Estrenos online: crítica de «Dejar el mundo atrás» («Leave the World Behind»), de Sam Esmail (Netflix)

Estrenos online: crítica de «Dejar el mundo atrás» («Leave the World Behind»), de Sam Esmail (Netflix)

por - Críticas
03 Dic, 2023 10:45 | comentarios

Una familia alquila una casa de fin de semana y una vez allí, mientras lidian con los dueños del lugar, empiezan a pasar cosas extrañas que presagian algún tipo de apocalipsis difícil de comprender. Con Julia Roberts, Mahershala Ali, Ethan Hawke, Myha’la Herrold y Kevin Bacon. Estreno en Netflix: 8 de diciembre.

En teoría, por su temática y su tratamiento, DEJAR EL MUNDO ATRAS debería ubicarse en una zona intermedia entre el cine de M. Night Shyamalan y el de Jordan Peele. En la práctica, al menos según el creador de MR. ROBOT, Sam Esmail, ese punto medio es una combinación un tanto incómoda e irregularmente efectiva entre un thriller post-apocalíptico y un drama humano con temática racial. Un film que genera muchísimos climas enrarecidos pero que funciona de a ratos, víctima de su propia incierta lógica. Algo de eso es parte de la propia propuesta –adaptada de la novela de Rumaan Alam, publicada en 2020 en plena pandemia– que se enfrenta con una situación potencialmente cataclísmica y ve a sus protagonistas reducidos a tener que hablar sobre ella.

Esmail, sin embargo, es un cineasta que si puede pegar tres giros con la cámara cuando hace falta solo uno, lo va a hacer. Y es así que le ha agregado algunas escenas de suspenso hitchockiano bastante efectivas pero también ha cedido a la necesidad de usar efectos para meter la cámara en agujeros imposibles y otros innecesarios gestos que parecen puestos para que la gente no se de cuenta, al menos no del todo, que lo central acá pasa por los diálogos. O, dicho de otra manera, por las tensiones que hay por debajo de lo que se dice.

Todo empieza, como en mucha trama apocalíptica, de una manera en apariencia apacible. En apariencia, digo, ya que por debajo de la idea de Amanda (Julia Roberts) de alquilar una casa de vacaciones a unas horas apenas de su departamento en Brooklyn, Nueva York, y tener las valijas ya preparadas antes de que su marido, Clay (Ethan Hawke), se levante de la cama, hay una evidente ansiedad y hasta tensión. Pronto queda revelado eso mismo cuando ella, al mirar a la gente por la ventana y pensar en el movimiento cotidiano de rebaño de todos ellos, dice: «I fucking hate people».

Pronto Amanda, Clay, un tipo más relajado (siendo Hawke quien lo interpreta casi no puede ser de otra manera) y sus dos hijos –el adolescente Archie y Rose, de 13 años– están llegando a una casa de ensueño en Long Island, metiéndose en la piscina, comprando comida y bebida con la promesa de un fin de semana relajados. Pero pronto, al ir a la playa, se dan cuenta que no será así. De la nada, un barco carguero quizás con petróleo empieza a acercarse peligrosamente a la costa y los bañistas deben huir corriendo. Es la primera escena en la que una amenaza real se hace presente. Ese extraño accidente –nadie explica que pasó, los protagonistas no se quedan a averiguar– marca el tono de lo que seguirá. A la noche, además, se corta la conexión telefónica y a internet.

Lo que sigue es un timbrazo en el medio de la noche. Asustados, Amanda y Clay atienden la puerta y se topan con George (Mahershala Ali) y Ruth (Myha’la Herrold, de INDUSTRY), un padre y una hija afroamericanos que vienen de Nueva York, donde un apagón los obligó a irse a su casa de fin de semana. Que es, precisamente, la que le alquilaron a ellos. Ambos vienen de la opera y están elegantemente vestidos, dan pruebas aparentes que la casa es suya, pero una inusitadamente nerviosa Amanda no quiere recibirlos, duda, sospecha, le incomoda compartir el lugar aún cuando el tipo le devuelve en efectivo la mitad de lo que pagaron. Su más amable marido la convence de dejarlos pasar la noche en el basement y le promete que todo volverá a la normalidad al día siguiente.

Pero eso no sucede, ya que al otro día más y más accidentes extraños se acumulan. Los animales comienzan a comportarse en forma extraña, un intento de Clay de salir a la ciudad a ver qué pasa lo confunde aún más (y lo mete en una situación que también revela su más oculto racismo), aparecen sospechas de un ataque terrorista, de una guerra, de un colapso ambiental, todas potenciales explicaciones de eso raro que está pasando pero a lo que no pueden acceder por falta total de conectividad. Lo que no se cierra, sin embargo, es la tensión entre Amanda y los dueños del lugar, especialmente Ruth, a quien no le gusta nada que su huésped le de órdenes en su propia casa.

LEAVE THE WORLD BEHIND, con sus más de 140 minutos de duración, irá tensionando ambos frentes. En el externo, agregando accidentes extraños con aviones y con autos eléctricos, en dos muy buenas secuencias de suspenso de pura cepa hitchcockiana, que parecen inspiradas en INTRIGA INTERNACIONAL y LOS PAJAROS. Y en el interno, tratando de reconciliar las tensiones entre las familias, mientras tratan de usar su ingenio y conocimiento, sin mucha suerte, para ver qué pueden hacer. ¿Visitar a un vecino (Ethan Hawke), uno de esos patriotas locos armados hasta los dientes que tienen un bunker repleto de cosas por si llega el Apocalípsis? ¿Tratar de conseguir alguna señal de lo que está pasando en el mundo? ¿Escapar como puedan? ¿O arreglar sus diferencias?

Esmail va y viene entre lo externo y lo interno, lo público y lo privado, lo tecnológico y lo natural para plantear la indefinición y miedos que operan ante una situación así. No hay, o no vemos, grandes movilizaciones militares ni de rescate. En plan Shyamalan, el fin del mundo encuentra a seis personas en una casa lujosa mientras los vidrios se rompen por un ruido insoportable que aparece cada tanto, decenas de ciervos los miran como poseídos y los chicos no pueden conectarse a las redes (hay una broma sobre la importancia de contar con películas en formato físico que es doblemente irónica en una película producida por Netflix) para ver sus series favoritas.

El inconveniente dramático de DEJAR EL MUNDO ATRAS tiene que ver con algo propio de la confusión ante lo que pasa. No hay aquí una acumulación de tensión que responda a una lógica de crecimiento o de cercanía con el problema en cuestión, como sí sucede en las de los directores antes citados. Todo es más episódico, indescifrable y eso impide que el suspenso crezca ante algo que acecha peligrosamente. De hecho, el recorrido que hace la película parece ser inverso. Más que tratar de intensificar la tensión o escapar a algún lado, lo que Esmail parece querer decir es que, en definitiva, la única forma de que estas cosas no sucedan será superando la desconfianza y las cada vez más enormes grietas que existen entre los seres humanos. Como ya lo decía, de una manera más concisa, y 150 años atrás, el Martín Fierro de José Hernández.

El elenco ayuda mucho para elevar la obra –que por momentos tiene algo de pieza teatral– por encima de sus posibilidades. Roberts pasa de ser una profesional amable y dedicada a los suyos a convertirse en una mujer que tiene el racismo a flor de piel, mientras que Ali, calmo y paciente, quizás esconda algo también. Con quien más choca Amanda es con Ruth, ya que Herrold no se presenta desde la disculpa y los buenos modales, una diferencia generacional con su padre respecto a cómo comportarse ante «el hombre blanco». Clay, bueno, es Hawke solo un poco menos relajado que de costumbre. Como seguramente les pase también a algunos espectadores, es de los que cree que ante una situación así, quizás lo mejor sea sentarse en el porche, fumarse uno, y esperar la llegada del fin del mundo como si fueran los fuegos de artificio de la Navidad.