Series: crítica de «Griselda», de Doug Miro, Eric Newman, Carlo Bernard e Ingrid Escajeda (Netflix)
Esta serie de seis episodios cuenta la historia de Griselda Blanco, una narcotraficante colombiana que manejó el negocio de la cocaína en Miami en los años ’80. Con Sofía Vergara. Desde el 25 de enero en Netflix.
Difícil declararse inocente de cargos por narcotráfico si le pones de nombre a tu hijo «Michael Corleone». Pero Griselda Blanco, por más sospechas que podían caer sobre ella, además de constantes persecuciones y amenazas, parecía no tenerle miedo a nada y se podía dar ese «gusto». Este personaje legendario, cuyas historias pasaron de ocupar las páginas de los diarios a ser parte de documentales sobre la historia del narco, es el eje de GRISELDA, miniserie de ficción de seis recargados episodios en los que la mujer conocida como «La Madrina» es personificada por la actriz colombiana Sofía Vergara.
Esa elección para el nombre de uno de sus hijos, curiosamente, habilita también un tipo de tono rimbombante para la serie, uno que incorpora el imaginario completo que cualquier persona que haya visto SCARFACE pueda tener en su cabeza. En ese sentido, GRISELDA podría ser vista como una versión de esa clásica película en la que esta vez la protagonista es una mujer colombiana, que llega a Miami a fines de los ’70 con intenciones de alejarse de un pasado ligado al narcotráfico, pero que empieza a enredarse en el negocio para luego crecer y transformarse en la principal proveedora de cocaína de esa ciudad.
Es una serie que empieza plantándose en un lugar más o menos realista y humano, siguiendo los confusos y tentativos pasos de esta mujer en Miami con sus tres hijos, escapándose de una violenta situación en Colombia, para ir llegando de a poco a poner en escena todos los excesos imaginables en este tipo de historias: mansiones, balaceras, montañas de drogas, muertes por doquier, ejércitos armados y una protagonista que ya es irreconocible hasta para sí misma, una (supuesta) madre abnegada convertida en una criminal desquiciada y en apariencia invencible.
Con mucho maquillaje, además de una nariz prostética –entre otros cambios–, Vergara cambia radicalmente su imagen, famosa por la serie MODERN FAMILY, para interpretar un personaje que tiene el arco narrativo clásico de muchos narcotraficantes célebres de la vida real y de la ficción. Pero, a la vez, tiene una gran diferencia: es mujer. Y eso lo complica todo, lo vuelve más difícil y hasta épico, pero también le permite que, al menos por un rato, el espectador se ponga de su lado, especialmente en relación a los otros «capos» (todos hombres) a los que debe enfrentarse.
Todo comienza cuando Griselda y sus tres hijos llegan a Miami con intención de iniciar una nueva vida. Ella se ha escapado de un marido narco y violento con el que trabajaba en Medellín (se menciona que además fue prostituta) y se muda al cuarto de una amiga que tiene una agencia de viajes, en la que empieza a trabajar. Griselda promete que no volverá al mundo de las drogas pero en su equipaje trajo escondido un kilo de cocaína, con la que piensa ayudarse a ganar algún dinero que le permita establecerse. No es su idea dedicarse a eso –o eso asegura–, pero una vez que empieza a circular por la noche de Miami con su «kilito» de cocaína pura a cuestas, le será imposible abandonar ese mundo. Y meterse en miles de problemas.
GRISELDA contará su lucha por establecerse en un mercado dominado por los hombres hasta lograr su propio «quiosco» vendiéndole a millonarios y poderosos de Miami en fiestas privadas. ¿Cómo? Usando a un grupo de chicas que trae la cocaína de Colombia, cosida en los corpiños, como «mulas». Por ahí pasarán sus primeras batallas locales, en las que la ayudará su proveedor, un tal Germán Panesso (Diego Trujillo), y en donde tendrá como principal rival al intenso Papo Mejía (Maximiliano Hernández). En el medio estarán «las chicas» (entre las que se cuentan la estrella pop Karol G. en un rol menor) que animan las fiestas en cuestión y un rival transformado en guardaespaldas y futura pareja, Darío Sepúlveda (Alberto Guerra).
Su crecimiento llamará la atención de «los Ochoa», del cartel de Medellín, a través de su lugarteniente Rafa Cardona Salazar (Camilo Jiménez Varón). Acompañado por Marta Ochoa (Julieth Restrepo), el hombre la contacta para comprarle su parte del negocio en Miami, pero Griselda no quiere vender y decide ganar terreno por sí misma, entrando en una violenta guerra con otros capos locales por ese fructífero mercado. Y eso apenas es el comienzo de una historia que se irá volviendo más violenta, intensa y ampulosa con el paso del tiempo, la llegada de los «marielitos» a la Florida –muchos se convertirán en su ejército privado– y su conexión con el extraño y misterioso «Rivi» Ayala (Martín Rodríguez), que se transformará en uno de sus principales colaboradores.
Todo esto estará acompañado por la investigación por parte de la policía de Miami que, comandada por la Detective June Hawkins (Juliana Aidén Martinez), va entrometiéndose en su vida y las de sus asociados sin conseguir evidencias suficientes para encarcelarlos. Se trata de una época (los primeros ’80) en la que las autoridades no tenían muy en claro cómo frenar este creciente negocio, uno que se expandía por las calles y lugares públicos de la ciudad a partir de la enorme cantidad de crímenes que se cometían, muchas veces a la vista de todos. Ya para la segunda parte de la serie entraremos en pleno territorio SCARFACE, con todos los excesos y desmadres imaginables, incluyendo una fiesta violenta y descontrolada en la que queda claro que a Griselda las cosas se le empiezan a ir de las manos.
La serie no abarca toda la vida de la también llamada Viuda Negra (hay hechos públicos y conocidos previos y posteriores a lo que se cuenta aquí que no aparecen, incluyendo uno muy llamativo) y además altera y modifica varios que sí existieron, pero la intención de la serie, cuyos episodios dirigió Andrés «Andi» Baiz (realizador de varios episodios de NARCOS), no es documentar su vida sino dramatizarla en un estilo que ya es clásico para este tipo de relatos sobre narcotraficantes latinoamericanos de esa y todas las épocas: mucho descontrol, desmadre y asesinatos violentos, rodeados de fiestas con vestuarios y decorados rimbombantes. La serie va y viene del inglés al castellano (cuyos acentos por lo general están bien, más allá de algunas groseras excepciones) y se mueve con comodidad en ese conocido territorio.
Es la historia en sí, más que cualquier otra cosa, la que lleva a que GRISELDA se consuma rápidamente. Vergara sale airosa del complicado desafío de interpretar a un personaje oscuro y violento que nos cae más o menos simpático durante un tiempo –cuando la pelea desde abajo y con todo en contra por ser mujer– pero que se va volviendo más cruel y autoritario con el paso del tiempo. El episodio de la fiesta servirá para que la actriz saque su «Al Pacino» interior e intente emular los pasos de ese actor en los momentos más intensos de SCARFACE. No llegará a su altura –pocos pueden, acaso ninguno–, pero Sofía lo pone todo de sí en su intento.
Con todo para ser un éxito, GRISELDA es una serie atractiva que no busca reinventar nada en lo que respecta a las formas en las que estas historias latinoamericanas se cuentan para el mercado internacional. Uno podrá discutir una estética que bordea ciertos lugares comunes y estereotipos propios del subgénero «narcolatino», pero cuando alguien llama a su hijo con el nombre del capo mafioso más célebre de la historia, es poco lo que se puede cuestionar en ese sentido. El cliché ya viene incluido con el paquete. Dicho de otro modo: para que el cliché exista, alguien como Griselda Blanco lo tuvo que haber inventado antes.