Estrenos online: crítica de «Priscilla», de Sofia Coppola (MUBI)
La nueva película de la realizadora de «Perdidos en Tokio» es un retrato biográfico de Priscilla Beaulieu, la viuda de Elvis Presley, centrada en su compleja relación con la estrella de rock. Con Cailee Spaeny y Jacob Elordi. Desde el 1 de marzo en MUBI.
El cine de Sofia Coppola está lleno de «prisiones de cristal», lugares habitados usualmente por mujeres en los que, más allá de las aparentes comodidades y hasta lujos en los que las protagonistas viven, se sienten encerradas, agobiadas, frustradas. Puede ser la protagonista de PERDIDOS EN TOKIO, metida en un cuarto de hotel mientras su marido trabaja en Japón; o el actor de SOMEWHERE, también aburrido en un similar escenario. Pero lo mismo se puede decir de las protagonistas de LAS VIRGENES SUICIDAS, MARIA ANTONIETA y hasta las de EL SEDUCTOR. Los escenarios pueden parecer, en muchos casos, ideales para el disfrute. Pero raramente se sienten como tales. Más bien, como todo lo contrario.
Ese ennui tan típico de las heroínas de Coppola reaparece en PRISCILLA, que cuenta una parte de la historia de Priscilla Beaulieu Presley, una de las más paradigmáticas princesitas encerradas en un palacio de la «realeza» contemporánea. En este caso, Graceland, la mansión habitada por Elvis Presley y familia en Memphis. Allí pasó más de una década con todas las comodidades aparentes pero con un creciente vacío alrededor suyo, especialmente su famosa pareja –luego convertido en marido– que estaba gran parte del tiempo en gira y con amantes, y que cuando regresaba tendía a manipularla, a usarla como su muñequita de lujo tanto en público como en privado. O a dejarla de lado, casi pasarla por alto.
PRISCILLA comienza como una biografía más o menos clásica. En 1959, Priscilla (Cailee Spaeny) es una chica de 14 años que vive en la misma base militar estadounidense en la que está un tal Elvis Presley (Jacob Elordi, que con poco es capaz de hacer mucho), la máxima estrella del rock and roll que, por consejo de su controvertido manager (casi un coprotagonista en ELVIS y a quien aquí no se ve nunca), ha puesto un freno a su carrera profesional para hacer un simbólico paso como soldado. Como sucede a veces en estos casos, es un militar conocido de Elvis el que funciona como «contacto», invitando a la niña a ir a una fiesta en la casa de Presley. Sus padres, previsiblemente, no quieren sabe nada. Pero el hombre los convence de que la chica no corre peligro alguno.
Lo cual, en cierto sentido, es cierto. En otros, no tanto. En lo que hoy algunos podrían considerar como grooming –aunque en esa época era un comportamiento casi normal, especialmente con las celebridades–, Elvis va conquistando a la chica, conectando con ella, intimando pero sin jamás cruzar la frontera de algún que otro beso. Para Priscilla todo es fascinante: ser «la elegida», que «El Rey» la prefiera a las otras, esperarlo en su cuarto, quedarse a solas con él. No pasará más que eso pero para cuando Presley regrese a Estados Unidos y a su carrera musical y cinematográfica, la conexión estará establecida. Y a la chica le costará muchísimo readaptarse a ser una más en la base militar.
Tras una secuencia de montaje (de las muchas que hay, musicalizadas, a lo largo del film, un recurso del que Coppola abusa y en el que muchas veces intenta resumir rápidamente los buenos momentos), PRISCILLA retomará su vida en 1962 cuando recibe el esperado llamado: Elvis quiere que la visite en Graceland. Y allí irá Priscilla, a ser parte de su mundo privado, uno que comparte con sus músicos, las parejas de ellos, el estricto padre de Elvis, su abuela, y una buena cantidad de personal que trabaja en la casa. Es una vacación que incluye un viaje a Las Vegas y en el que es tratada como el «juguete nuevo» de la estrella. «Parece una niña», dicen las chicas que trabajan en Graceland.
La chica volverá a Alemania pero antes entrará, por descuido de Elvis, en el mundo de las pastillas para dormir que el músico siempre tomaba pero que a la pequeña Priscilla voltean por días. No tardará mucho en llegar el llamado definitivo: Presley quiere que ella se mude, vivir juntos y se compromete a que termine en Memphis su colegio secundario. La «llegada», ya para quedarse, será anticlimática. Cuando ella espera que ahí empiece la «gran vida», lo que da comienzo en realidad es la especialidad de Sofia Coppola: el fastidio, el aburrimiento, las pastillas, la ligera depresión.
Es que Elvis pasa gran parte del tiempo filmando en Hollywood y Priscilla no tiene mucho para hacer en Graceland. Va a la escuela pero no conecta con nadie. El le regala un perrito, la viste y luego le da un auto, pero ella se siente sola, incómoda y su actitud empieza a cambiar. Si a eso se le suman los rumores en la prensa de romances de Elvis en los sets de filmación y el poco interés que él le demuestra –en especial sexualmente– cada vez que regresa, el dorado sueño de ser la mujer del rey probará tener una corta vida. Y de ahí en adelante, más allá de momentos específicos en los que parecen reconectar, todo irá de a poco empeorando.
PRISCILLA no es un drama oscuro que pinta a Presley como un monstruo ni mucho menos. Tiene, sí, una mirada crítica a la manera en la que Elvis trataba a Priscilla pero, salvo por algún momento específico, no hablamos de una relación violenta ni excesivamente dramática. El controla su manera de vestir y la incita a teñirse el color de pelo, pero la mayor parte del tiempo no está o está en la suya. Tal como lo contó Priscilla en «Elvis and Me», la autobiografía que ella escribió en 1985, estamos ante una relación que va creciendo en distancia, en diferencia de intereses y que se va volviendo fría, cada uno con sus affaires y preocupaciones.
Si bien la película tiene muchos puntos en común con las anteriores de Coppola, aquí lo parece brillar por su ausencia es algún tipo de interés personal por parte de Priscilla. Es un personaje un tanto opaco que solo depende de lo que él haga o deje de hacer, que vive pendiente de sus llegadas y de sus permisos. Esa falta de personalidad transforma a la película en la crónica de un vacío que es doble: Priscilla no hace nada pero tampoco parece querer hacer algo. O algo que no sea estar con Elvis. Y eso es lo más curioso y frustrante de una película que se llama PRISCILLA pero que empieza cuando conoce a Presley y termina cuando deja de estar con él. ¿Quién es la Priscilla que se cuenta acá? ¿Qué cosas la motivan, la movilizan? ¿Qué mira cuando mira por la ventana?
Fuera de ese quizás buscado hueco, la película funciona con los tempos y los modos habituales del cine de Sofia Coppola. También con ese gesto moderno que es tradicional en sus películas: la ausencia de sencillas explicaciones psicológicas que orienten al espectador dentro de esos espacios que se sienten vacíos y esos tiempos que se vivencian como muertos. En PRISCILLA el tiempo se dilata en los momentos cotidianos, menos trascendentes, y se resume rápidamente en los grandes éxitos de la vida de su protagonista. Es como la inversión de una cuenta de Instagram.
Luego de su inicio más o menos convencional, al llegar Priscilla a Graceland la realizadora organiza la narración a partir de esos huecos dejados de lado por las biografías más clásicas. No tiene música de Presley, no muestra sus shows –salvo un mínimo fragmento sin sonido–, casi no sabemos qué hace él cuando está de gira y, salvo sobre el final, tampoco se la ve a ella siendo muy proactiva respecto a su vida y actividades. Es –en tono, en personajes, en actitud, en tiempo, en búsqueda estética–, la película opuesta a la de Baz Luhrmann. Todos los excesos de aquel film aquí brillan por su ausencia. Es su reverso absoluto.
De todos modos y pese a la rigurosa mirada de la realizadora, PRISCILLA no logra ser una gran película. Uno celebra lo que no es, los errores en los que no cae –no se transforma en un obvio relato de empoderamiento, no construye héroes y villanos de fácil identificación, no instruye al espectador acerca de cómo debe ser leída–, pero es difícil conectar con lo que propone, quizás hasta saber qué es y hacia dónde va. El gran hueco que limita las posibilidades expresivas de la película es la propia Priscilla. Citando a aquella clásica frase de Winston Churchill, aquí ella podría ser ese «acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma«. Pero lo más probable es que aquí no sea ninguna de esas cosas. Quizás empiece a encontrarse a sí misma después de la palabra fin.