Series: reseña de «Un asesinato en el fin del mundo – Episodio final», de Brit Marling y Zal Batmanglij (Star+)

Series: reseña de «Un asesinato en el fin del mundo – Episodio final», de Brit Marling y Zal Batmanglij (Star+)

El sorpresivo final de esta serie de misterio e intriga funciona más como metáfora de la realidad que nos circunda que en términos puramente narrativos. En Star+.

Esta reseña contiene SPOILERS

Hay una idea muy interesante y una excesivamente obvia en el cierre de UN ASESINATO EN EL FIN DEL MUNDO, la inquietante pero un tanto larga serie de los creadores de THE OA, que acaba de concluir. La obvia tiene que ver con el culpable en sí: era bastante evidente, de entrada nomás, que en esa reunión de poderosos en Islandia en la que iba muriendo gente, una tras otra, había un «invitado» al que nadie había invitado. Me refiero a Ray, la inteligencia artificial que parece controlar todo lo que sucede allí y que depende de los deseos y programación de Andy (Clive Owen), el anfitrión. Y era una probabilidad altísima de que por ahí pasaba la «responsabilidad» de los asesinatos. ¿Pero puede una IA ser «responsable»?

En términos narrativos existe una explicación bastante sencilla. De algún modo, Ray interpretó los deseos de Andy –que odiaba a Bill, padre biológico de su hijo Zoomer– de querer matarlo y actuó en consecuencia, canalizó esa bronca, ese deseo y ese miedo a que Bill pudiera querer quedarse con todo su imperio. ¿Y cómo lo hizo? A través de los «juegos médicos» del pequeño Zoomer, el niño, quien termina funcionando como su ejecutor, como su brazo armado, alguien del que nadie sospecharía jamás. ¿Es culpable Zoomer de las muertes? ¿Lo es Andy por decir en voz alta –en esa suerte de sesiones de terapia que tenía con la IA– que deseaba ver a Bill muerto? ¿O lo es Ray, el propio programa que funcionó como «intermediario», interpretando esos deseos?

La resolución es más efectiva desde lo temático que desde lo formal o narrativo. Para llegar a esa conclusión la serie toma un camino demasiado extenso, con una secuencia de episodios de 70 o más minutos de duración cada uno que transforman al desarrollo del relato –digamos, del tercer al quinto episodio– en una interminable saga de sospechas y recorridos falsos. A eso hay que sumarle una excesiva cantidad de flashbacks al pasado de Darby (Emma Corrin) y Bill (Harris Dickinson), tratando de capturar a un asesino serial que, si bien sirve para establecer su relación y la lógica como investigadora de la chica, es casi una serie aparte. De hecho, Darby hizo dos libros con las historias. Acá las juntaron en una sola.

En el fondo, UN ASESINATO EN EL FIN DEL MUNDO no es otra cosa que un whodunit a lo Agatha Christie solo que altamente tecnologizado. El episodio final pone a todos los personajes que siguen vivos en una misma habitación hasta que Darby, al toparse con el casco que Zoomer usa, se da cuenta que el niño ha sido manipulado por la IA para «cometer» esos crímenes, a la vez instigado por su multimillonario padre. El esquema de revelaciones no sale de ahí. La diferencia es que no se puede atrapar a Ray, ni entregarlo a la policía. Hay que «desenchufarlo». Y eso prueba ser más simple de lo que debería. ¿Cómo no pensar que ese programa ya se extendió a otros en una red interminable al mejor estilo SkyNet en TERMINATOR? La serie no llega a tanto, pero bien podría generar una saga de IA asesinas.

Y ahí se abre un tema más interesante que la serie toca, de a poco, empezando por los crímenes del pasado y concluyendo con los actuales. Cuando Bill descubre el asesino en los flashbacks hace una rara mención a que se trata de un «programa fallado». No es literal –el llamado Silver Doe Killer es un ser humano–, pero es otra pista más de lo que se revelará después. ¿A qué quieren llegar los creadores de la serie? A una idea bastante más realista y seria que pone «la culpa» de buena parte del odio rampante –y los crímenes que eso genera en la sociedad– en los algoritmos y programas de Inteligencia Artificial.

La hipótesis de la serie es que estos programas, creados por el hombre pero sin la capacidad para la empatía que tiene el género humano, dispersan ideas, los llamados «discursos del odio», que luego cobran vida en personas que los toman y muchas veces actúan en consecuencia. Dicho de otro modo: vivimos en una realidad en la que la inteligencia artificial –o lo que conocemos como algoritmos– va generando el clima que habilita discursos que luego algunos transforman en actos criminales. Y ese es un camino sin aparente salida.

Los creadores de UN ASESINATO… no son tontos. No suponen que esta IA funciona sola, a la manera del HAL de 2001, ODISEA DEL ESPACIO, ni tampoco se pasan a la ciencia ficción para imaginar una rebelión de las máquinas. Saben que ese «odio» nace de los seres humanos y ellos lo ponen en circulación. Aquí esos seres humanos están representados por Andy, un multimillonario a la manera de Elon Musk, que crean o controlan esos programas. Y esa segmentación algorítmica –que puede servir para tener en tu pantalla una publicidad adecuada a tus gustos o posteos en las redes sociales de personas que piensan lo mismo que vos– es la misma que puede difundir ese odio y esa división entre las personas de la que somos testigos todos los días. Y ponerlo en práctica sin hacerse cargo de nada. Pero los responsables son reales, existen y están entre nosotros.