee) y muchos otros nombres reconocibles (Simon Pegg, Nick Frost, Finn Wolfhard, Will Forte y más) que aparecen en roles menores o más breves.

Así, entre temas breves de la banda de Scott (los inconfundibles Sex Bob-omb, con Stephen Stills y Young Neil, una broma que entendemos los más veteranos), las famosas «chispas» románticas que aquí toman otras características, portales que abren viajes en el tiempo y el espacio, y las ya conocidas peleas con todos los exes y entre los exes –que aquí tienen diferencias también–, se pasa amablemente esta versión década del 2020 de SCOTT PILGRIM. Un clásico para la generación a la que el combo entre la comedia romántica cinematográfica y los videojuegos con etapas para superar le resulta una conexión natural. A mí, lo dije antes, me cuesta un poco más. Pero la serie no está hecha para mí.