Estrenos: crítica de «Todos somos extraños» («All of Us Strangers»), de Andrew Haigh

Estrenos: crítica de «Todos somos extraños» («All of Us Strangers»), de Andrew Haigh

por - cine, Críticas, Estrenos
03 Mar, 2024 09:37 | comentarios

Este drama británico con toques fantásticos se centra en un guionista gay, solitario y bloqueado creativamente, que viaja a la casa de su infancia y se topa allí con una inesperada sorpresa. Con Andrew Scott, Paul Mescal, Jamie Bell y Claire Foy. Estreno en cines: 7 de marzo.


«I’ll protect you from the hooded claw
Keep the vampires from your door
When the chips are down I’ll be around
With my undying, death-defying love for you»

«The Power of Love» – Frankie Goes to Hollywood

La fantasía, el sueño o la ficción son universos ideales para jugar con lo que podría haber sido y no fue, con las culpas, los arrepentimientos y las situaciones que se quisieran haber vivido y, por un motivo u otro, no se vivieron. ALL OF US STRANGERS, la nueva película de esa especie de poeta del cine romántico que es Andrew Haigh, es un enorme what if, una cadena más emotiva que ingeniosa de extraños acontecimientos que van alterando la realidad y mezclándola con los sueños, la imaginación y la fantasía. Al realizador británico de 45 AÑOS y FIN DE SEMANA le preocupa menos la mecánica del juego que lo que el juego provoca. Y, en ese sentido, su película es la antítesis de los mecanismos de relojería de Christopher Nolan o de realizadores que hacen del «encastre de piezas» un universo. Quizás nada encaje del todo bien acá, pero no importa. Lo que importa es que afecta, duele, conmueve.

Adaptada de la novela STRANGERS, del japonés Taichi Yamada, pero en este caso con una relación homosexual en su centro, TODOS SOMOS EXTRAÑOS tiene como personaje principal a un guionista solitario y bloqueado creativamente llamado Adam (un excelente Andrew Scott, injustamente pasado por alto, como toda la película, en las nominaciones al Oscar) que vive en un departamento de un inmenso edificio que parece ubicado en las afueras de Londres, en una zona en apariencia bastante despoblada. La otra única persona que vive en ese lugar es un tal Harry (Paul Mescal), quien una noche le golpea la puerta de su piso estando muy borracho y Adam, tras conversar brevemente, de modo cortés lo rechaza.

Intentando encontrar inspiración para escribir, Adam viaja al barrio de las afueras de Londres en el que creció y visita su antigua casa. Mientras camina por la zona se topa para su sorpresa con un hombre (Jamie Bell) que lo llama, como si lo conociera de toda la vida. El tipo es idéntico a su padre y lo invita a ir a su casa, en donde también está su madre (Claire Foy), quien también se alegra de verlo. Lo primero que le producirá extrañeza al espectador, avisado por la cara de sorpresa de Adam, es la juventud de sus padres, que parecen tener la misma edad o ser aún más jóvenes que él. Es que la sorpresa de Adam tiene sentido: sus padres murieron en los años ’80, cuando él tenía 13 años, en un accidente automovilístico. ¿Qué está sucediendo?

Esos viajes a la «infancia», a reencontrarse con sus padres fallecidos y poder ir sacando a la luz cosas que no se dijeron en cada una de sus visitas (fundamentalmente, que él es gay y otras cosas que mejor no revelar), será uno de los ejes de este relato. El otro, que corre en paralelo y que en algún momento intentará cruzarse con aquel, pasa por la relación que, luego de su incomodidad y rechazo iniciales, Adam inicia con su vecino Harry, más joven e intenso que él, con otra historia personal y una diferente manera de lidiar con su orientación sexual. Es que Adam creció en la época del HIV y de una mayor represión, por lo que se maneja de otro modo y vive las cosas de una manera más cauta que su aparentemente más «liberal» vecino.

A Adam, cada una de sus visitas a sus padres –en las que charla, cena, escucha música, festeja Navidad y hasta se queda a pasar la noche– lo afecta emocionalmente de tal modo que eso se ve reflejado no solo en su actitud cotidiana sino en su relación con Harry. No necesariamente por el misterio de su, digamos, existencia después de la muerte (él lo toma, como la película, como un hecho fantástico y ya), sino por la forma en la que esa nueva e impensada intimidad con sus fallecidos padres revela cosas suyas y de ellos que desconocía. Y eso va llevando a que su conexión con Harry tenga vaivenes emocionales constantes, todo en un formato que juega constantemente en una zona liminal entre la realidad y la fantasía.

ALL OF US STRANGERS va golpeando emocionalmente a partir de las conversaciones que Adam tiene con sus padres, la manera en la que se sincera respecto a cosas que le pasaban cuando ellos vivían y las que le pasaron después que fallecieron. Ellos tienden a ser amables y comprensivos, pero a la vez revelan actitudes que lo descolocan. Y algo similar sucede con Harry. La película se apoya en escenas pequeñas de charlas íntimas, en algún paseo y un poco de sexo, pero salvo por una noche de fiesta en un boliche gay, Haigh construye su mundo casi como un no lugar, uno en el que las referencias son del pasado (la música, por ejemplo, ver abajo) y en el que nunca se sabe cuando termina la realidad y empieza la fantasía. O viceversa.

Formalmente la película de Haigh hace recordar a títulos como THE SOUVENIR, de su compatriota Joanna Hogg, especialmente su segunda parte, en la que una historia familiar y una de amor funcionan como una suerte de ficción dentro de otra. Hay algo irreal claramente buscado en el tono ya que la puesta en escena se desentiende prácticamente de todo lo que no sean los personajes, sus rostros y sus cuerpos, haciendo que todo funcione como en una especie de limbo en el que los fantasmas y los humanos conviven como si tal cosa. Lo que sí es real es la emoción, especialmente en el modo que atraviesa a Scott y, de un modo diferente, también a Mescal. En el modo en el que la relación entre ellos se espeja y se completa con la que Adam tiene con sus padres, Haigh parece estar haciendo una suerte de cruce intergeneracional (la de sus padres, la suya y la de Harry) acerca de las dificultades de ser gay en Gran Bretaña.

La película tendrá una inesperada vuelta de tuerca cerca del final que para algunos espectadores quizás esté de más, pero mi sensación, habiéndola visto dos veces (Nota: los invito a discutir con spoilers en los comentarios), es que ese giro cierra un emotivo discurso poético acerca del amor y de las relaciones. Es que, más que cualquier otra cosa, esta es una historia acerca de la necesidad de tender una mano al que la está pasando mal, de unir voluntades para combatir la soledad y de hablar las cosas en su momento y no dejarlas para un incierto y quizás imposible después.

Como la mayoría de las canciones que se escuchan acá lo expresan –y el título en cierto modo también– ALL OF US STRANGERS puede ser leída como un sentido y doloroso llamado a cruzar esa frontera que nos impide conectar con los demás cuando ellos, o nosotros, más lo necesitan. La más clara de todas es «Always on My Mind», que acá se oye en la versión de Pet Shop Boys y que en un momento Adam canta a coro con sus padres. Mucho de lo que Haigh tiene para expresar acá está contenido en la letra de esa clásica canción («Little things I should have said and done/I just never took the time/You were always on my mind«), solo que de maneras impensadas.