Clásicos online: crítica de «Las manos sobre la ciudad» («Le mani sulla città»), de Francesco Rosi (Amazon Prime Video)

Clásicos online: crítica de «Las manos sobre la ciudad» («Le mani sulla città»), de Francesco Rosi (Amazon Prime Video)

En este drama social de 1963, un constructor opera políticamente para conseguir un permiso para un nuevo emprendimiento en las afueras de Nápoles. En Amazon Prime Video.

Hace poco tiempo se viralizó un video en el que Andrej Karpathy, uno de los expertos en IA del mundo (en OpenAI y Tesla), decía que no veía películas previas a 1995. «Se sienten muy lentas y aburridas», expresaba. Más allá de ser una opinión burda y desinformada, quizás un repaso de LAS MANOS SOBRE LA CIUDAD podría hacerlo cambiar de opinión. Filmada hace 60 años, es una película no solo de una actualidad notable sino de un ritmo apabullante, con un tono por momentos más cercano al de un informe periodístico en vivo que a un drama cuidadosamente estructurado.

No solo en ritmo y energía la película de Rosi –ganadora de la Palma de Oro del Festival de Venecia de 1963– es compatible con los tiempos que corren sino, especialmente, en sus temáticas. Se trata de un thriller político que tiene como eje la especulación inmobiliaria y los arreglos con el poder político en la Nápoles de esa época, una ciudad cuyos suburbios crecen y crecen, y en la que los empresarios esperan sacar grandes ganancias con la anuencia de las autoridades locales, con quienes tienen aceitados contactos.

El actor que la protagoniza, curiosamente para un film tan realista, poco tiene que ver con el mundo que se muestra. Es el estadounidense Rod Steiger, famoso por películas como NIDO DE RATAS, quien interpreta acá a Edoardo Nottola, un empresario de la construcción que también es parte del parlamento local, más específicamente del partido de derecha. Doblado al italiano (algo usual en el cine de ese país en esos años), Steiger comparte escenas con muchos verdaderos políticos y empresarios de la ciudad, la mayoría de los cuales encarna roles similares a lo que hacen en su vida real, algo que le agrega una impactante sensación de realismo a todo lo que se ve.

A eso Rosi le agrega una serie de planos urbanos desde el aire que muestran esa ciudad en caótica expansión que ya entonces era Napoli, con emprendimientos edilicios de dudosa estabilidad que la atraviesan de este a oeste. Nottola quiere expandir aún más la ciudad a un nuevo sector, aún no explotado, dando a entender que allí podrán conseguir altísimas ganancias, algo que parece importarle mucho más que atender los problemas habitacionales de los más necesitados. Pero algo sucede en el medio que complica sus planes. En otro de sus emprendimientos inmobiliarios, en medio de la ciudad, se cae un viejo edificio dejando un par de muertos y generando un escándalo político y mediático.

De allí en adelante la película se centrará, más que nada, en la investigación de ese accidente en el consejo municipal del que el propio Nottola no solo es parte sino que se presenta como candidato para las próximas elecciones. Y lo que se verá allí se parece, asombrosamente, a la realidad política de muchos países en la actualidad. Sin ir más lejos, algunas alianzas entre el partido de derecha y el de centro –que generan que varios congresistas tengan que lidiar entre la conveniencia política y sus principios éticos– se parece bastante a lo que sucede en la Argentina a principios de 2024. El objetivo es también muy similar: darle más permisos y menor cantidad de controles a los emprendimientos privados.

El principal instigador de la investigación es un tal De Vita, miembro del partido de izquierda (el PC italiano), que tiene muy claro cuál es el acuerdo político-empresarial para encubrir el accidente y hacer avanzar los nuevos proyectos. Pero al no tener mayoría en el parlamento, le cuesta imponer sus posturas. Es que, como sucede también en la actualidad, con sus apasionados argumentos la izquierda puede «ganar» las discusiones, pero los números los tienen los otros. Y con demostrar tener razón se puede convencer a un par de díscolos (si es que no son disciplinados por el partido), pero no se da vuelta ninguna ley. «Acá se hace lo que se ha acordado, las opiniones personales nos las guardamos para cada uno», le dice el capo de un partido de derecha a uno de sus miembros que se niega a apoyar a Nottola.

«No hace falta mucho para convencer a la gente, basta con que se les prometa un futuro mejor y tendrá todos los votos que quiera», le dice un congresista a otro cuando los miembros del partido dudan si apoyar a Nottola y a los suyos, ya que temen quedar «pegados» a un hombre de dudosa reputación pública. Los propios políticos saben que a través de los medios pueden convencer a la población de que el asunto no es tan grave. «Ustedes ven la televisión pero el pueblo también la ve», concluye. Y si para resolver eso hay que pegar unos giros políticos raros –pasar de un partido a otro, armar lazos impensados, callarse la boca–, eso se hará sin problemas. Los negocios son lo primero.

LAS MANOS SOBRE LA CIUDAD (así se la conoció en España y es el título que lleva en Amazon; en Argentina se estrenó originalmente como SAQUEO A LA CIUDAD), además de sus apasionados discursos y sus muy creíbles conversaciones de pasillo –muchos de los presentes en el recinto son verdaderos concejales–, impacta con su urgente realismo visual. La cámara fluye, se mueve, atrapa a los protagonistas como si los estuviera siguiendo y espiando, dando una sensación de realismo impactante. El propio Rosi (SALVATORE GIULIANO, EL CASO MATTEI, CRISTO SE DETUVO EN EBOLI) venía desarrollando ese estilo desde sus inicios –decía que lo suyo era realismo, no «neorrealismo»– y acá llega al punto de mostrar un edificio derrumbándose en lo que, Rosi explicó, fue una reconstrucción armada de un derrumbe similar que tuvo lugar un tiempo antes en esa misma esquina.

«Los personajes y los hechos que se narran son imaginarios, pero la realidad social y ambiental que los produce es auténtica», aclara uno de los textos que dan cierre a la película. HANDS OVER THE CITY (como se la conoce en inglés) no explora la situación desde un lugar psicológico ni le interesa demasiado la «vida interior» de los personajes, sino que se dedica al caso con la potencia de una investigación periodística. Nottola tiene que lidiar con «entregar» o no a su hijo –el arquitecto responsable del accidente– y Rosi no le ofrece al personaje ningún conflicto ético más que un breve momento de silencio que parece ser reflexivo mientras mira por una ventana. Acá lo que priman son los intereses económicos. Todo lo demás es secundario.

Y el otro tema, literal y metafóricamente subterráneo sobre el que trabaja Rosi, tiene que ver con la destrucción de la tradicional ciudad de Nápoles, con la consiguiente pérdida de su identidad edilicia y cultural. Ese antiguo edificio que cae –no por causas naturales ni geológicas sino por todo el movimiento y descalabro que las máquinas constructoras hacen con sus cimientos– es uno de los que, como se puede ver claramente acá, será reemplazado por uno de los tantos impersonales emprendimientos que ya crecían entonces y siguieron creciendo en esa y muchísimas otras ciudades, casi siempre con la anuencia de autoridades «amigas».

Es así que esos pasillos, callejuelas y ventanales que son el centro de la vida social de la ciudad de Nápoles –en buena medida lo siguen siendo, pero por motivos económicos e históricos que exceden el marco de esta nota– empezarían a perder fuerza ante los impersonales emprendimientos que expandirán la ciudad y transformarán su rostro para siempre. Cada edificio histórico que se derrumba para construir otro nuevo torna irreconocible a la ciudad, le hace perder su identidad. Sea en Nápoles, Nueva York o Buenos Aires. Y este extraordinario film de Francesco Rosi es, pese a estar hecho en 1963, un urgente recordatorio de esa constante masacre urbanística.