Estrenos: crítica de «Dogman», de Luc Besson
Un hombre en silla de ruedas que maneja un ejército de perros que roban joyas es el excéntrico protagonista de esta mezcla de drama y thriller del director de «El perfecto asesino». Estreno en cines: 4 de enero.
Una película extraña, extrañísima, especialmente para los estándares de su director, DOGMAN es un producto inclasificable, como si su realizador –conocido por películas de género como EL PERFECTO ASESINO y EL QUINTO ELEMENTO— hubiese querido hacer algo parecido a un drama psicológico pero sin poder sacarse de encima su costado de entertainer, uno que necesita teñir todo de acción, suspenso, violencia y perros, muchos perros. Ya la mínima descripción de su personaje principal y de su trama resulta un tanto compleja de redactar. Pero lo intentaremos.
Protagonizada por el siempre muy intenso Caleb Landry Jones (HUYE, 3 ANUNCIOS POR UN CRIMEN y especialmente NITRAM, por la que fue premiado como mejor actor en Festival de Cannes 2021), DOGMAN narra la historia de Douglas Munrow, a quien conocemos cuando es detenido en la ruta. Sentado al volante, vestido en plan drag queen como Marilyn Monroe pero completamente ensangrentado, el tipo tiene en el baúl de su camioneta una docena o más de perros que, asegura él mismo, lo defenderán hasta las últimas consecuencias.
La detención dará pie a un interrogatorio policial de parte de una comprensiva psiquiatra (Jojo T. Gibbs) que funcionará como el pivot narrativo del relato, el que disparará la larga serie de flashbacks a través de los cuales iremos conociendo quién es este personaje y cómo llegó hasta ahí. Resumiendo esta biografía tan dolorosa como extravagante, lo que veremos es a Douglas de niño, siendo maltratado por su padre y su hermano mayor, quienes se dedican a entrenar perros. Un largo encierro de Doug con los canes en cuestión lo convertirá en algo así como su líder, alguien a quien aman y responden. Sin casi contacto con otras personas, los perros son su único refugio.
A eso hay que sumarle que, como consecuencia de un disparo, Doug queda paralizado de la cintura para abajo. Ya de adolescente aparecen otras cuestiones en su vida. Básicamente, su amor por el teatro y la actuación, disparados por una docente llamada Salma (Grace Palma), que lo adora y le presta la atención que nadie más le da. Así, nuestro perturbado antihéroe termina aprendiéndose obras de William Shakespeare de memoria pero a la vez enamorándose de la mujer de una manera que, obviamente, no terminará como él imagina.
Imposibilitado de conseguir un trabajo formal por su discapacidad física y viviendo en una especie de fábrica abandonada con sus perros, Doug se dedica en paralelo a sus dos pasiones. Una es actuar como drag queen una vez por semana en un boliche nocturno –estas escenas son bastante caprichosas, pero lo de Jones haciendo mímica con canciones en drag como Edith Piaf o Marlene Dietrich es realmente impresionante– y la otra, más propia de esa película de género que corre en paralelo, tiene que ver con hacer que su ejército perruno se dedique, por su cuenta, a robar joyas de casas lujosas.
¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Nada, en realidad. Da la impresión que Besson creó un personaje que se define por su costado marginal y por las maneras inusuales con la que confronta a esa sociedad que ha abusado de él y lo ha desechado. Tierno pero a la vez violento, cálido pero con momentos de desesperante brutalidad que lo transforman en un pariente del JOKER de Joaquin Phoenix, Doug es una especie de extravagante antihéroe del que la psiquiatra –y la película– se apiada y comprende.
La película es excéntrica por dónde se la mire. No solo por su imprevisible trama sino por la impronta que le otorga Jones, un actor magnético y desatado, como en algún momento lo fueron tipos como Nicolas Cage, Vincent Gallo, Michael Pitt o el propio Joaquin Phoenix, entre otros intérpretes que se salen de cualquier norma o previsibilidad interpretativa. Los esfuerzos del tipo en sacarle todo el jugo posible a un personaje que es, a la vez, paralítico, se comunica con los perros telepáticamente, recita Shakespeare y canta vestido de drag queen, son notables y valiosos, pero no alcanzan del todo para transformar a Doug en un ser humano más o menos creíble. Es una creación más propia de X-MEN que de un supuesto drama psicológico.
Si a ese personaje marginal se le suma un ejército de perros que, como si fueran criaturas de una película de animación tipo ISLE OF DOGS, funciona como una precisa y muy organizada banda criminal que es capaz de defender a su dueño de maneras violentas, se darán cuenta que estamos ante un film que bordea lo absurdo. Lo cual no es un defecto en sí mismo, pero es algo que el realizador francés de SUBWAY, EL PERFECTO ASESINO, EL QUINTO ELEMENTO y LUCY no termina de usufructuar del todo.
El problema es que el director no aprovecha su planteo para hacer una película de autor pura y dura –uno imagina que su compatriota y compañero de generación Leos Carax tomaría una trama así para irse literalmente al carajo– sino que necesita todo el tiempo darle una impronta de thriller, casi de película de acción. Y si bien uno puede ver a DOGMAN como un intento de volver a sus orígenes, ese Besson que se hizo famoso por sus superproducciones impide que la película se libere del todo.